XXXIX El frío de la muerte
En lo profundo de un bosque Desz tosía, escupiendo la tierra que le cubría la cara. Respiró a bocanadas luego de no poder hacerlo mientras era jalado bajo tierra. Un suave capullo lo había envuelto luego de liberarlo del patíbulo y lo había dejado allí, en ese bosque desconocido.

Incapaz de levantarse con una pierna destrozada, permaneció en el suelo, contemplando la silueta del ser que se acercaba por entre los árboles. No pudo distinguir su aroma, todo olía a la humedad de la tierra cálida, al verdor del bosque y su aliento.

El andar tambaleante del oscuro ser lo hizo dudar sobre su naturaleza. No supo de quién se trataba hasta que le habló.

—Desz... —pronunció ella, con voz funesta y grave.

El Tarkut la observaba, buscando la imagen que, pese a sus esfuerzos, seguía recordando. Se había convertido la refinada princesa arkhamita en una criatura salvaje, cuya aura fría podía sentir pese a la distancia. Fría como el hielo, como su propia piel, como una planta.

—Prometiste que nunca
NatsZ

Lis ha salvado a Desz, pero el corazón del Tarkut sigue sin tener un lugar para ella. Haber traicionado a los Dumas tendrá su costo, ¿podrá contra ellos?

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