Los Dumas de la aldea despertaron, ¿estará Mel en peligro? La identidad del traidor será revelada ante Desz muy pronto.
Dos días luego del éxodo de los Dumas, uno de ellos regresó a la aldea. Los gritos de quienes lo vieron alertaron al resto y pronto hub0 una multitud de atemorizados humanos esperando por sus parientes. Como si el extraño evento no hubiera sido lo suficientemente enigmático, el hombre regresaba desnudo, cubierto sólo por tierra y hojas. Nada dijo él y fue llevado a casa por su esposa y su cuñado.Uno a uno todos fueron llegando en idénticas condiciones: desnudos, sucios, abstraídos y extenuados.—¡Amor mío! ¡¿Qué ha pasado?! ¡Estaba tan asustada! —decía Ena, con el rostro bañado en lágrimas. —Ya todo estará bien... —aseguró su esposo, que apenas se podía los pies—, todo estará bien. Cuando llegaron Filis y Tom, Mel fue hacia ellos. Le entregó a la mujer una manta. —Mel... ¿Puedes cuidar de Lilim?... Estamos tan cansados... La Tarkut recibió a la niña de los brazos de su padre y los acompañó a la cabaña. Ellos se dejaron caer en el lecho tan sucios como estaban y se durmieron al ins
Aldea Mendak, sur de GalaeaCon el alba regresó Furr a la aldea. Un Dumas que labraba la tierra detuvo su labor y alzó la mano para saludarlo alegremente. Furr le devolvió el saludo con una sonrisa, que se desvaneció en cuanto la criatura dejó de mirarlo.—¡Qué bueno que hayas vuelto! —le dijo otro Dumas, palmeándole la espalda. Furr también le sonrió. Todos sus temores de que algo sucediera en su ausencia quedaban así en el olvido. Su verdadera identidad seguía siendo desconocida para las repugnantes criaturas y el plan de infiltración continuaba en marcha. —Ayer cazamos un jabalí. Lo hicimos siguiendo tu consejo y nadie salió herido. —Eso está muy bien, Liam. Ten, los he recogido de camino. Tal vez podríamos sembrar los cuescos y, con suerte, germinen. El Dumas recibió de buena gana el saco con melocotones que Furr llevaba al hombro. —No pierdas más tiempo y ve a ver a tu esposa. —El Dumas volvió a palmearle el hombro. A pocos pasos de la cabaña, el acelerado palpitar del coraz
Campamento de los TarkutsA mediodía regresaron Mel y Furr, bastante más pronto de lo que todos esperaban. Al instante Atkum puso al tanto a su general de cuanto había pasado en su ausencia.—Hablaré a solas con Desz —le dijo Furr a Mel. Ella asintió y lo vio alejarse en completa calma. Confiaba en que sus palabras serían las mismas que ella diría, que tendría la fortaleza para aceptar todo lo que habían descubierto y aprendido de sus supuestos enemigos. —Es bueno que estés de regreso, Mel. Atkum le sonreía. No necesitaba acercarse más para percibir en ella el aroma de Furr. Sabiendo eso y suponiendo la razón siguió sonriéndole y acabó abrazándola. —Ese infame arkhamita sí que tiene suerte. Venir justo en mi ausencia, los dioses deben estar de su lado —dijo Furr, entrando a la tienda de Desz. —Sí, los dioses —balbuceó él—. ¿Qué noticias me traes, Furr? El tarkut del ojo violeta suspiró y, sentándose junto al rey, comenzó su relato de cuanto habían visto y oído sobre los nuevos Du
Reino de UratisA mediodía, la llegada de una caravana desde Karades sorprendió al reino. Los siervos de palacio iban de un lado a otro para dar un recibimiento a la altura de los visitantes, que no eran sino la realeza en persona.Una joven doncella bajó del carruaje, ataviada elegantemente y con curiosidad en la mirada. Su belleza era indiscutible, tanto como era llamativo su cabello, de un color rojo intenso, como la sangre, como el fuego. —La reina Dan-Kú, de Karades —la presentó el cochero. En el patio, el rey Anoreq y todos los presentes mostraron sus respetos con reverencias. Ella los saludó del mismo modo.—Es un honor conocerla por fin, majestad —dijo el rey, reverenciándola una vez más.—También lo es para mí conocer aliados fuera de Karades. —¿Ha venido el rey con usted?La acompañaban tres hombres, altos y en apariencia fuertes y recios.—Se ha quedado en el reino. Ellos son mis escoltas: Andilak, Manke y Beirú. Los soldados se inclinaron ante los uratitas. Anoreq tambi
Campamento de los TarkutsEn su tienda, Furr dormía plácidamente como llevaba tantos años sin hacer. A su lado, Mel lo miraba con embelesamiento. Así fue hasta que empezó a sacudirlo. Frunciendo el ceño, el Tarkut abrió su único ojo a la claridad del alba que se colaba por las orillas del techo.—¡Furr, amor mío, se me ha ocurrido una idea asombrosa!—Más te vale que sea buena... —balbuceó él, restregándose su ojo. Mel se le subió encima a horcajadas, para tener toda su atención. —Tú todavía tienes dudas de la fidelidad de los Dumas, ¿no es así? —Claro... yo nunca voy a confiar en esos engendros. —Pues se me ocurrió una idea para sellar nuestro trato y asegurar su fidelidad. La incredulidad en el ojo de Furr lo mantenía atento. Su pupila se dilató levemente. —Los Dumas gozan de una vida eterna —empezó diciendo ella—, pero sus amadas y amados humanos sucumbirán tarde o temprano al paso del tiempo. Sin embargo, si les ofrecemos la oportunidad de ser Tarkuts, podrían amarse etername
El sol resplandecía sobre Galaea y parecía más brillante que nunca, así era al menos para los refugiados que habían sido acogidos en la capital. Un futuro mejor los aguardaba, pero seguían temiendo por la inminente guerra.Un caballo galopaba como una estela por las calles, montado por un soldado karadesiano que se dirigía al palacio con premura. Era una sorpresa que la reina hubiera llegado tan pronto, no la esperaba hasta que todo el territorio estuviera asegurado, con todos los Dumas siendo parte de un mismo organismo. Sólo Eriot podía despertarlos y eso retrasaba las cosas, pero era mejor ir lento y con seguridad que de prisa y con descuido, así se lo había enseñado su padre humano.A veces se preguntaba si el general de Arkhamis lo consideraba su enemigo, otras, si seguiría amándolo como a un hijo, si algún día podría llegar a comprender las motivaciones que guiaban ahora su corazón; si podrían volver a sentarse a conversar bebiendo un buen vino. Él no deseaba su mal. Prisionero e
Reino de KaradesLa reina caminaba de un lado a otro en la sala del trono, con expresión apesadumbrada. —Ya esperamos un día y Eriot no ha llegado. —Hemos esperado veinte años por este momento, Dan-Kú. El rey de los Tarkuts ya está en tu poder, no hay prisa —le dijo Kert. —Sí, sí la hay. No lo quiero aquí, no quiero verlo, no quiero oírlo, no quiero respirar el mismo aire que él... Debe morir de una vez para que todo acabe. Por tanto tiempo ella soñó con hacerlo pasar por suplicios inimaginables, desgarrarle el corazón por habérselo desgarrado a ella también, martirizarlo en nombre de su familia, de la flor marchita en que se había convertido el emblema del reino. Y ahora que todo eso era posible se le hacía inconcebible. El Tarkut debía ser ejecutado a la brevedad o empezaría a cuestionarse el hacerlo. La bestia sin rostro que había devorado a su hermana había sido reemplazada por un muchacho que parecía sensible y libre de malicia y tenía una suave y agradable voz con la que pro
En lo profundo de un bosque Desz tosía, escupiendo la tierra que le cubría la cara. Respiró a bocanadas luego de no poder hacerlo mientras era jalado bajo tierra. Un suave capullo lo había envuelto luego de liberarlo del patíbulo y lo había dejado allí, en ese bosque desconocido.Incapaz de levantarse con una pierna destrozada, permaneció en el suelo, contemplando la silueta del ser que se acercaba por entre los árboles. No pudo distinguir su aroma, todo olía a la humedad de la tierra cálida, al verdor del bosque y su aliento. El andar tambaleante del oscuro ser lo hizo dudar sobre su naturaleza. No supo de quién se trataba hasta que le habló. —Desz... —pronunció ella, con voz funesta y grave. El Tarkut la observaba, buscando la imagen que, pese a sus esfuerzos, seguía recordando. Se había convertido la refinada princesa arkhamita en una criatura salvaje, cuya aura fría podía sentir pese a la distancia. Fría como el hielo, como su propia piel, como una planta.—Prometiste que nunca