Los Dumas han comenzado la invasión y los nuevos Tarkuts han salido a probar sus habilidades. El poder corrompe y ellos pronto descubrirán cuán poderosos son.
Terk se acercó con la niña en brazos. La aferraba como si le perteneciera. —Estaba vagando al norte de aquí, creo que está perdida... Huele muy bien. Mel se la arrebató al instante y la estrechó protectoramente. —¡¿Cómo puedes hablar así teniendo una hermana de su edad?! Vergüenza debería darte —le reclamó ella. —No es lo mismo. Además, los Tarkuts no tenemos familiares humanos. Atkum, que era el capitán del grupo, se quedó mirando fijamente a la niña, de unos cuatro años, que jugaba con el collar de azurita que Mel usaba. El angustioso silencio que se hizo entre los Tarkuts al ver el color rojizo que llenó los ojos de la niña fue roto por las súplicas de Mel. Con expresión aterrada imploraba por la vida de la pequeña, que no era otra cosa que un Dumas. —¡Dejemos que se vaya, por favor! Atkum, no le digas a Furr sobre ella. —Salimos de Nuante para matar Dumas, Mel, esa es nuestra misión —le recordó él.—¡Pero es apenas una niña indefensa! Atkum, te conozco y sé que no lastimaría
Aldea Mendak, sur de Galaea—¡¿Cómo es posible que la hayas perdido de vista, mujer?!—¡Fueron apenas unos instantes! Ella es mi vida, jamás quise que algo así pasara, por todos los dioses... En el horizonte el sol ya estaba ocultándose y la búsqueda continuaba. Seguiría en las penumbras de la noche si era necesario. Todos en la aldea, que no albergaba a más de diez familias, se habían sumado a la búsqueda de la niña. Eran tiempos violentos los que corrían, al menos esos rumores les habían llegado desde la capital. Primero una aldea cercana había sido arrasada por monstruos y luego el reino era anexado a Balai. Se decía que los balaítas eran bestias aún peores. Alejados de las urbes, se sentían a salvo resguardados en el bosque. Aun así, cada vez eran menos y ahora habían perdido a una más. —Habrá que ir por antorchas —dijo Arno, el líder de la aldea. Iba de regreso cuando, por el sendero que atravesaba el bosque, vio llegar a una joven pareja. La mujer cargaba a la niña perdida.
Mel seguía sin aliento cuando el beso terminó. Era una mentira y su pasmo duró los breves instantes que tardó en comprenderlo. La dulzura y ternura que Furr le mostraba no eran diferentes al despliegue de técnicas de combate. Una táctica de guerra. Quizás ella no controlara su olfato, pero sí que dominaba a su corazón y evitó que, con su clamor, la delatara. Ella también tenía una misión y era una guerrera. —¿Qué te pasó en el brazo? La manga de la camisa de Furr estaba desgarrada y manchada con sangre. —Furr nos ayudó a construir una cerca para evitar que los jabalíes entren a los campos —contó uno de los aldeanos—. Uno apareció y nos atacó. El Tarkut era el único herido. —Furr lo cazó, así que hoy habrá jabalí para la cena —agregó Tom. Risas y expresiones de júbilo le siguieron a tal anuncio. Cazar jabalíes no era una tarea sencilla. Un corte con sus colmillos en las piernas podía poner fin al humano más fuerte. —Tendré que prepararme para el olor a grasa de cerdo —susurró Me
—Habla claro, bestia. No tengo tiempo como para perderlo con tus juegos. ¿Estás aquí por los Dumas?—Por supuesto, Camsuq. Todo tiene que ver con los Dumas, eso lo sabes bien. Fue por su causa que nuestros caminos se cruzaron y fue por esa misma razón que me enviaste a tu amada florecita. —Lis no está aquí, ¿o sí? No te atrevas a ponerla en peligro. Por más que Desz intentó mantener su seriedad, una risa se le escapó. Sólo Camsuq podía enfurecerlo con la misma intensidad con la que le arrancaba carcajadas. —¡¿Qué te hace tanta gracia, bestia inmunda?! —Camsuq golpeó la mesa, haciendo saltar las figuritas que se repartían sobre un mapa garabateado en un viejo papel. —Tu cinismo sin límites, Camsuq, tu desvergüenza... Y el miedo que se agita en tu pecho. El rey de Arkhamis se recompuso y tomó distancia. —Se acabó, seguiré mi camino hacia Nuante. A quien quiero ver es a mi hija, no a ti —dio media vuelta y emprendió la retirada. —¿Tu hija? Camsuq se detuvo de golpe. Había algo en
Dos días luego del éxodo de los Dumas, uno de ellos regresó a la aldea. Los gritos de quienes lo vieron alertaron al resto y pronto hub0 una multitud de atemorizados humanos esperando por sus parientes. Como si el extraño evento no hubiera sido lo suficientemente enigmático, el hombre regresaba desnudo, cubierto sólo por tierra y hojas. Nada dijo él y fue llevado a casa por su esposa y su cuñado.Uno a uno todos fueron llegando en idénticas condiciones: desnudos, sucios, abstraídos y extenuados.—¡Amor mío! ¡¿Qué ha pasado?! ¡Estaba tan asustada! —decía Ena, con el rostro bañado en lágrimas. —Ya todo estará bien... —aseguró su esposo, que apenas se podía los pies—, todo estará bien. Cuando llegaron Filis y Tom, Mel fue hacia ellos. Le entregó a la mujer una manta. —Mel... ¿Puedes cuidar de Lilim?... Estamos tan cansados... La Tarkut recibió a la niña de los brazos de su padre y los acompañó a la cabaña. Ellos se dejaron caer en el lecho tan sucios como estaban y se durmieron al ins
Aldea Mendak, sur de GalaeaCon el alba regresó Furr a la aldea. Un Dumas que labraba la tierra detuvo su labor y alzó la mano para saludarlo alegremente. Furr le devolvió el saludo con una sonrisa, que se desvaneció en cuanto la criatura dejó de mirarlo.—¡Qué bueno que hayas vuelto! —le dijo otro Dumas, palmeándole la espalda. Furr también le sonrió. Todos sus temores de que algo sucediera en su ausencia quedaban así en el olvido. Su verdadera identidad seguía siendo desconocida para las repugnantes criaturas y el plan de infiltración continuaba en marcha. —Ayer cazamos un jabalí. Lo hicimos siguiendo tu consejo y nadie salió herido. —Eso está muy bien, Liam. Ten, los he recogido de camino. Tal vez podríamos sembrar los cuescos y, con suerte, germinen. El Dumas recibió de buena gana el saco con melocotones que Furr llevaba al hombro. —No pierdas más tiempo y ve a ver a tu esposa. —El Dumas volvió a palmearle el hombro. A pocos pasos de la cabaña, el acelerado palpitar del coraz
Campamento de los TarkutsA mediodía regresaron Mel y Furr, bastante más pronto de lo que todos esperaban. Al instante Atkum puso al tanto a su general de cuanto había pasado en su ausencia.—Hablaré a solas con Desz —le dijo Furr a Mel. Ella asintió y lo vio alejarse en completa calma. Confiaba en que sus palabras serían las mismas que ella diría, que tendría la fortaleza para aceptar todo lo que habían descubierto y aprendido de sus supuestos enemigos. —Es bueno que estés de regreso, Mel. Atkum le sonreía. No necesitaba acercarse más para percibir en ella el aroma de Furr. Sabiendo eso y suponiendo la razón siguió sonriéndole y acabó abrazándola. —Ese infame arkhamita sí que tiene suerte. Venir justo en mi ausencia, los dioses deben estar de su lado —dijo Furr, entrando a la tienda de Desz. —Sí, los dioses —balbuceó él—. ¿Qué noticias me traes, Furr? El tarkut del ojo violeta suspiró y, sentándose junto al rey, comenzó su relato de cuanto habían visto y oído sobre los nuevos Du
Reino de UratisA mediodía, la llegada de una caravana desde Karades sorprendió al reino. Los siervos de palacio iban de un lado a otro para dar un recibimiento a la altura de los visitantes, que no eran sino la realeza en persona.Una joven doncella bajó del carruaje, ataviada elegantemente y con curiosidad en la mirada. Su belleza era indiscutible, tanto como era llamativo su cabello, de un color rojo intenso, como la sangre, como el fuego. —La reina Dan-Kú, de Karades —la presentó el cochero. En el patio, el rey Anoreq y todos los presentes mostraron sus respetos con reverencias. Ella los saludó del mismo modo.—Es un honor conocerla por fin, majestad —dijo el rey, reverenciándola una vez más.—También lo es para mí conocer aliados fuera de Karades. —¿Ha venido el rey con usted?La acompañaban tres hombres, altos y en apariencia fuertes y recios.—Se ha quedado en el reino. Ellos son mis escoltas: Andilak, Manke y Beirú. Los soldados se inclinaron ante los uratitas. Anoreq tambi