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XXIII Perro rabioso
—¡¿A quién ha matado?! ¡Responde! —Ah-um sacudió al niño, que dejó caer la canasta.

Desz lo apartó y se alejó con él de la multitud.

—No pierdas el control —exigió, pasándose una mano por el cabello—. Había olvidado cuánto detesto las aldeas humanas.

Regresaron a la apartada casa sólo ellos dos. El señor se quedaría a disfrutar del espectáculo, así se los había hecho saber el niño, que también se había dedicado a averiguar sobre el crimen que el muchacho de la taberna había cometido y confirmó lo que Ah-um ya sospechaba.

—Apenas y la vi un par de veces, ¿por qué me siento tan triste?

—Tienes un buen corazón, que se sintió atraído por ella y ahora sufre su ausencia. —Desz le extendió una taza de té que él mismo había preparado.

—Yo podría haberla salvado...

—O podrías haber muerto con ella. A veces el destino está escrito en piedra, Ah-um, mientras antes lo comprendas, menor será tu sufrimiento y... —se interrumpió, olisqueando el aire y levantándose abruptamente—. ¡Ese animal lo ha
NatsZ

¿Cuál es la cura para tal dolor? ¿Se manchará Desz las manos con sangre?

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