¿Cuál es la cura para tal dolor? ¿Se manchará Desz las manos con sangre?
Desz cargó en sus brazos el desmadejado cuerpo del aldeano. El rechinido de huesos rotos no se escondía a sus oídos de Tarkut. A cada paso que daba, tenues quejidos se colaban por sus labios entreabiertos, que exhalaban un pálido vapor tan frío como su propio aliento. Lo dejó en un rincón del establo, allí pondría fin a su dolor.—Te recuerdo... —balbuceó el joven, viéndolo con el ojo que todavía podía usar, el otro se había hinchado hasta que no quedó espacio para que el parpado retrocediera—. Bebiste sidra en la taberna... —¿Por qué la mataste? —preguntó Desz.—¿Tú también la deseabas?... Todos la deseaban... —¿Y la mataste para que nadie te la arrebatara? ¿Tanto la amabas que llegaste a sentirte dueño de su propia vida? El joven rio entrecortadamente. La presión en su vientre lo hizo escupir sangre sobre la paja.—Era mi hermana... —Lo sé. —La amaba más que a nada en el mundo... —También lo sé, pero te convertiste en una bestia y las bestias no tienen hermanas. —Si vas a mata
Medianoche en la pequeña casa en las colinas. Los ojos de Desz se abrieron. Ah-um se removió junto a él, sin llegar a despertarse.—Madre... —Escapó el susurro de sus labios entreabiertos y el Tarkut deseó que no se despertara, que su dulce sueño sobreviviera a la tormenta. Un trueno y luego los pasos, pesados, dolorosos. El aldeano estaba en la cocina. Comió y, esforzándose por ser silencioso, buscó. Y lo que encontró era lo último que deseaba. Un golpe, gruñidos, quejidos... la sangre siendo drenada. Desz volvió a dormirse, Ah-um siguió soñando. Él no soñaba, ya no. El Tarkut dejó su lecho antes que el sol y que su madrugador acompañante. El aldeano se había arrastrado desde la cocina y estaba en el suelo, apoyado en el muro cerca del baño. No se sobresaltó con su silenciosa llegada. —El otro monstruo dejó muy poca sangre... Ya no alcanzará ni para mí... —miraba con nostalgia hacia la puerta de la entrada. —Él te debilita porque no quiere que huyas. Tu vida le pertenece y no t
El curandero que Ratszendach había hecho traer ya había pasado gran parte de la mañana en la casa y todo para nada, lamentaba el aldeano, su nariz se quedaría torcida para siempre. —Respirarás mejor en cuanto se deshinche. —¿Y hablnaré como unn labio pahnrtido por el nnesto ne mi vida? —hizo una mueca de asco al terminar. —Yo que tú me alegraría de no ahogarme mientras duermo. Los jóvenes de hoy no se contentan con nada —el curandero guardó sus implementos en un morral y salió seguido por Ah-um. —Nno volnvené a hnablarn. —Me harías un favor —le dijo Desz, concentrado en sus anómalas facciones. La nariz amoratada y gorda permitía ver el hueso que serpenteaba debajo. Parecía que intentara con todas sus fuerzas olerse la mejilla. No era agradable de ver. El aldeano rebuznó y reaccionó a su propio sonido horroroso con un gruñido de cerdo. Reprimió un nuevo gruñido, viendo a Desz con intensidad. —No durarás más de unos cuantos latidos en silencio, tu cabeza no funciona si no estás
Lo sentía en su habitación y también en la sala, lo sentía en toda la casa. El aroma de Ah-um impregnado en las paredes, en los muebles, se mezclaba con el aire al menor movimiento, agitando sus recuerdos, su corazón. Reclinado en el sillón, Desz cerró los ojos, buscando percibir sólo el aroma de los leños carbonizándose en la chimenea.—¿Por qué no vas a buscarlo si lo extrañas tanto? —preguntó el aldeano. El ceño de Desz se marcó con una leve arruga. La presencia del aldeano había comenzado a molestarle. Cada vez que oía pasos en la casa, no era Ah-um con quien se encontraba, era ese joven, que en nada se le parecía. Sus gruñidos, resoplidos, silbidos, respiración, todos los sonidos que de él salían le erizaban los vellos. Hasta su voz se le hacía más despreciable cada día. Oyó sus pasos acercándose, una pisada limpia y otra arrastrada de la pierna que, aunque derecha, le seguía sin ser del todo útil. Las pisadas se detuvieron, la respiración se oía tras él. —Vete y déjame en paz.
Desz cabalgaba por las llanuras con el corazón en llamas. La preocupación que lo embargaba hasta la fiebre le había quitado. Su vista se nublaba a ratos y apretaba las riendas con fuerza. Erró en el camino un par de veces, sus oídos lo engañaban. No deseaba oír a las criaturas rastreras ni a los árboles mecidos por el viento, no deseaba oler la bruma que le mojaba las ropas, pero había perdido el control de sus sentidos."El perro ha ido a dar un paseo a la aldea", le había dicho Ratszendach, con esa sonrisa que delataba su malicia. Un paseo con la pierna en tal estado y a la aldea donde querían verlo muerto. Esperaba que no estuviera muy lejos, pues cabalgar le era imposible. No podía olerlo y no pudo encontrarlo por los senderos entre las colinas. Bajó al valle y lo buscó por el bosque. Su aroma le llegó por breves momentos, era el aroma de su sangre y se le hizo agua la boca. Siguió por el bosque, rastreándolo como un depredador a su presa. Desde el borde de una pequeña quebrada,
—¿Dónde estabas? —preguntó Desz. La desaparición de Furr le agrió el ánimo desde el alba, cuando encontró su lecho vacío. Siguió su rastro y acabó hallándolo junto al río, en la zona donde él mismo lo había llevado a asearse una vez. Estaba sentado en la ribera. Su cabello y ropas estaban mojados. —Fui a la aldea, al mercado. Todos hablan de lo ocurrido, creen que pueda tratarse de lobos —le contó. —No quiero que vayas a la aldea. Debemos evitar levantar sospechas si queremos seguir aquí, ¿lo entiendes? Furr veía con interés algo en el suelo. —Mírame cuando te hable —lo regañó Desz.El joven clavó su mano entre la hierba y la sacó rápidamente. Del puñado de tierra que cargaba se asomó una lombriz. —Pude escucharla. —¿Escuchas a una lombriz, pero no a mí? —cuestionó Desz, mirando a la criatura retorcerse antes de ser devuelta a su mundo subterráneo. —Ellos son los que deben ocultarse, no nosotros. Somos seres superiores, Desz. ¿Acaso el ave se oculta de las lombrices? Ellas son
Las sospechas de Desz habían resultado ser ciertas. Ratszendach no sólo ya había estado en la zona a la que llegaron, tenía incluso una casona preparada para ellos. Era mucho más grande que la anterior y supuso lo que aquello significaría. —Furr, muchacho. Llévame al mercado. Conseguiré unas siervas que me hagan rejuvenecer con sus suaves manos —ordenó Ratszendach subiendo a la carreta. Furr miró a Desz. —No gruñas —le dijo éste, palmeándole el hombro. Sin muchas ganas, y menos aún oportunidades para protestar, Furr condujo la carreta por donde se le ordenó. Se mordió la lengua gran parte del viaje para no contestar a las sandeces que le decía Ratszendach. Oía en su cabeza la voz de Desz. "No lo dejes provocarte". Siempre le decía lo mismo y él siempre lo olvidaba. —Buscaremos algún comerciante de esclavos. Quiero una esclava sumisa y silenciosa. Si no tiene lengua, mejor aún. Las risas del señor fueron acompañadas por los gruñidos de Furr. Se alegró de que Desz no estuviera cerc
El joven Tarkut caminaba impaciente por la sala. La luna ya se hallaba en descenso desde el cielo y Desz no regresaba. Y Furr no era bueno esperando.—Mi señor —escupió de mala gana alguien tras él. Era la muchacha que se cubría el rostro con el cabello. Ya no lo hacía, pero deseaba que así fuera. La cicatriz en la cara le daba un aspecto espantoso. Ella se inclinó, extendió la bandeja hacia él y le sonrió. Fue una sonrisa fingida y grotesca que a Furr le erizó los finos vellos de los brazos. Miró el interior del vaso. No lograba sentir su aroma a esa distancia, pero por el color supo de qué se trataba.—¿Acaso te he pedido té? —No, pero... el otro señor me dijo que... —¡Largo! El infeliz de Ratszendach no perdía oportunidad para fastidiarlo. Él era incapaz de beber algo que no fuera sangre. Y además enviaba a esa muchacha horrorosa sólo para enfurecerlo. —Tus gruñidos se oyen hasta el establo —dijo Desz, entrando a la casona. Venía solo. —¿Y la muchacha? —La devolví —contó, se