Los caminos de Ah-um y Desz se han separado, ¿volverán a juntarse?
Lo sentía en su habitación y también en la sala, lo sentía en toda la casa. El aroma de Ah-um impregnado en las paredes, en los muebles, se mezclaba con el aire al menor movimiento, agitando sus recuerdos, su corazón. Reclinado en el sillón, Desz cerró los ojos, buscando percibir sólo el aroma de los leños carbonizándose en la chimenea.—¿Por qué no vas a buscarlo si lo extrañas tanto? —preguntó el aldeano. El ceño de Desz se marcó con una leve arruga. La presencia del aldeano había comenzado a molestarle. Cada vez que oía pasos en la casa, no era Ah-um con quien se encontraba, era ese joven, que en nada se le parecía. Sus gruñidos, resoplidos, silbidos, respiración, todos los sonidos que de él salían le erizaban los vellos. Hasta su voz se le hacía más despreciable cada día. Oyó sus pasos acercándose, una pisada limpia y otra arrastrada de la pierna que, aunque derecha, le seguía sin ser del todo útil. Las pisadas se detuvieron, la respiración se oía tras él. —Vete y déjame en paz.
Desz cabalgaba por las llanuras con el corazón en llamas. La preocupación que lo embargaba hasta la fiebre le había quitado. Su vista se nublaba a ratos y apretaba las riendas con fuerza. Erró en el camino un par de veces, sus oídos lo engañaban. No deseaba oír a las criaturas rastreras ni a los árboles mecidos por el viento, no deseaba oler la bruma que le mojaba las ropas, pero había perdido el control de sus sentidos."El perro ha ido a dar un paseo a la aldea", le había dicho Ratszendach, con esa sonrisa que delataba su malicia. Un paseo con la pierna en tal estado y a la aldea donde querían verlo muerto. Esperaba que no estuviera muy lejos, pues cabalgar le era imposible. No podía olerlo y no pudo encontrarlo por los senderos entre las colinas. Bajó al valle y lo buscó por el bosque. Su aroma le llegó por breves momentos, era el aroma de su sangre y se le hizo agua la boca. Siguió por el bosque, rastreándolo como un depredador a su presa. Desde el borde de una pequeña quebrada,
—¿Dónde estabas? —preguntó Desz. La desaparición de Furr le agrió el ánimo desde el alba, cuando encontró su lecho vacío. Siguió su rastro y acabó hallándolo junto al río, en la zona donde él mismo lo había llevado a asearse una vez. Estaba sentado en la ribera. Su cabello y ropas estaban mojados. —Fui a la aldea, al mercado. Todos hablan de lo ocurrido, creen que pueda tratarse de lobos —le contó. —No quiero que vayas a la aldea. Debemos evitar levantar sospechas si queremos seguir aquí, ¿lo entiendes? Furr veía con interés algo en el suelo. —Mírame cuando te hable —lo regañó Desz.El joven clavó su mano entre la hierba y la sacó rápidamente. Del puñado de tierra que cargaba se asomó una lombriz. —Pude escucharla. —¿Escuchas a una lombriz, pero no a mí? —cuestionó Desz, mirando a la criatura retorcerse antes de ser devuelta a su mundo subterráneo. —Ellos son los que deben ocultarse, no nosotros. Somos seres superiores, Desz. ¿Acaso el ave se oculta de las lombrices? Ellas son
Las sospechas de Desz habían resultado ser ciertas. Ratszendach no sólo ya había estado en la zona a la que llegaron, tenía incluso una casona preparada para ellos. Era mucho más grande que la anterior y supuso lo que aquello significaría. —Furr, muchacho. Llévame al mercado. Conseguiré unas siervas que me hagan rejuvenecer con sus suaves manos —ordenó Ratszendach subiendo a la carreta. Furr miró a Desz. —No gruñas —le dijo éste, palmeándole el hombro. Sin muchas ganas, y menos aún oportunidades para protestar, Furr condujo la carreta por donde se le ordenó. Se mordió la lengua gran parte del viaje para no contestar a las sandeces que le decía Ratszendach. Oía en su cabeza la voz de Desz. "No lo dejes provocarte". Siempre le decía lo mismo y él siempre lo olvidaba. —Buscaremos algún comerciante de esclavos. Quiero una esclava sumisa y silenciosa. Si no tiene lengua, mejor aún. Las risas del señor fueron acompañadas por los gruñidos de Furr. Se alegró de que Desz no estuviera cerc
El joven Tarkut caminaba impaciente por la sala. La luna ya se hallaba en descenso desde el cielo y Desz no regresaba. Y Furr no era bueno esperando.—Mi señor —escupió de mala gana alguien tras él. Era la muchacha que se cubría el rostro con el cabello. Ya no lo hacía, pero deseaba que así fuera. La cicatriz en la cara le daba un aspecto espantoso. Ella se inclinó, extendió la bandeja hacia él y le sonrió. Fue una sonrisa fingida y grotesca que a Furr le erizó los finos vellos de los brazos. Miró el interior del vaso. No lograba sentir su aroma a esa distancia, pero por el color supo de qué se trataba.—¿Acaso te he pedido té? —No, pero... el otro señor me dijo que... —¡Largo! El infeliz de Ratszendach no perdía oportunidad para fastidiarlo. Él era incapaz de beber algo que no fuera sangre. Y además enviaba a esa muchacha horrorosa sólo para enfurecerlo. —Tus gruñidos se oyen hasta el establo —dijo Desz, entrando a la casona. Venía solo. —¿Y la muchacha? —La devolví —contó, se
El pecho de la morena subía y bajaba, todavía conmocionado por el placer carnal. La miel de la que Ratszendach hablaba le chorreaba la cara interna de los muslos y se había regado por el piso. El Tarkut le susurró algo al oído y ella se tambaleó hasta dejar la habitación. Él fue al lavatorio junto a la ventana y se lavó las manos. —Dijiste que los Dumas parecían árboles, ¿cómo puede ser ella un Dumas?—No lo es, Desz. Ella es humana, por fuera y por dentro también. —¿Entonces? —Me han dicho que era muda, por eso la compré. No imaginas mi sorpresa cuando tales palabras brotaron de su boca en medio del acto amatorio. Ella habla su lengua y no parece entender la nuestra. Lo curioso es que sólo habla cuando el deseo llena su cuerpo. —¿Y qué es lo que dice? Ratszendach se secó las manos y volvió frente a Desz. —No lo sé. Hasta el momento conmigo ha dicho las mismas palabras. Quisiera que tú la "interrogues", para saber si dice algo nuevo. Desz lo miró de mala gana. Tenía él esa incon
El miedo era una sensación primitiva que en su justa medida permitía la supervivencia, si se lo sabía escuchar. Neulí sabía escuchar y, aunque su vida era miserable, ella deseaba seguir viviendo. Y, para lograrlo, debía salir de aquella casona. Por fea que fuera, a los bandidos no les importaba su cara, sólo lo que podrían hallar entre sus piernas. Fue por un cuchillo a la cocina. A poco andar, oyó unos frenéticos gritos de mujer. La morena estaba en el suelo, sus manos ensangrentadas clavaban con ira un cuchillo sobre un hombre postrado. Eval también estaba allí. El suelo era un charco de sangre.Retrocedió ante tan espantosa escena. Su mano temblorosa buscó coger un uslero, pero botó un jarro que se le interpuso. La mujer se percató de su presencia. Tenía sangre hasta dentro de los ojos. Se levantó lentamente, con el cuchillo por delante y se abalanzó sobre Neulí. Sin tiempo para pensar y menos para correr, la joven se dejó caer al suelo y golpeó con sus piernas el vientre de la mu
En aquella casona en la ladera de un cerro y frente a una quebrada, habitada por criaturas no humanas, no había tal cosa como el silencio, Furr lo había destrozado con sus gritos, que iban en aumento.—La muchacha no es de tu pertenencia. Fui yo quien la compró y fue ella quien me suplicó por una nueva vida. La impasible serenidad de Ratszendach lo alteraba aún más. En momentos como éste, esa aparente paz no era más que una careta tras la que se ocultaba su siniestra sonrisa. Como era habitual, Desz hizo lo posible por calmar los ánimos. Sacó a Furr para que el aire le aclarara la cabeza. Al furioso Tarkut no le salían las palabras, sólo gruñidos y gritos, cada vez más débiles, afloraban de su cuerpo. Así fue hasta que le quedó sólo una respiración pesada. —Neulí y Ratszendach pueden irse a la mierd4... No me importan, son escoria.—¿La rechazarás ahora que es un Tarkut? ¿Crees que eso ha cambiado su corazón? No hagas tal, Furr. No te atrevas. —Yo no la amo, Desz, nunca la he amado