Debí regresar a la casa de mi madre, aunque era lo último que quería hacer. El camino hasta aquí había sido una pesadilla interminable, pero no tenía otra opción. Cada día que pasaba, la desesperación se apoderaba más de mí. Me siento rota, pero no he dejado de pelear, no puedo hacerlo... no por mí, sino por mis hijos.
He pasado los últimos días buscando abogados, moviéndome de oficina en oficina, intentando encontrar a alguien que se atreva a enfrentarse a Ricardo Beltrán, el hombre con todo el poder y el apellido que causa miedo con solo mencionarlo. Pero una vez que les digo quién es mi exesposo, veo el miedo en sus ojos. Ninguno quiere involucrarse. Ninguno quiere enfrentarse al futuro gobernador. Y, para colmo, mi madre no deja de gritarme. —¡Eres una inútil! —me recrimina mientras da vueltas por la pequeña cocina—. ¡¿Cómo pudiste perder a Ricardo, Alexa?! ¡Nos ha dejado sin nada! ¡Mira cómo hemos terminado por tu culpa! Yo la escucho, pero apenas puedo procesar sus palabras. Estoy demasiado agotada, demasiado abrumada. A mí no me importa lo que Ricardo haya dejado de darle a ella o a mí. Lo único que me importa son mis bebés. —Mamá, por favor… no me hables así. Necesito pensar, necesito... —intento explicarle, pero ella no me deja terminar. —¿Pensar? ¡Tú no sabes ni pensar, Alexa! —grita, y su tono cortante me atraviesa el alma—. Tenías todo: una casa, dinero, el apellido Beltrán. ¡Y lo tiraste todo por la borda! ¡Ahora no tenemos nada! ¡Ni una pensión, ni un centavo! —Me lanza una mirada llena de desprecio—. Y todo por tu culpa. Mis manos tiemblan mientras me sujeto a la mesa, tratando de mantener la calma, pero las lágrimas están al borde de salir. No soy una inútil. No lo soy. Sin embargo, sus palabras me duelen porque me siento como si lo fuera. No solo perdí a Ricardo, sino que ahora ni siquiera tengo cómo pelear por lo único que realmente me importa: mis hijos. —Solo quiero a mis hijos, mamá —le digo en voz baja, casi suplicante, esperando que al menos ella entienda lo que estoy sintiendo. Pero su respuesta es una carcajada seca. —¿Tus hijos? Ricardo te los va a quitar. Si ni siquiera tienes un abogado. ¿Qué piensas hacer, Alexa? ¡Despierta! Mis lágrimas finalmente caen, y en este momento, siento que estoy más sola que nunca. No sé cómo voy a salir de esta. Solo tenía dos objetivos en la mente: encontrar un trabajo y un abogado. Sabía que no iba a ser fácil, pero no podía quedarme de brazos cruzados viendo cómo Ricardo se llevaba todo lo que más amaba en el mundo. Años atrás, había trabajado como modelo. No fue una carrera de grandes éxitos, pero fue suficiente para abrirme ciertas puertas... y, al final, fue lo que me llevó a la peor decisión de mi vida: conocer a Ricardo Beltrán. Mi vida siempre había sido complicada. Mi padre nos abandonó cuando yo era pequeña, dejándonos solas a mamá y a mí. Ella se encargó de explotarme desde que tuvo la oportunidad, viendo en mi belleza la única salida para nuestras vidas. A los seis años, ya estaba participando en concursos de belleza, con vestidos costosos que mamá apenas podía pagar, pero que estaba decidida a que yo luciera. Desde entonces, mi vida se convirtió en una constante exhibición. Siempre debía ser perfecta. Nunca podía permitirme un error o una mancha en la imagen que mamá había creado de mí. A los dieciocho, cuando por fin pude decidir algo por mí misma, entré al mundo del modelaje de manera más profesional. Parecía el único camino que tenía a mi alcance, y aunque no lo disfrutaba, al menos me daba algo de independencia... o al menos eso creí. Fue en ese entorno, entre eventos exclusivos, desfiles y campañas publicitarias, donde Ricardo apareció como un héroe. Con su carisma abrumador, su mirada segura y esa sonrisa que prometía mundos que yo jamás había imaginado. En ese momento, me deslumbró. Me hizo sentir que él veía algo más en mí que mi cara bonita. Me hizo creer que, por fin, alguien me valoraba más allá de lo que otros veían en el exterior. Estoy completamente desesperada. Ya no sé a quién acudir. No tengo un peso para pagar un abogado decente, y los pocos que me han querido escuchar me dicen que mi caso es prácticamente imposible. La única idea que se repite en mi cabeza es que me lo va a quitar todo, no solo a mis hijos, sino cualquier esperanza de salir de este infierno. Caminé durante horas, con los pies ardiendo y el cuerpo agotado, tocando puerta tras puerta. Cada vez que preguntaba por trabajo, la respuesta era la misma: una mirada de lástima, una disculpa apresurada, y la puerta cerrándose en mi cara. Mi apellido ya no era una llave que abría puertas, sino una barrera que me alejaba de cualquier oportunidad. Sabía que Ricardo se estaba asegurando de que nadie en la ciudad quisiera ayudarme. Al final, el cansancio y la frustración me ganaron. Llegué a un bar pequeño, de esos que apenas se notan en la esquina de la calle. Me dejé caer en uno de los taburetes junto a la barra, sintiendo el peso de todo el día sobre mis hombros. No tenía más fuerzas. Todo lo que quería era desaparecer por unos minutos, perderme en el ruido, en la gente, en cualquier cosa que me hiciera olvidar lo miserable que me sentía. —¿Qué te traigo? —me preguntó el camarero, un hombre robusto que me miraba con cierta indiferencia. —Lo que sea —murmuré, apoyando los codos en la barra y enterrando mi rostro en las manos. Estaba agotada, física y mentalmente. El ambiente a mi alrededor era ruidoso, lleno de risas y conversaciones. Para todos los demás, era solo otra noche. Para mí, era una de las peores de mi vida. No podía dejar de pensar en mis hijos, en lo que Ricardo estaría planeando ahora. Él había sido claro: me los iba a quitar, y tenía todo el poder para hacerlo. Salí de mis pensamientos cuando vi que alguien entraba al bar. Lo reconocí al instante, y un escalofrío recorrió mi espalda. Era Elijan Morgan. Había oído su nombre tantas veces salir de la boca de Ricardo, siempre cargado de desprecio. Ricardo odiaba a ese hombre, lo consideraba un peligro, alguien que desafiaba su autoridad cada vez que podía. Elijan era un abogado importante, famoso por defender a los más poderosos en los círculos de la mafia. Era el tipo de hombre que no se dejaba intimidar por nada ni nadie. Lo observé mientras cruzaba la puerta con la seguridad de alguien que siempre está al mando. Su cabello oscuro caía con elegancia, y sus ojos, de un verde esmeralda intenso, parecían ver más allá de lo evidente. Era peligroso, y lo sabía. Todos en el bar parecían notarlo también; las conversaciones se apagaron lentamente cuando él entró, y el aire se volvió pesado con su presencia. ¿Debía arriesgarme?Elijan MorganHabía sido un día completamente agotador. Tuve una audiencia, pero finalmente logré ganar, como siempre. Desde que terminé la carrera, no había perdido un solo juicio. La verdad era que no me importaba una mierda si mis clientes eran culpables o inocentes; lo único que realmente me importaba era el resultado. Solo tenía dos reglas: no defendía a hombres que abusaran o maltrataran a niños, ni a aquellos que abusaran de mujeres. Si no hacían nada de eso, no me importaba si eran narcotraficantes o lo que fuera; los dejaría libres.Después de un día así, me dirigí al bar que quedaba cerca de mi despacho. Era mi refugio, un lugar donde podía relajarme y disfrutar de un trago bien servido. Aquí, el ambiente siempre estaba cargado de risas y conversaciones animadas, y el barman sabía exactamente cómo prepararme mi whisky favoritoEstaba sentado en la barra, sorbiendo mi bebida, cuando noté que una mujer se acercaba. Era de cabello ondulado, una mezcla entre rojo y café que caía
Estaba completamente furiosa. No podía creer la propuesta que me había hecho ese miserable; estaba loco si creía que aceptaría ser su amante por demasiado tiempo. Me levanté a primera hora y me dirigí al colegio de mis pequeños. Los veía entrar, y mi corazón se llenaba de amor. Eran tan hermosos. Mi pequeño Remo, con sus grandes ojos azules y su cabello oscuro, siempre me hacía sonreír. A su lado, la pequeña Rubí, con su cabello ondulado y sus ojos del mismo color que los míos, reflejaba la misma dulzura. Mis gemelos eran el amor de mi vida, y no podía imaginar un futuro sin ellos. Cuando entraron al colegio, se despidieron de su nana con un abrazo cálido y se marcharon. A penas ellos entraron, me acerqué a la mujer, pero los escoltas me detuvieron. —Señora Alexa, los niños no dejan de preguntar por usted —me informó uno de los hombres con una voz grave, pero llena de preocupación. Mis bebés. No podía permitir que Silvia los maltratara. —Por favor, dime que no les ha hecho da
Cuando me desperté, una niebla densa me envolvía, tanto en mi mente como en la habitación. Todo era blanco y frío, el aire impregnado con el fuerte olor a desinfectante. Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mis pensamientos, pero nada parecía hacer sentido. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí?Mis recuerdos estaban desordenados, como si alguien los hubiera sacudido. Solo fragmentos borrosos: el sonido de un coche acercándose, el miedo que me atravesó, y luego… nada. Me incorporé lentamente, el dolor en mi pecho incrementándose con cada movimiento. —Finalmente despiertas —la voz grave de Elijan rompió el silencio como un cuchillo cortante. Me giré para encontrarlo de pie en el umbral de la puerta, observándome con esa expresión que siempre parecía cruzar entre burla y control absoluto. —¿Qué pasó? —logré preguntar, mi garganta seca, aunque trataba de mantener la voz firme.—Cruzaste la calle sin mirar. Un coche casi te atropella —respondió él, con esa calma irritante que si
Al bajar del coche, sentí el frío del aire nocturno rozando mi piel. Frente a mí se alzaba el imponente edificio de Elijan, una torre de cristal que reflejaba las luces de la ciudad. No podía negar la opulencia del lugar; todo parecía tan inalcanzable, tan fuera de mi realidad. El chófer, sin decir una palabra, sacó mis maletas del maletero mientras yo permanecía inmóvil, mirando aquel monstruo de vidrio que iba a ser mi nueva prisión.—Por aquí, señorita —dijo el chófer, rompiendo el silencio mientras abría la puerta principal del edificio.Asentí sin decir nada, mis piernas parecían de plomo mientras caminaba hacia el ascensor. Las puertas se cerraron con un suave zumbido y el número del ático se iluminó, llevándome directamente a lo más alto. Mi corazón palpitaba con fuerza. Sabía lo que significaba esto, sabía a lo que me estaba condenando, pero no había vuelta atrás. Mis hijos estaban en juego.Las puertas del ascensor se abrieron directamente al amplio recibidor del departamento
Me desperté temprano, con el cuerpo adolorido por lo que había sido una noche intensa. Intenté moverme de la cama con cuidado, pero antes de que pudiera siquiera levantarme, sentí su mano firme agarrándome de la cintura.—¿A dónde mierda crees que vas? —su voz ronca me detuvo.—Iba por el desayuno... —murmuré, aún medio adormilada.—Primero yo quiero mi desayuno —dijo con esa arrogancia que me hacía estremecer.Elijan tiró de la sábana, dejándome completamente expuesta, y sin necesidad de más palabras, giré automáticamente, levantando mi trasero hacia él. Sentí su aliento caliente en mi cuello mientras me susurraba con una posesividad abrasadora.—Eres mía... —susurró, entrando en mí con fuerza una y otra vez, marcando cada embestida con esas palabras que se repetían en mi oído, grabándose en mi piel.No podía hacer otra cosa que aferrarme a las sábanas mientras su cuerpo me reclamaba de nuevo.El ritmo de sus movimientos era frenético, cada embestida más intensa que la anterior. Mis
—¿Qué mierda te pasa? —preguntó Elijan con brusquedad mientras ambos estamos en el sofá. Su cuerpo estaba relajado, pero su voz cortante dejaba claro su irritación. Yo estaba sentada junto a él, mantenía una expresión seria, con los labios apretados y la mirada perdida. No podía evitarlo.—Nada —respondí en un susurro, sintiendo cómo la tensión crecía dentro de mí.Elijan bufó con exasperación y se recostó en el sofá, cruzando los brazos sobre el pecho. Su tono de voz, aún más áspero, cortó el aire entre nosotros.—Alexa, he venido del trabajo agotado, y no me gustan las caras largas. Estás aquí para satisfacerme —dijo con indiferencia, como si no importara lo que yo sentía.Cerré los ojos por un segundo, intentando contener el dolor que sus palabras me causaban. Han sido días sin ver a mis hijos, y yo ya no sabía cuánto más podía soportar. Mi corazón se desgarraba de la angustia, pero tenía que permanecer fuerte... o al menos aparentarlo.Elijan, sin previo aviso, me arrojó su teléfo
Aún no sé cómo tuve el valor de hacerlo. El miedo y la desesperación me impulsaron mientras ataba las cortinas con manos temblorosas, tratando de que quedaran lo suficientemente firmes para soportar mi peso. Sabía que si me descubría, no habría vuelta atrás. Respiré hondo, intentando calmar el temblor en mis piernas antes de comenzar a descender por la ventana. Cada centímetro que bajaba, sentía el vértigo mezclado con la urgencia.Cuando por fin llegué al suelo, mis manos estaban adoloridas y el corazón me latía desbocado, pero no podía detenerme. Me deslicé por una ventana abierta de un departamento vacío, mi cuerpo cayendo con torpeza al interior. Me levanté rápidamente, mirando alrededor con los nervios a flor de piel, pero no había nadie. Gracias a Dios.Sin perder más tiempo, salí del departamento y corrí lo más rápido que pude, sintiendo el aire frío golpearme en la cara. Las calles eran un borrón mientras me alejaba del edificio, mi único pensamiento era llegar a mi hijo. Leva
Estaba completamente molesta en el patrullero, sintiendo cómo la frustración y la rabia burbujeaban en mi interior. Sin embargo, de repente, la patrulla se detuvo y una camioneta se acercó rápidamente. Observé con incredulidad cómo Elijan se acercaba a uno de los oficiales, mientras otro me quitaba las esposas. La sensación de libertad me invadió, pero aún no podía creer lo que estaba sucediendo. Elijan, con una mirada intensa, le entregó un fajo de billetes a uno de los policías. Mi corazón latía desbocado, preguntándome qué demonios estaba pasando. —¡Estás loca, Alexa! —me gritó, su voz llena de desesperación y enfado. —¿Qué haces aquí? —dije, tratando de entender la situación. Mi mente estaba en un torbellino de confusión y miedo—. No entiendo nada. —No tengo tiempo para responder preguntas estúpidas —replicó, apretando los dientes con tensión—. Escúchame bien: tú jamás estuviste en la mansión Beltrán esta noche, ¿entendido? ¿Evitaste las cámaras al entrar, verdad? Asentí