Estaba completamente furiosa. No podía creer la propuesta que me había hecho ese miserable; estaba loco si creía que aceptaría ser su amante por demasiado tiempo. Me levanté a primera hora y me dirigí al colegio de mis pequeños. Los veía entrar, y mi corazón se llenaba de amor. Eran tan hermosos.
Mi pequeño Remo, con sus grandes ojos azules y su cabello oscuro, siempre me hacía sonreír. A su lado, la pequeña Rubí, con su cabello ondulado y sus ojos del mismo color que los míos, reflejaba la misma dulzura. Mis gemelos eran el amor de mi vida, y no podía imaginar un futuro sin ellos. Cuando entraron al colegio, se despidieron de su nana con un abrazo cálido y se marcharon. A penas ellos entraron, me acerqué a la mujer, pero los escoltas me detuvieron. —Señora Alexa, los niños no dejan de preguntar por usted —me informó uno de los hombres con una voz grave, pero llena de preocupación. Mis bebés. No podía permitir que Silvia los maltratara. —Por favor, dime que no les ha hecho daño —dije, mi voz temblando de angustia. —Yo jamás lo permitiría, pero debe darse prisa, señora Alexa. El señor Ricardo planea llevárselos del país. No podía ser. No podía permitir que eso pasara. La idea de perder a mis hijos me llenaba de desesperación. Cuando ella se marchó, tomé un autobús y me dirigí hacia el despacho de aquel miserable, Elijan. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario por mis bebés, incluso si eso significaba perder mi dignidad. Al llegar a la oficina de Elijan, el corazón me latía con fuerza. La recepcionista, una mujer de cabello lacio y con una actitud despectiva, me miró con desdén. —¿Y tú quién te crees? —preguntó, arqueando una ceja mientras revisaba su teléfono. —Necesito ver a Elijan —respondí, tratando de mantener la calma, pero mi voz traicionó mi nerviosismo. La mujer soltó una risa burlona, como si mi presencia fuera un chiste. —¿Acaso tienes una cita? Si no, te sugiero que te vayas. Aquí no estamos para perder el tiempo con perdedoras —dijo con una sonrisa sarcástica. No podía creer lo arrogante que era. La ira comenzaba a burbujear dentro de mí, y no estaba dispuesta a dejar que esa mujer me intimidara. —¡Escucha, necesito hablar con él! —grité, sintiendo que la desesperación me invadía. En ese momento, la puerta de la oficina de Elijan se abrió de golpe. Él apareció, visiblemente molesto, con una ceja alzada y su expresión de desprecio habitual. —¿Qué demonios está pasando aquí? —rugió, su mirada fulminante posándose sobre mí. —Elijan, por favor, necesito tu ayuda. No puedo permitir que Ricardo se lleve a mis hijos —dije, tratando de mantenerme firme a pesar de su aura intimidante. Elijan me miró como si fuera una molestia, sus ojos verdes centelleando con una mezcla de curiosidad y desprecio. —¿Y qué te hace pensar que me importa? —preguntó, cruzando los brazos, demostrando que no tenía intención de hacerme la vida más fácil. Mi corazón se hundió. Sabía que tenía que encontrar una manera de hacer que entendiera la gravedad de mi situación. —Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para proteger a mis hijos —respondí, sintiendo cómo la determinación me llenaba. Me di cuenta de que la secretaria me miraba con arrogancia, y a Elijan no le importaba disimular su diversión. Su risa arrogante resonó en el aire como un eco burlón. —¿Qué pena, cariño? —dijo, con una sonrisa despreciativa— Pero en este momento estoy ocupado. Atenderé tu asunto mañana o dentro de una semana. La confusión me invadió. —Anoche tú dijiste… —comencé a protestar, intentando recordar las palabras que había pronunciado en un momento de desesperación. —Eso fue anoche —interrumpió, con desdén— Sé lo que dije anoche, pero ahora estoy ocupado.Lárgate, no me estorbes. El golpe de sus palabras me dejó sin aliento. La rabia brotó de mi interior como un volcán a punto de erupcionar. —¡No puedes hablarme así! —grité, sintiendo que el ardor en mi pecho se transformaba en una determinación feroz—. Estoy aquí porque necesito ayuda. Mis hijos están en peligro, y tú lo sabes. Elijan me miró con desdén, como si mis palabras no significaran nada. La secretaria se cruzó de brazos, disfrutando del espectáculo. —¿Y qué te hace pensar que me importa? —dijo Elijan, su tono helado—. A mí no me afectan tus problemas familiares. —¡Por favor! —suplicé, acercándome un poco más, sin importar que su desprecio me lastimara—. No estoy aquí para suplicarte por mí. Lo hago por Remo y Rubi. No puedo permitir que Ricardo los lleve lejos de mí. Elijan se inclinó hacia adelante, sus ojos verdes centelleando con malicia. —Tal vez deberías haber pensado en eso antes de meterte con un tipo como Ricardo. —dijo, despectivo.— Lárgate. Me marché completamente enojada, con el corazón palpitando de rabia y desesperación. Cada paso que daba se sentía más pesado que el anterior. No podía dejar de pensar en mis hijos y en la amenaza que pendía sobre ellos. Las lágrimas brotaban de mis ojos, desdibujando la realidad que me rodeaba. Cruce la calle sin siquiera mirar, absorta en mis pensamientos, hasta que un grito desgarrador me sacó de mi ensimismamiento. —¡Alexa, cuidado! Alcé la vista y vi un coche acercándose a gran velocidad. El estruendo de los frenos chirriando fue ensordecedor, y el tiempo pareció detenerse. Es lo último que recuerdo antes de perder la conciencia.Cuando me desperté, una niebla densa me envolvía, tanto en mi mente como en la habitación. Todo era blanco y frío, el aire impregnado con el fuerte olor a desinfectante. Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mis pensamientos, pero nada parecía hacer sentido. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí?Mis recuerdos estaban desordenados, como si alguien los hubiera sacudido. Solo fragmentos borrosos: el sonido de un coche acercándose, el miedo que me atravesó, y luego… nada. Me incorporé lentamente, el dolor en mi pecho incrementándose con cada movimiento. —Finalmente despiertas —la voz grave de Elijan rompió el silencio como un cuchillo cortante. Me giré para encontrarlo de pie en el umbral de la puerta, observándome con esa expresión que siempre parecía cruzar entre burla y control absoluto. —¿Qué pasó? —logré preguntar, mi garganta seca, aunque trataba de mantener la voz firme.—Cruzaste la calle sin mirar. Un coche casi te atropella —respondió él, con esa calma irritante que si
Al bajar del coche, sentí el frío del aire nocturno rozando mi piel. Frente a mí se alzaba el imponente edificio de Elijan, una torre de cristal que reflejaba las luces de la ciudad. No podía negar la opulencia del lugar; todo parecía tan inalcanzable, tan fuera de mi realidad. El chófer, sin decir una palabra, sacó mis maletas del maletero mientras yo permanecía inmóvil, mirando aquel monstruo de vidrio que iba a ser mi nueva prisión.—Por aquí, señorita —dijo el chófer, rompiendo el silencio mientras abría la puerta principal del edificio.Asentí sin decir nada, mis piernas parecían de plomo mientras caminaba hacia el ascensor. Las puertas se cerraron con un suave zumbido y el número del ático se iluminó, llevándome directamente a lo más alto. Mi corazón palpitaba con fuerza. Sabía lo que significaba esto, sabía a lo que me estaba condenando, pero no había vuelta atrás. Mis hijos estaban en juego.Las puertas del ascensor se abrieron directamente al amplio recibidor del departamento
Me desperté temprano, con el cuerpo adolorido por lo que había sido una noche intensa. Intenté moverme de la cama con cuidado, pero antes de que pudiera siquiera levantarme, sentí su mano firme agarrándome de la cintura.—¿A dónde mierda crees que vas? —su voz ronca me detuvo.—Iba por el desayuno... —murmuré, aún medio adormilada.—Primero yo quiero mi desayuno —dijo con esa arrogancia que me hacía estremecer.Elijan tiró de la sábana, dejándome completamente expuesta, y sin necesidad de más palabras, giré automáticamente, levantando mi trasero hacia él. Sentí su aliento caliente en mi cuello mientras me susurraba con una posesividad abrasadora.—Eres mía... —susurró, entrando en mí con fuerza una y otra vez, marcando cada embestida con esas palabras que se repetían en mi oído, grabándose en mi piel.No podía hacer otra cosa que aferrarme a las sábanas mientras su cuerpo me reclamaba de nuevo.El ritmo de sus movimientos era frenético, cada embestida más intensa que la anterior. Mis
—¿Qué mierda te pasa? —preguntó Elijan con brusquedad mientras ambos estamos en el sofá. Su cuerpo estaba relajado, pero su voz cortante dejaba claro su irritación. Yo estaba sentada junto a él, mantenía una expresión seria, con los labios apretados y la mirada perdida. No podía evitarlo.—Nada —respondí en un susurro, sintiendo cómo la tensión crecía dentro de mí.Elijan bufó con exasperación y se recostó en el sofá, cruzando los brazos sobre el pecho. Su tono de voz, aún más áspero, cortó el aire entre nosotros.—Alexa, he venido del trabajo agotado, y no me gustan las caras largas. Estás aquí para satisfacerme —dijo con indiferencia, como si no importara lo que yo sentía.Cerré los ojos por un segundo, intentando contener el dolor que sus palabras me causaban. Han sido días sin ver a mis hijos, y yo ya no sabía cuánto más podía soportar. Mi corazón se desgarraba de la angustia, pero tenía que permanecer fuerte... o al menos aparentarlo.Elijan, sin previo aviso, me arrojó su teléfo
Aún no sé cómo tuve el valor de hacerlo. El miedo y la desesperación me impulsaron mientras ataba las cortinas con manos temblorosas, tratando de que quedaran lo suficientemente firmes para soportar mi peso. Sabía que si me descubría, no habría vuelta atrás. Respiré hondo, intentando calmar el temblor en mis piernas antes de comenzar a descender por la ventana. Cada centímetro que bajaba, sentía el vértigo mezclado con la urgencia.Cuando por fin llegué al suelo, mis manos estaban adoloridas y el corazón me latía desbocado, pero no podía detenerme. Me deslicé por una ventana abierta de un departamento vacío, mi cuerpo cayendo con torpeza al interior. Me levanté rápidamente, mirando alrededor con los nervios a flor de piel, pero no había nadie. Gracias a Dios.Sin perder más tiempo, salí del departamento y corrí lo más rápido que pude, sintiendo el aire frío golpearme en la cara. Las calles eran un borrón mientras me alejaba del edificio, mi único pensamiento era llegar a mi hijo. Leva
Estaba completamente molesta en el patrullero, sintiendo cómo la frustración y la rabia burbujeaban en mi interior. Sin embargo, de repente, la patrulla se detuvo y una camioneta se acercó rápidamente. Observé con incredulidad cómo Elijan se acercaba a uno de los oficiales, mientras otro me quitaba las esposas. La sensación de libertad me invadió, pero aún no podía creer lo que estaba sucediendo. Elijan, con una mirada intensa, le entregó un fajo de billetes a uno de los policías. Mi corazón latía desbocado, preguntándome qué demonios estaba pasando. —¡Estás loca, Alexa! —me gritó, su voz llena de desesperación y enfado. —¿Qué haces aquí? —dije, tratando de entender la situación. Mi mente estaba en un torbellino de confusión y miedo—. No entiendo nada. —No tengo tiempo para responder preguntas estúpidas —replicó, apretando los dientes con tensión—. Escúchame bien: tú jamás estuviste en la mansión Beltrán esta noche, ¿entendido? ¿Evitaste las cámaras al entrar, verdad? Asentí
Cuando desperté, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, creando un cálido resplandor en la habitación. Miré a Elijan, aún dormido, y decidí que era el momento perfecto para intentar suavizar un poco la tensión entre nosotros. Después de todo, anoche él me había sacado de un gran lío, y quería mostrarle mi agradecimiento. Me vestí solo con su camisa, que me quedaba holgada y me daba una sensación de cercanía. La tela olía a él, y por un momento, me sentí segura. Me dirigí a la cocina y me puse a preparar su desayuno: café negro, fuerte, como a él le gustaba, y un pastel que había horneado la noche anterior. Mientras los aromas envolvían la cocina, una parte de mí se sentía bien, como si estuviera volviendo a una normalidad que había perdido. Con la bandeja en mano, subí a la cama y me acomodé a su lado. Su respiración era tranquila, casi hipnótica. Decidí aprovechar el momento. Me subí suavemente sobre él y comencé a dejar suaves besos en su cuello, sintiendo su piel
Elijan me había pedido que pasara por su oficina cerca del mediodía. Era un día soleado, pero yo solo sentía un nudo en el estómago, ansiosa por la charla que tendríamos sobre lo que debía declarar en la audiencia por la custodia. Sabía que necesitaba su apoyo, pero también temía lo que pudiera suceder en esa conversación. Cuando llegué a su oficina, tomé un respiro profundo antes de entrar. La puerta estaba entreabierta, y decidí asomarme, esperando encontrar a Elijan preparado para discutir los detalles legales. Pero lo que vi me dejó paralizada. La mujer pelirroja estaba sentada sobre su escritorio, sus piernas envueltas alrededor de él mientras él la sostenía con fuerza mientras tenían sexo. Elijan me miraba desde la puerta de su oficina, con esa sonrisa cínica que ahora me resultaba insoportable. Claro, todo tenía sentido ahora. La última vez que vine, su secretaria me había tratado con una frialdad que no entendí en su momento. Pensé que era solo otra empleada arrogante, pe