Estaba completamente molesta en el patrullero, sintiendo cómo la frustración y la rabia burbujeaban en mi interior. Sin embargo, de repente, la patrulla se detuvo y una camioneta se acercó rápidamente. Observé con incredulidad cómo Elijan se acercaba a uno de los oficiales, mientras otro me quitaba las esposas. La sensación de libertad me invadió, pero aún no podía creer lo que estaba sucediendo. Elijan, con una mirada intensa, le entregó un fajo de billetes a uno de los policías. Mi corazón latía desbocado, preguntándome qué demonios estaba pasando. —¡Estás loca, Alexa! —me gritó, su voz llena de desesperación y enfado. —¿Qué haces aquí? —dije, tratando de entender la situación. Mi mente estaba en un torbellino de confusión y miedo—. No entiendo nada. —No tengo tiempo para responder preguntas estúpidas —replicó, apretando los dientes con tensión—. Escúchame bien: tú jamás estuviste en la mansión Beltrán esta noche, ¿entendido? ¿Evitaste las cámaras al entrar, verdad? Asentí
Cuando desperté, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, creando un cálido resplandor en la habitación. Miré a Elijan, aún dormido, y decidí que era el momento perfecto para intentar suavizar un poco la tensión entre nosotros. Después de todo, anoche él me había sacado de un gran lío, y quería mostrarle mi agradecimiento. Me vestí solo con su camisa, que me quedaba holgada y me daba una sensación de cercanía. La tela olía a él, y por un momento, me sentí segura. Me dirigí a la cocina y me puse a preparar su desayuno: café negro, fuerte, como a él le gustaba, y un pastel que había horneado la noche anterior. Mientras los aromas envolvían la cocina, una parte de mí se sentía bien, como si estuviera volviendo a una normalidad que había perdido. Con la bandeja en mano, subí a la cama y me acomodé a su lado. Su respiración era tranquila, casi hipnótica. Decidí aprovechar el momento. Me subí suavemente sobre él y comencé a dejar suaves besos en su cuello, sintiendo su piel
Elijan me había pedido que pasara por su oficina cerca del mediodía. Era un día soleado, pero yo solo sentía un nudo en el estómago, ansiosa por la charla que tendríamos sobre lo que debía declarar en la audiencia por la custodia. Sabía que necesitaba su apoyo, pero también temía lo que pudiera suceder en esa conversación. Cuando llegué a su oficina, tomé un respiro profundo antes de entrar. La puerta estaba entreabierta, y decidí asomarme, esperando encontrar a Elijan preparado para discutir los detalles legales. Pero lo que vi me dejó paralizada. La mujer pelirroja estaba sentada sobre su escritorio, sus piernas envueltas alrededor de él mientras él la sostenía con fuerza mientras tenían sexo. Elijan me miraba desde la puerta de su oficina, con esa sonrisa cínica que ahora me resultaba insoportable. Claro, todo tenía sentido ahora. La última vez que vine, su secretaria me había tratado con una frialdad que no entendí en su momento. Pensé que era solo otra empleada arrogante, pe
—¿Qué mierda es esto? —gruñó entre dientes, su voz baja pero cargada de una violencia apenas contenida. Intenté retroceder, pero no había escapatoria. Estaba acorralada, y la energía en la habitación se sentía como una tormenta a punto de estallar.—Es solo un mensaje... no tiene importancia —traté de explicar, aunque mi voz temblaba. Sabía que cualquier cosa que dijera lo enfurecería más.Él no escuchaba. Sus ojos verde esmeralda estaban clavados en la pantalla, y su mandíbula se tensaba cada vez más. En un arrebato, lanzó mi celular contra la pared con tanta fuerza que el sonido del impacto resonó en todo el departamento. Mi corazón dio un vuelco.—¿Raegan Stavros? ¿De verdad, Alexa? —su voz, aunque baja, era peligrosa—. Ese imbécil, mejor amigo de tu querido ex. ¡Me estás tomando el pelo!No pude evitar temblar, el miedo comenzando a instalarse en mi pecho. Él avanzó hacia mí, acortando la distancia en cuestión de segundos, y antes de que pudiera moverme, sus manos me agarraron po
Estaba completamente molesta. Mi cuello, marcado por las huellas de anoche, era un recordatorio doloroso de lo que había sucedido, y me encontraba frente al espejo, maquillándome con esmero para disimular las evidentes marcas. Sabía que Elijan seguía furioso conmigo, y el pensamiento de su ira me llenaba de ansiedad. Sin embargo, eso no impidió que anoche me tomara cuantas veces se le dio la gana, sin importarle mi cansancio o mis sentimientos. Me sentía como un objeto en su posesión, y esa sensación era insoportable. Suspiré con frustración, dejando caer el lápiz labial sobre la mesa. Después de todo, tenía que seguir con mi día, como si todo estuviera bien. Me tomé la pastilla anticonceptiva que había comprado el día anterior. Ese desgraciado jamás se cuida, pensé con amargura. Si fuera por él, ya tendría otro par de mellizos, o peor aún, trillizos. La idea de ser madre de más hijos en esta situación me resultaba aterradora. Al levantarme de la cama, decidí que necesitaba despej
Elijan me había llevado a su oficina. No entendía qué quería, pero el ambiente se tornaba cada vez más cargado de tensión. Sin previo aviso, comenzó a besar mi cuello con intensidad, sus labios cálidos dejaban un rastro de escalofríos que recorrían mi cuerpo. Sostenía mi cintura con fuerza, como si temiera que me escapara, y yo sentía la lucha interna entre el deseo y la desconfianza. —¿Qué estás haciendo? —logré preguntar, mi voz temblando entre la mezcla de placer y confusión. Él detuvo su acción un instante, su aliento caliente aún acariciando mi piel. Sus ojos verdes oscuros se encontraron con los míos, y había algo en su mirada que me desarmaba. Era como si viera más allá de mis defensas, como si quisiera que me entregara por completo. Él sin responder nada me besó con intensidad, devorando mis labios, y luego me levantó, empujándome contra su escritorio. Mis manos quedaron apoyadas sobre la madera pulida, el frío del material contrastando con el calor que emanaba de él. Sentí
Elijan me llevó a un restaurante elegante, y la incomodidad era palpable. Estaba demasiado preocupada por mis hijos y este hombre me lleva a un restaurante. Es increíble. Cuando llegamos, la decoración era ostentosa, con candelabros brillantes y mesas impecablemente arregladas, pero nada de eso podía calmar mi malestar. Mis pensamientos volaban a mis hijos. Necesitaba verlos, necesitaba tenerlos cerca. De repente, al girar la cabeza, vi una figura familiar en una esquina del restaurante. Mis pequeños, Rubí y Remo, estaban allí, riendo y jugando con su nana. Sin pensarlo, me levanté de la mesa y corrí hacia ellos, dejando atrás a Elijan. —¡Mis bebés! —grité, arrodillándome para abrazarlos con todas mis fuerzas. Sus risas llenaron el aire, y la sensación de sus pequeños cuerpos contra el mío era como un bálsamo para mi alma herida. —¡Mami! —gritaron al unísono, sus ojos brillando de felicidad al verme. —Los extrañé tanto, mis amores —dije, sintiendo las lágrimas de alegría bro
En este momento me encuentro en el departamento, los niños están corriendo por todos lados, llenando el espacio con su energía desbordante. Su nana los dejó conmigo en el restaurante y se marchó, dejándome con estos pequeños demonios que parecen tener un talento especial para causar caos.Mientras trato de organizarme, puedo observar la cara de Elijan, que refleja una mezcla de frustración y enojo mientras ambos corren y suben las escaleras riendo a carcajadas. Él ordenó que preparen un cuarto para ellos dos, y su paciencia se agota con cada segundo que pasa.—¡Alexa, deberías hacer algo para controlarlos! —grita, exasperado, mientras uno de los niños casi se lanza de un escalón a otro.—¿Y tú qué esperabas? —respondo con una risa burlona—. ¿Que se comporten como adultos? Son niños, Elijan, ¡déjalos ser felices!Su mirada se oscurece al escuchar mi comentario, y puedo ver cómo se esfuerza por mantener la calma.— Remo y Rubi , vengan aquí... —les digo a los dos, y ellos se acercan ráp