Una guerra

Elijan me llevó a un restaurante elegante, y la incomodidad era palpable. Estaba demasiado preocupada por mis hijos y este hombre me lleva a un restaurante. Es increíble.

Cuando llegamos, la decoración era ostentosa, con candelabros brillantes y mesas impecablemente arregladas, pero nada de eso podía calmar mi malestar. Mis pensamientos volaban a mis hijos. Necesitaba verlos, necesitaba tenerlos cerca.

De repente, al girar la cabeza, vi una figura familiar en una esquina del restaurante. Mis pequeños, Rubí y Remo, estaban allí, riendo y jugando con su nana. Sin pensarlo, me levanté de la mesa y corrí hacia ellos, dejando atrás a Elijan.

—¡Mis bebés! —grité, arrodillándome para abrazarlos con todas mis fuerzas. Sus risas llenaron el aire, y la sensación de sus pequeños cuerpos contra el mío era como un bálsamo para mi alma herida.

—¡Mami! —gritaron al unísono, sus ojos brillando de felicidad al verme.

—Los extrañé tanto, mis amores —dije, sintiendo las lágrimas de alegría bro
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