Cuando se fueron mis hijos, sentí un vacío profundo que me consumía por dentro. La casa estaba en silencio, y el eco de sus risas aún resonaba en mi mente, haciéndome sentir más sola. Me dolía tanto no volver a verlos durante días, la ausencia de sus pequeñas voces me rasgaba el alma. Anoche no deje de llorar, pero a Elijan no le importo y termino tomándome sin ninguna contemplación, me hace sentir como un pedazo de carne que no tiene sentimientos. Cuando me levanté de la cama, cada parte de mi cuerpo dolía, recordándome la intensidad de la noche anterior. Me dirigí al cajón para buscar mis pastillas anticonceptivas, pero no estaban donde las había dejado. La preocupación empezó a asomarse en mi mente. Justo en ese momento, Elijan regresó, envuelto en una bata que dejaba entrever su figura musculosa. Se acercó y me agarró de la cintura, atrayéndome hacia él con una mezcla de firmeza y ternura. —¿Qué ocurre? —pregunté, sintiendo una mezcla de nervios y deseo. —No encuentro mis past
Sentía que la rabia me invadía por la actitud desafiante de Alexa. Había cruzado una línea que no debía haber cruzado, y estaba decidido a hacerla pagar. Pero a pesar de mi enojo, no podía permitirme faltar a la cena con los Foster. No podía arriesgarme a perder el apoyo de una de las familias más influyentes del país, especialmente de Michael o Mike, quien se había convertido en un hermano para mí desde hace años. Su familia era como la mía, y necesitaba mantener esa conexión. Él es mi único amigo y mi más grande apoyo. Al llegar a la elegante casa de los Foster, la atmósfera era cálida y acogedora, pero apenas podía concentrarme en las conversaciones que me rodeaban. Mi mente seguía volviendo a Alexa, a su desobediencia, a cómo había intentado modificar el vestido que le envié. Todo eso me sacaba de quicio. Mientras saludaba a los demás invitados, mis ojos se encontraron con los de Paulina, la prima de Michael. Era morena, con una sonrisa deslumbrante y esa confianza innata qu
Alexa Brown Me desperté muy desconcertada porque me di cuenta de que Elijan no regresó a dormir. No sabía qué pensar; sé que anoche discutimos, pero él jamás ha faltado a dormir en este mes en el que vivimos juntos. Me levanté temprano, tomé las llaves de la casa y salí del departamento. Me dirigí a la empresa de los Stravos, donde Raegan me había pedido que lo buscara, pero Elijan me había encerrado. Me acerqué a la recepcionista, y ella me anunció. Allí vi al hombre de cabello oscuro y ojos azules intensos. Él me miró con seriedad, como siempre lo ha hecho. Al entrar, sentí cómo los nervios se instalaban en mí al ver a Raegan, serio y distante. Parecía juzgarme desde el momento en que me crucé con su mirada intensa, tan distinta de la calidez que había conocido en él antes. —¿Alexa? —preguntó, mirándome con frialdad—. De verdad quería ayudarte a conseguir trabajo, pero me has decepcionado .Ayer había una vacante en la empresa de publicidad de mi socio, pero ya perdiste la opor
Estaba completamente enojada mientras Elijan se separaba de esa mujer, y ella me miraba con desdén. Él prácticamente me empujó de la habitación. —Espera afuera, Alexa, y no quiero berrinches ni reclamos. Bajé las escaleras, enfurecida, y cuando intenté irme, los dos escoltas me detuvieron. Me quedé en el sofá, reprimiendo mis lágrimas porque no quería darle el gusto de llorar. En cuestión de minutos, me di cuenta de que ellos dos bajaron las escaleras. Ella continuaba mirándome con desdén. Me dirigí a la computadora de Elijan, que estaba abierta, y vi un mensaje de Michael Foster en la pantalla. La sangre se me heló cuando leí: "Ya arreglé tu asunto, hermano. El juicio de la custodia de Beltrán se retrasará un mes más." La rabia me invadió como un tsunami. Todo este tiempo, este miserable había estado retrasando el juicio. Me había mentido, y por su culpa no estaba con mis hijos. Era un monstruo. Cuando él bajó las escaleras, medio vestido con aquella mujer rubia, no pude c
Estaba completamente enojada, caminando de un lado a otro en el pequeño departamento de Regina, cuando escuché el sonido de un coche acercándose. No pasó ni un minuto antes de que el timbre sonara. Regina fue a abrir y, como había temido, era Raegan. Su figura llenaba la entrada con esa mezcla de seriedad y algo más… algo que me hacía sentir atrapada cada vez que su mirada se cruzaba con la mía. —Alexa —dijo, con esa voz profunda que me hacía temblar—. ¿Qué pasó? Regina me contó un poco, pero quiero saberlo todo. Suspiré y crucé los brazos, intentando que no notara cuánto me afectaba su presencia. —No era necesario que vinieras, Raegan. Puedo manejar esto sola. Él esbozó una media sonrisa, pero sus ojos tenían una intensidad que iba más allá de una simple preocupación. —Lo sabes, Alexa —contestó, acercándose—. No puedo quedarme al margen cuando estás en problemas. Regina se puso de pie y, notando mi incomodidad, trató de suavizar el ambiente. —Alex, confía en él. Raegan
No lograba dejar de llorar mientras abrazaba a Remo, mi pequeño. Su cuerpecito no dejaba de temblar, y al tocarlo sentí cómo ardía de fiebre. El terror se apoderaba de mí; mis manos temblaban mientras intentaba calmarlo, aunque mis lágrimas caían sin control. Rubí no paraba de gritar, sus gritos desgarradores llenando la habitación, cuando de repente entraron Raegan y Ricardo. Ricardo parecía completamente indiferente, su rostro frío, casi molesto por la situación. Raegan, en cambio, se apresuró a tomar a Rubí en brazos, intentando calmarla. Ella se aferraba a él, aún sollozando y gritando. —¡Rápido, llama a un doctor! —le exigí a Ricardo, con la voz rota de desesperación—. Si algo le pasa a mi hijo, ¡tú lo pagarás, te lo juro! Ricardo levantó las manos en un gesto de defensa, su expresión permanecía despectiva, como si toda esta situación fuera un inconveniente menor. —No es mi culpa —respondió con frialdad, lanzándome una mirada de desprecio—. El niño estaba llorando y hacie
Entré a la habitación en silencio, tratando de controlar las lágrimas al ver a mi pequeño Remo, tan frágil y débil en esa cama. Su piel, normalmente llena de color y vida, estaba pálida, y sus ojitos apenas lograban abrirse cuando sintió mi presencia. Me acerqué despacio, temerosa de romperlo en mil pedazos, como si fuera una porcelana delicada. —Remo, mi amor —le susurré, acariciando suavemente su cabecita—. Perdóname, por favor. No debí haberte dejado solo… No debí dejarte con él. No sabes cuánto lo lamento, pequeño. Apenas podía hablar. Mi voz se rompía a cada palabra, mientras sentía que el dolor me desgarraba por dentro. Le tomé la mano, pequeña y tibia, y la llevé a mi rostro. Era mi hijo, mi vida, y lo había fallado. —Te amo, Remo, con todo mi corazón —dije entre sollozos, intentando mantener la calma—. Y te prometo que estaré contigo cada segundo, que no dejaré que nada te haga daño nunca más. Entonces, con una voz suave y apenas audible, él abrió sus ojitos lo suficie
Me desperté temprano cuando Rubí entró en mi habitación y me dio un abrazo, llenándome de besos en las mejillas. Mi pequeña era mi sol, siempre iluminando mis días con su inocencia y amor. —¡Buenos días, mamá! —exclamó Rubí con una sonrisa radiante. —¡Buenos días, mi amor! —respondí, acariciando su cabello mientras me levantaba de la cama—. ¿Listos para un delicioso desayuno? Bajamos juntas a la cocina y allí estaba Regina, ya vestida y preparando algo en la estufa. —¡Buenos días, chicas! —saludó con una sonrisa—. ¿Cómo amanecieron? —Muy bien, tía Regina. Desperté a mami con muchos abrazos como dijiste —dijo mi hija sonriendo. Regina se agachó a la altura de Rubí y le dio un abrazo—. Me alegra escuchar eso, pequeña. ¿Qué tal si desayunamos juntas y luego te llevo a jugar un rato? Rubí asintió emocionada—. ¡Sí, tía Regina! Mientras nos sentábamos a la mesa, Regina me miró con complicidad y, con un tono más serio, dijo—: Alexa, puedes contar conmigo para cuidar de Rubí.