No lograba dejar de llorar mientras abrazaba a Remo, mi pequeño. Su cuerpecito no dejaba de temblar, y al tocarlo sentí cómo ardía de fiebre. El terror se apoderaba de mí; mis manos temblaban mientras intentaba calmarlo, aunque mis lágrimas caían sin control. Rubí no paraba de gritar, sus gritos desgarradores llenando la habitación, cuando de repente entraron Raegan y Ricardo. Ricardo parecía completamente indiferente, su rostro frío, casi molesto por la situación. Raegan, en cambio, se apresuró a tomar a Rubí en brazos, intentando calmarla. Ella se aferraba a él, aún sollozando y gritando. —¡Rápido, llama a un doctor! —le exigí a Ricardo, con la voz rota de desesperación—. Si algo le pasa a mi hijo, ¡tú lo pagarás, te lo juro! Ricardo levantó las manos en un gesto de defensa, su expresión permanecía despectiva, como si toda esta situación fuera un inconveniente menor. —No es mi culpa —respondió con frialdad, lanzándome una mirada de desprecio—. El niño estaba llorando y hacie
Entré a la habitación en silencio, tratando de controlar las lágrimas al ver a mi pequeño Remo, tan frágil y débil en esa cama. Su piel, normalmente llena de color y vida, estaba pálida, y sus ojitos apenas lograban abrirse cuando sintió mi presencia. Me acerqué despacio, temerosa de romperlo en mil pedazos, como si fuera una porcelana delicada. —Remo, mi amor —le susurré, acariciando suavemente su cabecita—. Perdóname, por favor. No debí haberte dejado solo… No debí dejarte con él. No sabes cuánto lo lamento, pequeño. Apenas podía hablar. Mi voz se rompía a cada palabra, mientras sentía que el dolor me desgarraba por dentro. Le tomé la mano, pequeña y tibia, y la llevé a mi rostro. Era mi hijo, mi vida, y lo había fallado. —Te amo, Remo, con todo mi corazón —dije entre sollozos, intentando mantener la calma—. Y te prometo que estaré contigo cada segundo, que no dejaré que nada te haga daño nunca más. Entonces, con una voz suave y apenas audible, él abrió sus ojitos lo suficie
Me desperté temprano cuando Rubí entró en mi habitación y me dio un abrazo, llenándome de besos en las mejillas. Mi pequeña era mi sol, siempre iluminando mis días con su inocencia y amor. —¡Buenos días, mamá! —exclamó Rubí con una sonrisa radiante. —¡Buenos días, mi amor! —respondí, acariciando su cabello mientras me levantaba de la cama—. ¿Listos para un delicioso desayuno? Bajamos juntas a la cocina y allí estaba Regina, ya vestida y preparando algo en la estufa. —¡Buenos días, chicas! —saludó con una sonrisa—. ¿Cómo amanecieron? —Muy bien, tía Regina. Desperté a mami con muchos abrazos como dijiste —dijo mi hija sonriendo. Regina se agachó a la altura de Rubí y le dio un abrazo—. Me alegra escuchar eso, pequeña. ¿Qué tal si desayunamos juntas y luego te llevo a jugar un rato? Rubí asintió emocionada—. ¡Sí, tía Regina! Mientras nos sentábamos a la mesa, Regina me miró con complicidad y, con un tono más serio, dijo—: Alexa, puedes contar conmigo para cuidar de Rubí.
Las lágrimas caían sin cesar mientras Elijan me sostenía con fuerza, brindándome el apoyo que necesitaba, aunque por dentro sentía que me desmoronaba. La escena frente a mí era un caos: Raegan arrastraba a Ricardo fuera de la clínica, forcejeando con él mientras Ricardo lanzaba gritos llenos de odio y rencor. Todo se sentía irreal, como una pesadilla de la que no podía despertar.—No entiendo nada… Esto es una pesadilla —murmuré, mi voz rota y ahogada entre sollozos.Elijan me sostuvo por los hombros, mirándome con una intensidad feroz.—No debes perder el control, Alexa —dijo con firmeza, como si sus palabras pudieran anclarme a la realidad—. Dime quién mierda es el padre y lo traeré aquí, por las buenas o las malas, para iniciar el tratamiento de Remo.Lo miré, aturdida, intentando encontrar algún sentido a sus palabras, pero el dolor y la confusión me ahogaban.—Yo… yo solo he estado con Ricardo, con nadie más… hasta que te conocí a ti —dije, sintiendo cómo mi voz se apagaba en un
Me di cuenta de que Raegan estaba completamente molesto al ver la escena. La tensión en el aire se podía sentir, casi palpable. —No tienes ningún derecho a besarla a la fuerza —le gritó a Elijan, su voz retumbando en el pasillo de la clínica—. Si la sigues acosando, te las verás conmigo. Elijan, en su típica actitud desafiante, se rió. —Por favor, Raegan. Alexa y yo sabemos que nos deseamos —respondió, con una sonrisa arrogante en su rostro. Raegan apretó los dientes, su mirada se intensificó, claramente furioso. —Sé perfectamente que la estás obligando. La incomodidad se hacía insoportable, y la impotencia comenzó a arder dentro de mí. —¡Ya basta! ¡Los dos! —grité, la frustración rebotando en cada palabra—. No hablen como si yo no estuviera aquí. Ambos se quedaron en silencio, mirándome con sorpresa. Raegan, con los ojos entrecerrados por la rabia, y Elijan, con una expresión de burla que ya no podía soportar. —No necesito que peleen por mí —continué, intentando mantener la
Salí de casa de Regina con el corazón acelerado y la mente llena de preguntas. Tenía que hablar con Ricardo, necesitaba respuestas. Al amanecer, me dirigí a la empresa donde él trabajaba. La ansiedad me acompañaba mientras conducía, y cada vez que pensaba en la situación de Remo, mi determinación crecía. Entré al edificio, ignorando las miradas curiosas de los empleados. Me dirigí directo a su oficina, sin detenerme ante la recepcionista que me saludaba con una sonrisa. —¿Está Ricardo en su oficina? —pregunté, con la voz firme. —Sí, pero está ocupado. No sé si... —¡Dile que estoy aquí! —interrumpí, sin poder contener la frustración. Cuando finalmente entré en su oficina, lo encontré sentado detrás de su escritorio, con un aire de profesionalismo que contrastaba con la tormenta que sentía dentro. Al levantar la vista, su expresión pasó de sorpresa a indignación. —¿Alexa? ¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz mezclando incredulidad con desdén. —¡No tengo tiempo para tus tonte
La puerta se abrió de golpe y vi a Regina entrar con una expresión de desconcierto. Aproveché el momento, empujando a Raegan para alejarme de él, y salí de su oficina tan rápido como mis piernas me lo permitieron, el corazón latiéndome a mil por hora. No quise mirar atrás, pero podía sentir la rabia en la mirada de Raegan mientras observaba a su hermana interrumpir su momento de control. Aferrada a mi decisión, me dirigí directamente al colegio de Rubí. La recogí sin detenerme a hablar con nadie, deseando mantenerme lo más lejos posible de Raegan y sus intenciones. —¿Mami, vamos a ver a Remo? —preguntó Rubí, mirándome con sus grandes ojos llenos de curiosidad. —Sí, princesa, vamos a la clínica —respondí, tratando de ocultar la agitación que aún sentía. Al llegar a la clínica, mi ansiedad se calmó un poco al ver a Remo. Me sentía segura con mis hijos, y en ese momento supe que mi prioridad era protegerlos a ellos, sin importar lo que Raegan intentara hacer. Mientras estábamos
Pude observar cómo Elijan le propinó un puñetazo a Ricardo, un golpe que resonó en el aire con una brutalidad escalofriante. Instintivamente, abracé a Rubí, sosteniéndola en mis brazos para que no presenciara esa escena violenta. Su pequeño cuerpo temblaba contra el mío, y el peso de la angustia me oprimía el corazón. Elijan se veía completamente fuera de sí, sus ojos ardían con una furia incontrolable, y cada golpe que le daba a Ricardo parecía liberarle una tormenta de rabia contenida. Silvia, al borde de la histeria, no dejaba de llorar y gritar. Su voz, llena de desesperación, atravesaba la atmósfera cargada de tensión—. ¡Ya basta! —exclamó, la angustia reflejada en su rostro—. ¡Lo matarás! ¡Alexa haz algo! Pero en ese momento, nada parecía poder detener a Elijan. Continuaba golpeando a Ricardo, que ya tenía la nariz y la boca ensangrentadas, la vista perdida en una mezcla de dolor y sorpresa. Era como si hubiera despertado una bestia salvaje dentro de él, y cada puñetazo que