Salí de casa de Regina con el corazón acelerado y la mente llena de preguntas. Tenía que hablar con Ricardo, necesitaba respuestas. Al amanecer, me dirigí a la empresa donde él trabajaba. La ansiedad me acompañaba mientras conducía, y cada vez que pensaba en la situación de Remo, mi determinación crecía. Entré al edificio, ignorando las miradas curiosas de los empleados. Me dirigí directo a su oficina, sin detenerme ante la recepcionista que me saludaba con una sonrisa. —¿Está Ricardo en su oficina? —pregunté, con la voz firme. —Sí, pero está ocupado. No sé si... —¡Dile que estoy aquí! —interrumpí, sin poder contener la frustración. Cuando finalmente entré en su oficina, lo encontré sentado detrás de su escritorio, con un aire de profesionalismo que contrastaba con la tormenta que sentía dentro. Al levantar la vista, su expresión pasó de sorpresa a indignación. —¿Alexa? ¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz mezclando incredulidad con desdén. —¡No tengo tiempo para tus tonte
La puerta se abrió de golpe y vi a Regina entrar con una expresión de desconcierto. Aproveché el momento, empujando a Raegan para alejarme de él, y salí de su oficina tan rápido como mis piernas me lo permitieron, el corazón latiéndome a mil por hora. No quise mirar atrás, pero podía sentir la rabia en la mirada de Raegan mientras observaba a su hermana interrumpir su momento de control. Aferrada a mi decisión, me dirigí directamente al colegio de Rubí. La recogí sin detenerme a hablar con nadie, deseando mantenerme lo más lejos posible de Raegan y sus intenciones. —¿Mami, vamos a ver a Remo? —preguntó Rubí, mirándome con sus grandes ojos llenos de curiosidad. —Sí, princesa, vamos a la clínica —respondí, tratando de ocultar la agitación que aún sentía. Al llegar a la clínica, mi ansiedad se calmó un poco al ver a Remo. Me sentía segura con mis hijos, y en ese momento supe que mi prioridad era protegerlos a ellos, sin importar lo que Raegan intentara hacer. Mientras estábamos
Pude observar cómo Elijan le propinó un puñetazo a Ricardo, un golpe que resonó en el aire con una brutalidad escalofriante. Instintivamente, abracé a Rubí, sosteniéndola en mis brazos para que no presenciara esa escena violenta. Su pequeño cuerpo temblaba contra el mío, y el peso de la angustia me oprimía el corazón. Elijan se veía completamente fuera de sí, sus ojos ardían con una furia incontrolable, y cada golpe que le daba a Ricardo parecía liberarle una tormenta de rabia contenida. Silvia, al borde de la histeria, no dejaba de llorar y gritar. Su voz, llena de desesperación, atravesaba la atmósfera cargada de tensión—. ¡Ya basta! —exclamó, la angustia reflejada en su rostro—. ¡Lo matarás! ¡Alexa haz algo! Pero en ese momento, nada parecía poder detener a Elijan. Continuaba golpeando a Ricardo, que ya tenía la nariz y la boca ensangrentadas, la vista perdida en una mezcla de dolor y sorpresa. Era como si hubiera despertado una bestia salvaje dentro de él, y cada puñetazo que
—¡Eres una idiota, Alexa! —gritó Raegan, su voz llena de frustración—. ¿Qué demonios te pasa? Te has dejado envolver por este tipo y no piensas en tu hijo. —¡Cállate, Raegan! —respondí, sintiendo que la ira y la preocupación se mezclaban en mi pecho— ¿Que le paso a Remo? —Estás tan cegada por este miserable que te olvidaste de lo que realmente importa. —dijo Raegan, cruzándose de brazos con desdén. Justo en ese momento, Elijan apareció en la puerta, su mirada oscura y llena de rabia. Se plantó en la entrada, como un muro de contención. —¿Qué estás haciendo aquí, Raegan? —preguntó Elijan, acercándose con una presencia amenazante mientras tomo mi cintura—. No creo que seas bienvenido. ¿Acaso no te has dado cuenta de que Alexa es mía? Anoche, como tantas otras veces, estuvo en mi cama. La tensión en el aire se volvió densa. Raegan apretó los dientes, su frustración creciendo. —¡Ya basta los dos! ¿Qué le pasó a Remo? —pregunté, la angustia apretando mi garganta. —Remo está d
Estoy completamente enojado con Alexa. No puedo creer que se haya marchado con ese imbécil de Raegan. Estoy en mi departamento, sentado en el sofá con Rubí, quien me acaba de obligar a cepillar su cabello. —¡Ay, me duele, Elijan! —se queja Rubí, retorciéndose un poco en su asiento mientras trato de desenredar su cabello. —Lo siento, princesa... —le digo, intentando ser suave mientras tomo su cabello con cuidado y lo guardo en una coleta. Su dolor me preocupa, pero mi mente está nublada por la furia hacia Alexa. Mientras la peino, no puedo dejar de pensar en Remo. Ya llamé a mis contactos para que investiguen sobre su desaparición, y la presión crece en mi pecho. —¿Dónde está mi hermano? —pregunta Rubí, mirándome con esos grandes ojos que tanto me afectan. —No te preocupes, cariño. Pronto lo encontraremos —le aseguro, aunque en el fondo siento la desesperación apoderarse de mí. Con un simple mechón de cabello de Rubí, puedo iniciar la investigación para saber quién demonios
Estoy completamente desesperada. La noche está cayendo y sigo sin saber nada de mi pequeño Remo. Levanté la denuncia, revisaron las cámaras de la clínica, y todo apunta a que este miserable lo tenía planeado; las cámaras estaban apagadas justo cuando se lo llevaron. Se sabe cuidar demasiado bien. He pasado todo el día haciendo trámites, proporcionando información a la policía y recorriendo lugares con Raegan, pero todo fue en vano. Me siento agotada. Finalmente, llegué al departamento de Regina, quien me dijo que Rubí ha estado preguntando por mí. Antes de entrar, Raegan me detiene y coloca una mano en mi cintura. —Necesito que te calmes —me dice, con voz firme pero suave—. Rubí no puede verte mal. Asiento lentamente, tomando aire y tratando de recomponerme. Cuando entro, veo a Regina en la sala, sentada junto a Rubí, quien está prácticamente dormida en sus brazos. —Hola, Alexa —susurra Regina al verme—. La pequeña ha estado preguntando mucho por ti, pero logré calmarla. —
El frío del campo baldío se sentía como una advertencia. Mientras avanzábamos, cada paso me llenaba de una mezcla de desesperación y rabia. No podía aceptar que Remo estuviera ahí, no el hijo de Alexa, no el pequeño que había iluminado su vida y, de alguna forma, también la mía. Esos dos mocosos no eran como otros niños, tenía la necesidad de protegerlos. Raegan caminaba a mi lado, pero su calma era casi inquietante. Observaba el área con una mirada fría, como si no se permitiera reaccionar, o tal vez como si ya estuviera planeando su siguiente movimiento. Cuando llegamos al cuerpo, vi a los oficiales intercambiar miradas, uno de ellos asintiendo con pesar antes de mirarme. —¿Es... el niño que buscan? —preguntó uno, cauteloso. Tragué el nudo en mi garganta y apreté los puños, negándome a responder. Me acerqué con lentitud, la rabia encendiéndose en mí mientras contenía las lágrimas. Raegan se mantuvo a mi lado, su rostro imperturbable, y entonces, antes de que pudiera hacer al
No podía creer lo que acababa de escuchar. Me quedé ahí, de pie, con el corazón en un puño y la sangre hirviendo en mis venas. Mis manos temblaban, pero no era por miedo, era por la rabia que crecía dentro de mí como una tormenta. Cinco años. Cinco años de matrimonio, de lucha, de amor, de sacrificios... Y ahora, todo se venía abajo con una simple frase de su boca.—¿Qué dijiste? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba.Ricardo me miró con esos ojos fríos que ahora me parecían los de un extraño. Ni una pizca de compasión, ni una sombra del hombre con el que me casé. Solo desprecio.—Firmé los papeles —dijo con esa tranquilidad que me hervía la sangre—. Estamos divorciados. Quiero que te vayas de la casa.Mis piernas casi flaquearon, pero me negué a mostrarme débil frente a él. Esta casa... esta vida... era nuestra, ¿cómo podía tirarlo todo a la basura como si no hubiera significado nada?—No puedes hacerme esto —susurré, casi rogando, aunque odiaba cada palabra que salía de mi bo