Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras miraba a Esme. Ella estaba allí, en mi regazo, con su cabecita apoyada sobre mi hombro, respirando pesadamente. Su fiebre no cedía, y cada vez que la tocaba, su cuerpo ardía. No podía permitir que siguiera así, pero el temor de no saber si Lorenzo me dejaría hacer lo que fuera necesario me carcomía. —Lorenzo, por favor, tienes que llevarla al doctor —le pedí con voz quebrada, sin poder ocultar la preocupación que me carcomía por dentro. La fiebre de Esme no parecía bajar, y yo no podía quedarme de brazos cruzados. Lorenzo, que hasta ahora siempre había estado tan tranquilo, me miró con esa mirada que me aterraba. Sabía que me estaba evaluando, calculando si debía ceder o si lo que yo pedía era una amenaza para su control. Finalmente, suspiró, como si le costara aceptar que algo fuera más importante que su orgullo. —No puedes sacarla de la casa, Regina. Sabes que no puedo permitirlo —respondió, su tono firme y autoritario. Parecía q
Michael Había enviado a mis hombres a vigilar la mansión de Lorenzo, observando cada uno de sus movimientos con precisión. Cuando lo vi salir, supe que era el momento adecuado. Lo seguí con mi equipo, decidido a tomar a Regina y escapar, pero algo cambió en el momento en que vi a la pequeña. La niña, con sus ojos tan similares a los míos, me hizo tomar una decisión impulsiva. ¿Cómo es posible que Regina haya ocultado esto? pensé, mientras la miraba con una mezcla de asombro y enojo. No me importaba si Lorenzo me perseguía; esa niña, esa pequeña rubia, era mía. La traje a un departamento oculto, lejos de los ojos de los demás. Estaba tan triste, tan aterrada, que no paraba de llorar. La escuchaba sollozar en mis brazos, y algo en mi pecho se apretaba. No puedes dejarla sola, Michael. A pesar de todo lo que había hecho, y lo que estaba por hacer, no quería que ella sufriera más. —Quiero a mami… —su voz temblorosa me golpeó, y sentí un nudo en la garganta. Me acerqué a ella, trat
Regina Estaba completamente desesperada. No podía creer lo que estaba pasando. Ese miserable, Michael, se había llevado a mi hija. Conocía perfectamente la forma en que él actuaba. Sabía que jamás le haría daño a Esme; él no lastimaba a nadie, a menos que fuera estrictamente necesario, pero lo que me aterraba era lo que Lorenzo estaba dispuesto a hacer. Lo vi, como loco, dando órdenes a sus hombres. Buscarla por todos lados, matar a quien fuera necesario. Jamás lo había visto tan molesto, tan descontrolado. Yo sabía que Lorenzo era mafioso, pero nunca había sido testigo de algo tan violento. La idea de que matara a alguien me aterraba. No le tenía miedo a Lorenzo, pero sí temía lo que podría hacer en este estado. Algo en su furia me hacía cuestionar si estaba realmente haciendo lo correcto al estar a su lado. ¿Estaba del bando equivocado? ¿Habría sido más seguro estar con Michael? No lo sabía, pero en el fondo, algo me decía que no, que Michael no haría daño a Esme. Él no lo haría.
Regina El trayecto al departamento fue interminable. Mi mente no dejaba de imaginar todos los escenarios posibles, cada uno más aterrador que el anterior. Cuando Lorenzo abrió la puerta de un golpe, lo que vi me dejó sin aliento. Esme estaba sentada en el suelo con Michael, jugando a la tacita de té. Su risa resonaba en la pequeña habitación, clara y alegre, como si no estuviera en medio de una guerra. Mi corazón dio un vuelco al verla tan tranquila, pero también sentí una ira incontenible al ver a Michael allí, como si nada hubiera pasado. —¿Te hizo algo, Esme? —preguntó Lorenzo con dureza, entrando al departamento con sus hombres detrás. Esme levantó la mirada hacia él, confundida pero tranquila. —No, es mi amigo. Me dijo que conoce a mami y a mi tío Elijan —respondió con inocencia, como si todo estuviera bien. —¡Baja esa arma, Lorenzo! —le grité al ver que levantaba su pistola, apuntando directamente al pecho de Michael. Michael, lejos de asustarse, se quedó sentado c
Cuando llegué a la casa con Lorenzo, el ambiente estaba cargado. Su rostro reflejaba una mezcla de ira y frustración mientras me observaba con los brazos cruzados, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado.—¿Qué demonios te pasa, Regina? —me increpó apenas crucé la puerta—. ¿Por qué permitiste que Michael estuviera cerca de Esme? ¿Qué clase de madre lo deja acercarse?—¡No lo permití! —respondí, apretando a Esme contra mi pecho—. Él nos encontró, Lorenzo. No tuve opción.Esme, en mi regazo, tiró suavemente de mi cabello mientras me miraba con curiosidad.—¿Dónde está mi papi, mami? —preguntó con esa inocencia que partía el alma—. Quiero verlo otra vez.Lorenzo giró bruscamente al escucharla, su mirada endureciéndose aún más.—¿Qué le dijo ese maldito a la niña? ¿Le llenó la cabeza con mentiras?—No lo entiendes, Lorenzo —dije, tratando de mantener la calma—. No puedo evitar que Esme quiera conocerlo. Michael es su padre.—¡Ese hombre no es más que un peligro para ambas! —g
No podía creer lo que acababa de escuchar. Me quedé ahí, de pie, con el corazón en un puño y la sangre hirviendo en mis venas. Mis manos temblaban, pero no era por miedo, era por la rabia que crecía dentro de mí como una tormenta. Cinco años. Cinco años de matrimonio, de lucha, de amor, de sacrificios... Y ahora, todo se venía abajo con una simple frase de su boca.—¿Qué dijiste? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba.Ricardo me miró con esos ojos fríos que ahora me parecían los de un extraño. Ni una pizca de compasión, ni una sombra del hombre con el que me casé. Solo desprecio.—Firmé los papeles —dijo con esa tranquilidad que me hervía la sangre—. Estamos divorciados. Quiero que te vayas de la casa.Mis piernas casi flaquearon, pero me negué a mostrarme débil frente a él. Esta casa... esta vida... era nuestra, ¿cómo podía tirarlo todo a la basura como si no hubiera significado nada?—No puedes hacerme esto —susurré, casi rogando, aunque odiaba cada palabra que salía de mi bo
Debí regresar a la casa de mi madre, aunque era lo último que quería hacer. El camino hasta aquí había sido una pesadilla interminable, pero no tenía otra opción. Cada día que pasaba, la desesperación se apoderaba más de mí. Me siento rota, pero no he dejado de pelear, no puedo hacerlo... no por mí, sino por mis hijos. He pasado los últimos días buscando abogados, moviéndome de oficina en oficina, intentando encontrar a alguien que se atreva a enfrentarse a Ricardo Beltrán, el hombre con todo el poder y el apellido que causa miedo con solo mencionarlo. Pero una vez que les digo quién es mi exesposo, veo el miedo en sus ojos. Ninguno quiere involucrarse. Ninguno quiere enfrentarse al futuro gobernador. Y, para colmo, mi madre no deja de gritarme. —¡Eres una inútil! —me recrimina mientras da vueltas por la pequeña cocina—. ¡¿Cómo pudiste perder a Ricardo, Alexa?! ¡Nos ha dejado sin nada! ¡Mira cómo hemos terminado por tu culpa! Yo la escucho, pero apenas puedo procesar sus palabras
Elijan MorganHabía sido un día completamente agotador. Tuve una audiencia, pero finalmente logré ganar, como siempre. Desde que terminé la carrera, no había perdido un solo juicio. La verdad era que no me importaba una mierda si mis clientes eran culpables o inocentes; lo único que realmente me importaba era el resultado. Solo tenía dos reglas: no defendía a hombres que abusaran o maltrataran a niños, ni a aquellos que abusaran de mujeres. Si no hacían nada de eso, no me importaba si eran narcotraficantes o lo que fuera; los dejaría libres.Después de un día así, me dirigí al bar que quedaba cerca de mi despacho. Era mi refugio, un lugar donde podía relajarme y disfrutar de un trago bien servido. Aquí, el ambiente siempre estaba cargado de risas y conversaciones animadas, y el barman sabía exactamente cómo prepararme mi whisky favoritoEstaba sentado en la barra, sorbiendo mi bebida, cuando noté que una mujer se acercaba. Era de cabello ondulado, una mezcla entre rojo y café que caía