Un sentimiento cruer

El llanto de William seguía retumbando en mis oídos mientras lo sostenía entre mis brazos. La casa, que minutos antes había estado llena de esperanza y luz, ahora parecía un lugar vacío, oscuro, como un mausoleo que guardaba los ecos de lo que alguna vez fue un hogar. Todo lo que sentía era una mezcla de dolor y una amarga sensación de fracaso. Me sentía como si estuviera ahogándome en un océano de dolor, incapaz de salir a flote.

— Mamá... ¿por qué papá no está aquí?¿Por qué nos hace llorar? —preguntó William, con su voz quebrada entre sollozos. No entendía lo que había pasado, no comprendía por qué papá lo había empujado, por qué lo había golpeado a él, y por qué ahora mamá estaba tirada en el suelo, llorando. El sólo entendía que su papa me hizo daño.

Quise responderle con palabras dulces, como siempre hacía. Quería consolarlo, darle paz, pero el nudo en mi garganta me lo impedía. Cada palabra parecía un eco distante, incapaz de escapar de mis labios. Mi cuerpo duele, siento el desgarre en mi parte interior.

— Él... él está confundido, cariño. Pero no te preocupes, mamá está aquí, todo estará bien. —mentí, tratando de darme valor. Sabía que no podía prometerle eso, no cuando sentía que todo se desmoronaba alrededor de nosotros. Me limpie y cubrí como pude con el resto de mi ropa razgada.

William se acurrucó en mi pecho, buscando refugio, mientras yo intentaba recomponerme. Aún sentía el dolor de los golpes en mi abdomen, la presión en mis costillas, el ardor en mi intimidad, pero el dolor físico no era nada comparado con el torbellino de emociones que me azotaba. ¿Cómo había llegado todo esto tan lejos? ¿Cómo había permitido que la violencia y el desprecio se apoderaran de nuestra vida?

Miré hacia la puerta, ahora cerrada, y me di cuenta de que Jankel ya se había ido. Pero su ausencia no traía alivio, sino más preguntas. ¿Qué haría ahora? ¿Qué me quedaba después de todo lo que había sucedido? ¿Debía seguir con esa vida miserable y m*****a? Durante tanto tiempo había intentado mantener todo en orden, mantener la fachada de la familia perfecta, pero ya no podía seguir viviendo en esa mentira.

De repente, un sentimiento de rabia comenzó a crecer dentro de mí. Una rabia feroz y liberadora que me hizo pensar por primera vez que, tal vez, ya era hora de decir basta. No podía seguir siendo la víctima, no podía seguir permitiendo que Jankel destruyera lo poco que quedaba de mí. Y sobre todo, no podía permitir que mi hijo creciera con este dolor, con esta sombra oscura que se cernía sobre él.

— William, escucha... mamá no va a dejar que eso pase de nuevo, ¿de acuerdo? —le dije, tratando de sonar firme, aunque mi voz temblara.

El niño me miró, sus ojos llenos de miedo y confusión, pero en ellos también había algo más: una chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, podía darle una vida diferente, una vida sin miedo, sin golpes, sin mentiras.

Lo levanté en mis brazos, a pesar del dolor, y me dirigí hacia la ventana. La nieve caía suavemente desde el cielo, cubriendo las calles de blanco, transformando el paisaje en algo inmaculado. Pero yo sabía que el frío que sentía dentro de mí no podía desaparecer tan fácilmente. Las palabras de Jankel, su desprecio, su indiferencia, aún resonaban en mi mente. Tome el teléfono y llame a emergencias. No di detalles por teléfono, solo les pedí que enviaran una patrulla a mi casa, les dije que estaba con mi hijo y que había sido víctima de un abuso por parte de mi esposo y luego d eunos segundos colgué.

Me acerqué a la mesa, donde el pavo y los adornos de Navidad seguían intactos. Miré la decoración, los regalos que nunca llegaron, y una ola de tristeza me invadió. La Navidad, esa época que había significado tanto para mí, se había convertido en un recordatorio doloroso de lo que había perdido.

— ¿Mamá? —la voz de William interrumpió mis pensamientos. Me giré hacia él, y vi su carita de niño triste, buscando consuelo en mí. Su inocencia me destrozó aún más.

— Sí, cariño, ¿qué pasa? —pregunté con suavidad, mientras trataba de sonreírle.

— ¿Por qué papá no nos quiere? Me duele—preguntó, con una sinceridad que me partió el corazón. Mi hijo, tan pequeño, ya se estaba enfrentando a realidades que no debía conocer.

Las palabras se me atoraron en la garganta. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía explicarle que el hombre al que alguna vez llamamos “papá” ya no era el mismo? Que el amor que él le tenía había sido reemplazado por la ira, el egoísmo, la crueldad.

— Papá... —comencé, pero me detuve, no sabía cómo seguir. Sabía que la verdad era cruel, pero también sabía que no podía seguir mintiéndole. — Papá está perdido, William. Está muy confundido y... a veces las personas toman decisiones equivocadas. No podemos cambiar lo que hace, pero podemos cambiar cómo vivimos nosotros. No tenemos que soportar esto. El mundo es grande y podemos estar en un lugar mejor.

William no dijo nada más, solo me abrazó más fuerte, como si esperara que mis palabras tuvieran poder para detener el dolor. Me arrastré hasta el sofá, llevando a William conmigo, y me quedé ahí, abrazándolo, mientras el mundo fuera de las ventanas se volvía cada vez más oscuro, como si la noche se tragara todo a su paso.

El sonido de la puerta cerrándose con fuerza me sacó de mi letargo. Volví a mirar hacia la entrada, esperando ver a Jankel regresar, pero sabía que no lo haría. Estaba tan borracho, tan fuera de sí, que no volvería esa noche. El silencio se instaló, pero ya no era un alivio. Era una advertencia. No había vuelta atrás. La policía llegó y me encontró profundamente dormida con el niño en brazos, mis heridas heran visibles y las de mi hijo también.

El miedo se apoderó de mí nuevamente, pero esta vez era diferente. Era un miedo lleno de determinación. Ya no iba a seguir viviendo con este dolor, con esta humillación. Ellos me despertaron y pidieron que les confirme la situacion. Miré a William, a sus ojos llenos de confianza y amor, y supe que no podía fallarle. No más. No podía seguir permitiendo que la Navidad, esa época que siempre amé, fuera un recordatorio constante de todo lo que había perdido. Les pedí que me llevarán al hospital.

— Vamos a estar bien, mi amor. —dije, más para mí misma que para él. Pero al hacerlo, una fuerza nueva comenzó a crecer dentro de mí, una fuerza que no sabía que tenía. No me rendiría. No importaba lo que hubiera pasado, ni lo que pasara después. Era el momento de cambiar, el momento de tomar el control de mi vida.

— Sí, mamá, vamos a estar bien. —respondió William, sin saber realmente lo que eso significaba, pero confiando en mí. Confiando en que, al final, su madre siempre estaría allí para él.

Un oficial tomó a Will y el otro me tomo en brazos porque no podía caminar.

Las luces de Navidad brillaron en la distancia, pero el aire frío y la nieve que seguía cayendo parecían tener un nuevo significado para mí. Ya no era la Navidad de antes. Ya no era la época de la inocencia y la magia. Pero aún quedaba algo, aún había esperanza, y no la iba a perder. Nunca más.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP