La navidad no es para mi Sr.Benjamín
La navidad no es para mi Sr.Benjamín
Por: Mckasse
El fin de la navidad

La casa estaba en silencio, solo interrumpido por el crepitar de la chimenea. Había decorado todo con tanto esmero, como siempre lo hacía cada Navidad. La mesa estaba puesta, las velas encendidas y el aroma del pavo llenaba la habitación. William estaba saltando por la casa, emocionado por los regalos que esperábamos recibir, pero ya sabía que este año algo no era igual. Las luces de Navidad brillaban, pero dentro de mí, todo estaba apagado.

Miré mi reloj, ya eran las nueve de la noche, y Jankel aún no había llegado. Me preocupaba, aunque trataba de convencirme de que quizá solo estaba atrapado en el tráfico. Este tipo de retrasos se habían convertido en una constante. Pero en el fondo sabía que algo estaba mal, como siempre que se retrasaba. Lo había notado en sus palabras, en su tono, incluso cuando llegó a casa la noche anterior. Me decía que estaría a tiempo, pero nunca lo estaba.

— Mamá, ¿dónde está papá? —preguntó William desde la sala, sus pequeños ojos brillando de ansiedad, mientras veía una película de navidad. El niño era demasiado joven para entender, pero no era tonto, había empezado a notar la falta de armonía entre sus padres.

Sonreí con dulzura, tratando de disimular la creciente angustia que sentía en el pecho.

— Pronto llegará, cariño. Ten paciencia, ya verás que papá llegará justo a tiempo para la cena. —dije, tratando de sonar animada.

William asintió, aunque la preocupación era evidente en su rostro. Se acercó a la ventana y miró hacia la calle. Yo me quedé ahí, quieta, mirando el fuego arder en la chimenea, mientras las preguntas se apoderaban de mi mente. ¿Por qué había llegado tarde? ¿Dónde había estado? La inquietud comenzaba a invadir cada rincón de mi cuerpo.

La puerta se abrió de golpe, y Jankel apareció en el umbral. Su rostro enrojecido y su caminar vacilante fueron lo primero que noté. El olor a alcohol invadió el aire. El hombre que alguna vez había sido mi compañero, mi confidente, ahora estaba irreconocible. Llevaba en las manos el pavo que habíamos planeado cenar, pero me di cuenta de inmediato que no traía los regalos de William, ni siquiera una disculpa por su tardanza.

— Jankel... ¿dónde están los regalos de William? —pregunté, aunque sabía que no tendría una respuesta convincente. Mi tono fue bajo, casi temeroso, como si mi voz no pudiera soportar otra mentira más.

Él no respondió de inmediato, solo dejó el pavo sobre la mesa con un movimiento brusco. Su mirada, al principio algo perdida, se encontró con la mía, pero no vio el amor que solía haber. Solo vi enojo y algo más, algo que no había querido ver: el desprecio y una marca en su cuello como un chupetón. Sin decir una palabra, se dirigió hacia el baño, y pude escuchar el sonido del agua correr poco después. Mi mente seguía dando vueltas, pero la esperanza seguía ahí, en el fondo de mi corazón, como una chispa que no quería extinguirse.

Casi de inmediato, el sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos. El maletín de Jankel estaba sobre la mesa, junto con su celular. El brillo de la pantalla iluminó la oscuridad que ya comenzaba a envolver la casa. William, con la curiosidad típica de su edad, se acercó y tomó el teléfono sin que yo pudiera detenerlo.

— ¡Mamá, mira! —exclamó, mostrándome la pantalla del celular de su padre.

Mi estómago se revolvió al ver el nombre que apareció: Joel, mecánico. Los ojos de William brillaban con inocencia, ajeno a lo que realmente significaba esa llamada, pero yo no pude evitar sentir un nudo en la garganta. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al instante. Sabía que algo no estaba bien. El miedo me invadió antes de poder racionalizarlo.

— William, ¿puedes devolverme el teléfono, por favor? —pedí con voz temblorosa, pero mi hijo no me hizo caso. Estaba demasiado absorto en el aparato.

Entonces, fue cuando sucedió. La llamada se conectó por sí sola. Una voz femenina se oyó claramente desde el teléfono. Era suave, coqueta, como si no importara nada. El horror comenzó a invadir cada rincón de mi cuerpo al escuchar sus palabras.

— Joel, no olvides mi lenceria en la guantera del coche... y también el regalo que me pediste. Ya sabes que me encanta lo que elegiste...

Mi respiración se detuvo por completo. Las palabras flotaron en el aire, como si me ahogaran. No pude decir nada. Mi mente estaba completamente en shock. Sabía que algo no estaba bien, pero no imaginaba hasta qué punto. La Navidad, la noche que siempre había representado la unión, la alegría, el amor... ahora se había convertido en una pesadilla.

En ese momento, la puerta del baño se abrió. Jankel salió, tambaleándose ligeramente. Sus ojos brillaban con furia, y su rostro, enrojecido por el alcohol, reflejaba algo más: frustración, ira, y una rabia incontenible. En sus ojos ya no había lugar para el amor, solo desprecio.

— ¿Qué estás haciendo? —grité, sintiendo que la rabia comenzaba a tomar el control de mi cuerpo. Pero él no me miró, ni me escuchó. Sin decir palabra alguna, se acercó y empujó a William, quien, asustado, cayó al suelo. El niño apenas pudo evitar chocar contra la mesa.

— ¡Jankel, no! —grité mientras corría hacia William, quien estaba llorando desconsolado. Pero no me dio tiempo a reaccionar. En un abrir y cerrar de ojos, me empujó con tanta fuerza que mi espalda golpeó la mesa. Sentí el dolor inmediato. El golpe me dejó sin aire, y antes de que pudiera hacer algo más, me estampó un puñetazo en el abdomen.

—¿Quien te manda a estar revisando mis cosas? ¡Te lo buscaste solita!

El dolor fue insoportable. La presión en mi estómago me hizo ver estrellas. Caí al suelo, pero no me preocupaba el dolor físico. Lo único que veía en mi mente era el rostro de William, su mirada aterrada mientras me observaba desde el suelo.

—¿Quieres que sea el hombre perfecto? Pues seré el hombre perfecto ahora mismo para que luego me dejes en paz.

— ¡Basta, Jankel, basta! —grité, pero él solo me miró con desprecio. No había rastro de remordimiento en sus ojos.

El levantó mi falda, rompió los botones de mi blusa exponiendo mis pechos, rompió mi ropa interior y abuso de mi. Cuando intenté resistirme me abofeteó más de una vez. Lo hizo despiadadamente delante de mi hijo.

Grite de dolor, no solo físico sino también emocional.

En ese momento, me di cuenta de que todo había terminado. La Navidad, que alguna vez fue la época más feliz de nuestras vidas, se había convertido en una amenaza. El hombre con el que me casé, el que una vez amé, ahora era un extraño. Me dolía verlo, y me dolía aún más saber que mi hijo era la víctima de todo esto.

Jankel, con la respiración agitada, luego de acabar dentro de mí, me miró una última vez, se acomodó la ropa y luego se dirigió hacia la puerta.

— Regreso mañana en la mañana, Corina me espera, es mejor amanecer allá que estar aquí, así que acostumbrate, te llenaré de hijos y más te vale que no abortes, te haré mía cuando yo quiera y como yo quiera, así que acostumbrate—su voz era dura, vacía de todo lo que alguna vez fue amor.

La puerta se cerró con un portazo, y el silencio llenó la casa, un silencio abrumador. William seguía en el suelo, llorando, mientras yo me arrastraba hacia él, sin fuerzas, con el cuerpo magullado, con el líquido espeso corriendo por mi entrepierna pero con la determinación de protegerlo a toda costa.

— No te preocupes, cariño... mamá está aquí. —susurré, abrazándolo mientras mis lágrimas caían por mi rostro. Y supe en ese momento que, por encima de todo, debía salir de ese lugar. No podía permitir que este fuera el futuro de William.

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