Auto exposición.

Habían pasado varios meses, es un día frío y despejado en Ontario.

La nieve cubría el suelo, y el aire crujía bajo cada paso. Miré por la ventana y vi la camioneta de Benjamín estacionada frente a mi casa. Aunque ya me había acostumbrado a su presencia, algo en el ambiente ese día me hacía sentir nerviosa.

Un día le dije que podía llamarme por mi apodo y el sonrió encantado. Tal vez era el hecho de que no esperaba mucho más de lo que habíamos sido hasta ahora: una relación de amabilidad, cortesía, y cierta cercanía, pero nada que insinuara más.

Benjamín Tancredi era amable, paciente y respetuoso, pero nada más que eso. Sin embargo, algo me decía que él tenía una bondad genuina, y en este pequeño pueblo, con todo lo que había pasado, eso era suficiente para mí.

Miré a William, que estaba en el suelo, concentrado en un juguete. Había empezado a calmarse un poco después de todo lo sucedido, pero a veces su mirada reflejaba un miedo que no desaparecía. La Navidad seguía siendo una herida fresca para él, un recordatorio de su padre, de los gritos y de las mentiras. Ese año no pensabamos celebrar la Navidad, y aunque lo intenté, nunca logré encontrar una forma de quitarle el miedo a William.

— ¡Hola, señora Cervantes! — Benjamín me saludó con su sonrisa cálida cuando me acerqué a la puerta. — Perdona el retraso, el tráfico fue más pesado de lo que pensaba.

Lo observé mientras salía de su camioneta, su figura alta y robusta destacándose contra la nieve, con su chaqueta de abrigo abotonada hasta el cuello, su rostro bronceado y sus ojos oscuros brillando con sinceridad.

— Hola. No te preocupes y llámame Winnie— le respondí, intentando sonar relajada, aunque algo nerviosa. — Ya había salido a dar un paseo con William.

Benjamín me dio una mirada amistosa, pero luego sus ojos se dirigieron a William, que ahora nos observaba desde la puerta con una expresión distante. Aunque su rostro era serio, había algo en su mirada que parecía mostrar más curiosidad que miedo.

— ¡Hola, pequeño William! — Benjamín lo saluda con suavidad, sonriendo para ganarse su confianza.

Pero William, como era de esperar, no respondió. Se quedó parado, mirando a Benjamín como si estuviera evaluando qué tipo de persona era. Yo podía ver el desconcierto en sus ojos, como si no pudiera entender por qué este hombre, que no era de la familia, se estaba acercando.

— Está un poco… reservado — me apresuré a decir, con una leve sonrisa de disculpa. — Ha tenido algunas dificultades con la confianza en los últimos tiempos.

Benjamín asintió, con una expresión de comprensión. No parecía molesto ni incómodo; al contrario, su mirada mostraba paciencia, como si entendiera lo que William había pasado.

— No te preocupes — respondió, suavemente. — Todos tenemos nuestros tiempos para abrirnos. Estoy seguro de que lo hará cuando se sienta listo.

De alguna manera, me dio la sensación de que Benjamín no sólo hablaba por hablar, sino que realmente sabía lo que significaba la paciencia. Sin apresurarse, como si no hubiera necesidad de forzar nada, simplemente nos invitó a su propuesta.

— Oye, Winnie, pensé que tal vez podrías acompañarme a la Expo de vehículos este fin de semana. Mi socio organiza el evento y pensé que sería algo que disfrutarías. Si te haces denuncia vehículo, no tendrías que tomar el bus, y la verdad es que sería bueno que tú y William pudieran estar cómodos. Además, ya sabes, siempre es bueno conocer un poco más del pueblo.

Mi primera reacción fue dudar. Había estado tan enfocada en reconstruir mi vida y en cuidar de William que no tenía mucho tiempo para pensar en salir. Pero la idea de no tener que tomar el bus, de estar más cómoda y en un ambiente diferente, me resultaba atractiva.

— No sé… — respondí, aunque la verdad es que me estaba planteando la idea. — Mi trabajo recién comienza, y, bueno, las finanzas no están para… eso.

Benjamín no pareció inmutarse ante mi rechazo inicial. En lugar de insistir de forma incómoda, ofreció una solución que me hizo detenerme a pensar.

— Lo entiendo, Winnie. No te preocupes por eso — dijo con un tono relajado, casi como si hubiera estado esperando mi respuesta. — Los vehículos aquí no son tan caros. Mi amigo y socio organiza la Expo, y no es nada caro, créeme. Además, si necesitas un préstamo o cualquier cosa, puedo ayudarte. Lo puedes pagar a cómodas cuotas, ¿te parece bien?

Su ofrecimiento me tomó por sorpresa. Aunque quería rechazarlo por orgullo, el gesto de Benjamín me hizo reflexionar. No era solo por el vehículo, sino por todo lo que había estado enfrentando sola. La idea de tener un respiro, algo que no implicara el peso de mis responsabilidades, fue más tentadora de lo que esperaba.

— Benjamín, no quiero que sientas que… me estoy aprovechando de ti — balbuceé, sintiéndome algo incómoda. — Es solo que… realmente no sé si puedo aceptar.

Benjamín me miró fijamente, y lo que vi en sus ojos no fue solo la comprensión, sino una genuina preocupación.

— No se trata de aprovecharse, Winnie. Somos...amigos. Se trata de ayudarnos unos a otros, hablaré con Sam para que no tengas que dar un inicial. Lo que te ofrezco es lo mismo que haría por cualquier amigo en apuros. No tienes que preocuparte por el dinero. Solo disfruta de la Expo y elige lo que te convenga, sal un poco, respira. Habrá un parque de juegos de inflables para los niños, palomitas hog dog y muchas cosas más. Y si no te sientes cómoda, siempre lo podemos dejar para otro momento.

En ese instante, mi corazón vaciló. Sabía que podía rechazarlo, que mi orgullo podría impedirme aceptar su ayuda, pero al mismo tiempo, entendí que Benjamín no tenía malas intenciones. Era un hombre amable, alguien que sin pedir nada a cambio quería ayudarme. Tal vez era la oportunidad de empezar a confiar en las personas nuevamente.

— Está bien — dije finalmente, con una sonrisa algo tímida. — Aceptaré tu invitación, pero de verdad te prometo que te devolveré todo tan pronto como pueda.

Benjamín asintió, su sonrisa se amplió de oreja a oreja.

— No tienes que apresurarte, Winnie. Solo disfruta el momento.

Fue la primera vez que sentí que tal vez las cosas podían mejorar, aunque el dolor del pasado siguiera vivo dentro de mí. Al final, todo lo que quería era que William fuera feliz y que, tal vez, yo también pudiera encontrar algo de paz en medio de todo el caos.

Cuando nos dirigimos hacia su camioneta, Benjamín saludó a William nuevamente, esta vez con más amabilidad y menos presión. Aunque el niño no respondió, yo vi un leve destello de curiosidad en sus ojos. Tal vez, solo tal vez, esa era una pequeña semilla de confianza que Benjamín había sembrado.

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