El vuelo transcurre entre risas, historias compartidas y un ambiente cálido que reflejaba la unión de todos los invitados.Además de Winnie, Benjamín, sus hijos, Valentina y sus padres, el grupo se complementaba con un curioso conjunto de amigos y vecinos: el jefe de Winnie, Harold Blake; su amiga secretaria, Rose Callahan; Lucy, la vecina, y su esposo, James Moore, el alguacil del pueblo; Thomas Carter, el mecánico, y Sam Johnson, el socio de Benjamín en el negocio de autos, acompañados de sus respectivas esposas.A lo largo del vuelo, todos se dispersan por el jet, explorando el lujo y comodidad.—Nunca pensé que viajaría en un avión como este —comenta Harold Blake, mientras se acomoda en uno de los sillones, mirando por la ventana.—Es increíble, ¿verdad? Es como estar en un sueño —responde Rose Callahan, tomando un vaso de jugo que le ofreció la azafata.Lucy, la vecina, bromea con su esposo, James, mientras este revisa un folleto del destino.—¿Debería preocuparme de que te guste
—Todo lo contrario. Apenas gasté en esta boda. Entre el avión de Alex, el descuento que nos dieron en el hotel, y los arreglos que Sarah consiguió con los proveedores, siento que esta boda fue una ganga.James lo mira incrédulo.—¿En serio estás diciendo eso? ¿Acabas de usar la palabra "ganga" para tu boda?—Sí, y no me importa. Mira esto. —Benjamín les muestra su pantalla con una sonrisa de satisfacción.Harold se inclina para mirar y suelta un silbido.—Eso sí que es impresionante. ¿Cómo hiciste para que saliera tan barato?—Es simple: tener buenos amigos. Y casarse en un lugar donde los dueños son básicamente parte de la familia ahora. —Benjamín se encoge de hombros, orgulloso.James se cruza de brazos, sonriendo.—Bueno, si esto es lo que puedes lograr con una buena conexión, creo que Lucy y yo deberíamos reconsiderar nuestra boda. Tal vez volvamos aquí.Harold asiente con entusiasmo.—¿Quién necesita un destino exótico cuando tienes este lugar? Además, el pastel tiene pinta de se
Por su parte, Sarah se quedó de niñera de William y Emma, junto a Manu.—¿Viste la cara de Winnie cuando William intentó robarse un trozo del pastel antes de que lo cortaran? —rie Sarah mientras se mete bajo las sabanas en su bata de seda, cuando ya habían dormido a los pequeños en la habitación conectada.—Creo que nadie olvidará este día, ni siquiera esos pequeños momentos caóticos —añadió Manu, mientras abre los brazos y ella se acomoda.—Bueno, ahora me gustaría que disfrutamos este momento, antes de que los niños vayan a despertar.—Estoy de acuerdo, pequeño huracán — le susurra Manu al oído.En otro lado del resort.—¿Listos para empezar el resto de nuestras vidas? —pregunta Winnie, tomando la mano de Benjamín, mientras llegaban a su habitación.—Contigo, siempre estoy listo —responde él, inclinándose para besarla.En ese momento, no había dudas ni miedos. Solo amor, risas y la certeza de que juntos podían enfrentar cualquier cosa. El día de la boda no solo había unido a dos alm
Han pasado diez años desde la boda de Winnie y Benjamín, un evento que, aunque había sido pequeño e íntimo, quedó grabado en la memoria de todos. Ahora, la familia se encuentra un poco más madura, los niños han crecido y las responsabilidades parecen haber aumentado, pero el amor sigue intacto.Winnie se encontraba en la sala de su casa, rodeada de cajas y recuerdos antiguos. Mientras revisaba una caja de cartas que había guardado durante todos estos años, sus ojos se detuvieron en un paquete especial: un sobre amarillo, con la caligrafía de Jankel en la portada. Eran cartas que él había escrito a William a lo largo de los años, cartas llenas de amor y consejos, que nunca habían sido entregadas. Habían sido guardadas con la espectativa de un momento adecuado, y ahora parecía ser el momento perfecto.Winnie las colocó todas en una caja de madera, y la llevó a la habitación de William. Cuando entró, él estaba en su escritorio, mirando fotos antiguas de la familia.—¿Mamá? —pregunta Will
Pasaron ocho años más, y la vida de la familia Tancredi-Cervantes continuaba llena de cambios y momentos especiales.Emma y Alex, quienes se conocieron desde que ella era apenas una bebé, habían crecido viéndose por videos llamada y en vacaciones, como los mejores amigos. A pesar de la diferencia de edad entre ellos, siempre se habían entendido perfectamente, como si se conocieran desde toda la vida. Emma, ahora con 18 años y 6 meses, es una jovencita brillante, curiosa y con una chispa que encantaba a todos, mientras que Alex, ahora con 34, no solo seguía siendo el hombre simpático y lleno de energía, sino que se había convertido en un verdadero pilar para su familia. Un hombre hecho y derecho.Aunque Alex y Emma eran los mejores amigos, algo más comenzaba a gestarse entre ellos. Alex no podía evitar sonreír cada vez que veía a Emma, y ella, por su parte, siempre lo miraba con una mezcla de cariño y admiración. Sabían que su relación iba más allá de una simple amistad, pero no se apr
La casa estaba en silencio, solo interrumpido por el crepitar de la chimenea. Había decorado todo con tanto esmero, como siempre lo hacía cada Navidad. La mesa estaba puesta, las velas encendidas y el aroma del pavo llenaba la habitación. William estaba saltando por la casa, emocionado por los regalos que esperábamos recibir, pero ya sabía que este año algo no era igual. Las luces de Navidad brillaban, pero dentro de mí, todo estaba apagado. Miré mi reloj, ya eran las nueve de la noche, y Jankel aún no había llegado. Me preocupaba, aunque trataba de convencirme de que quizá solo estaba atrapado en el tráfico. Este tipo de retrasos se habían convertido en una constante. Pero en el fondo sabía que algo estaba mal, como siempre que se retrasaba. Lo había notado en sus palabras, en su tono, incluso cuando llegó a casa la noche anterior. Me decía que estaría a tiempo, pero nunca lo estaba. — Mamá, ¿dónde está papá? —preguntó William desde la sala, sus pequeños ojos brillando de ansie
El llanto de William seguía retumbando en mis oídos mientras lo sostenía entre mis brazos. La casa, que minutos antes había estado llena de esperanza y luz, ahora parecía un lugar vacío, oscuro, como un mausoleo que guardaba los ecos de lo que alguna vez fue un hogar. Todo lo que sentía era una mezcla de dolor y una amarga sensación de fracaso. Me sentía como si estuviera ahogándome en un océano de dolor, incapaz de salir a flote. — Mamá... ¿por qué papá no está aquí?¿Por qué nos hace llorar? —preguntó William, con su voz quebrada entre sollozos. No entendía lo que había pasado, no comprendía por qué papá lo había empujado, por qué lo había golpeado a él, y por qué ahora mamá estaba tirada en el suelo, llorando. El sólo entendía que su papa me hizo daño. Quise responderle con palabras dulces, como siempre hacía. Quería consolarlo, darle paz, pero el nudo en mi garganta me lo impedía. Cada palabra parecía un eco distante, incapaz de escapar de mis labios. Mi cuerpo duele, siento el d
Al siguiente día sentí una mezcla de caos y miedo. Cuando tomé la decisión de ir a la policía, y hacer la denuncia formal con pruebas médicas, sabía que estaba abriendo una puerta que nunca podría cerrarse. Jankel no solo había roto mi corazón, sino también la confianza que tenía en todo lo que conocía como “hogar”. Había hecho daño no solo a mí, sino a mi hijo, quien ya empezaba a comprender lo que realmente sucedía. La comisaría estaba fría esa mañana, mucho más de lo que esperaba. El ambiente gris y monótono me aplastaba el pecho, como si estuviera entrando en otro lugar del que no podría salir nunca. Pero era necesario. Tenía que hacer lo correcto, por William, por mí misma, aunque eso significara enfrentarse a todo lo que había temido. La denuncia fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Las palabras que pronuncié ante el oficial retumbaban en mi cabeza, como si no fueran mías. Pero al final, las dije. Lo hice por mi hijo. Lo hice por mí. La policía lo detuvo esa mañana. J