Hariella había logrado sobrellevar la visita de sus padres; pues también querían mantenerse al tanto de los negocios y la estadística de las acciones de la empresa; después de todo, eran los que la habían fundado. Tres días habían pasado, y mañana, ya podría volver con Hermes. Respiró lento. En el ascensor, iban los cinco, Joseph se había mantenido junto a ellos, no le importaba, mientras se mantuviera alejada de ella y no siguiera tratando de seducirla. Cuando las puertas del elevador se abrieron, salieron. Pero un escalofrío le recorrió las entrañas como si le hubieran congelado las extremidades por fuera y los órganos por dentro. Quedó estupefacta, inmóvil y desarmada. Sus ojos se clavaron en los de Hermes, que la veía tan sorprendido como ella. ¿Qué hacía aquí? Él no debería estar aquí; volvería al trabajo la otra semana.«Tú no debes estar aquí, Hermes. ¿Qué es lo que has hecho?», pensó, lamentándose.El pavor la devoraba, pero siguió caminando, ya no había excusa. No podía cambi
Hermes llegó a su antiguo departamento; desmoronado por dentro y por fuera. Había abandonado aquel edificio donde se había estado quedando junto a Hariella. La había dejado sola, mientras el desconsuelo le retenía el aire del pecho como si fuera a ahogarse. Se tiró en la cama, abatido y sin nada ni nadie que lograra aplacar su sufrimiento. Por sus mejillas bajaban lágrimas, pero no emitía ningún quejido. Lloraba en silencio y aislado de la mirada de todos. Las sábanas de la cama y las paredes del cuarto eran sus testigos, eran los que contemplaban su pesar: “—Nunca te he amado, Hermes. Solo fuiste un experimento, nada más. La prueba es que tu llanto y tu tristeza, no provoca nada en mí. Ya te lo dije, solo fuiste un experimento”. Esas palabras invadían sus pensamientos y aumentaban su tormento; era cierto, ella se había mantenido tranquila y serena, sin derramar ni una sola lágrima al verlo a él, consumido y devastado por la tristeza. Los ojos le dolían y también le empezó a doler la
—¿Qué haces tú aquí, Lena? —preguntó Hermes, sorprendido. Él se había marchado y ya no había nada que lo vinculara y se aseguró de ocultar la sortija en su ropa—. ¿Ella te ha enviado?—¿Ella? ¿Así le dices ahora, Hermes Darner, a la mujer que fue tu esposa y con la que compartiste por meses? —dijo Lena, de manera severa—. Te diré lo que pienso: tú no eres un hombre digno de estar con la señora Hariella. No estás a su altura, Hermes Darner. Pero no he venido aquí a discutir contigo.—No lo parece. Es la impresión que dan tus palabras y no te estoy dispuesto a escucharlas, así que será mejor que regreses por donde viniste, Lena Whitney—dijo Hermes, parándose frente ella, en tanto la miraba con desagrado—. No quiero saber nada de ustedes, nunca más. —Pasó al lado de Lena, dispuesto a marcharse y dejarla sola.—La señora Hariella está enferma —dijo Lena a sus espaldas y él se detuvo de inmediato. A esa mujer cruel, que lo había tratado mal y que lo había ofendido, debía alegrarse y emocio
—No soy una ilusión. —Movió su mano y también se le puso en la cara con delicadez, mientras no podía detener las lágrimas, que emergían con cariño de sus ojos—. Estoy aquí contigo, mi ángel. —“Mi ángel”, así me decía él. —La mirada se le cristalizó y su voz se quebró de tristeza—. Lo extraño y tú pareces muy real, como si en verdad estuvieras aquí conmigo, mi Hermes. —Soy Hermes, Hariella. He venido a verte porque tú eres la mujer que amo. Mírame, yo soy el verdadero. —Él tampoco pudo evitar que le lagrimearan los ojos—. Por favor, vuelve a mí. —¿En serio eres tú? —preguntó Hariella, y su vista resplandeció, como si hubiera regresado la luz, que se había apagado en su alma. Hermes era el brillo con el que podía animaba su corazón. —Sí, soy yo. Estoy justo delante de ti, mi ángel. Hariella se levantó de su mueble y Hermes la abrazó por la cintura. Ella lo rodeó por la nuca. Sus miradas azules se cruzaron y como si fuera un espejo, ambos veían la tristeza que se hallaba en el otro.
Hariella se puso un sencillo vestido negro sin mangas y Hermes se colocó un pantalón beige y una camisa blanca.Disfrutaron los dos solos de los mejores platos de Amelia, sentados en la cama. Hariella devoraba la comida con ansias, se notaba que no había estado comiendo bien, pero el color en sus mejillas ya regresaba. Hasta que, ella dejó los cubiertos de usar los cubiertos. Se puso las manos en el pecho y se levantó con prontitud del colchón, rumbo al baño. Hermes la siguió y le recogió el cabello rubio, mientras ella vomitaba dentro del inodoro.—¿Estás bien? Quizás la comida te hizo daño por no haber estado alimentándote bien.—Sí, eso creo. —Hermes le pasó un pañuelo y luego ella se terminó de limpiar en el ostentoso lavabo. Hariella lo vio y él le devolvía la mirada con atención—. ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así?—Es que cada día eres más linda —dijo Hermes, sonriendo y haciendo que Hariella tuviera un déjà vu—. No, es que imagina que, eres el hombre que puede entrar a la hab
Hermes tumbó a Hariella sobre la cama, mientras sus bocas se deleitaban con el agradable sabor de sus labios. Agitados por la sesión anterior y porque sería la noche final entre ellos, Hermes quería devolverle el detalle, que ella había tenido en la luna de miel. Así, que con sus manos la acariciaba por cada línea de la ardiente piel de Hariella. Se despegó de su rostro y la miró a los bellos ojos azules y emprendió a descender por el cuerpo de ella, besándole el cuello, se entretuvo y de nuevo en los senos, pasó su lengua por el delgado abdomen, rozándole el ombligo, hasta que llegó a su destino. Estando con la cara frente a la entrepierna de Hariella y con el corazón agitado, le rodeó lo smuslos para ayudarse.Hariella se aferró a las sábanas y levantó la cabeza para mira Hermes, solo la cálida respiración que él dejaba escapar en su intimidad, la erizaba la piel y la hacía estremecer. Separó más sus piernas para que Hermes pudiera hacerlo de la mejor manera. ¿Vergüenza que Hermes l
Hermes se paró frente al imponente edificio de Industrias Mars. Era parecido al de Industrias Hansen, pero sabía que todo sería distinto. Aquí era un desconocido y donde volvería empezar. Cerró los ojos y a sus pensamientos llegaron los recuerdos de la preciosa rubia de ojos azules. Sacudió su cabeza de un lado para otro. Ahora no podía hacer nada con el pasado y debía concentrarse en su presente. Viviría un día a la vez y sería el mejor, entonces, quizás podría tocar con sus manos a la poderosa Hariella Hansen, y caminar a su lado, porque este era: un nuevo comienzo.Entró a una privilegiada oficina y allí lo esperaba el mismo director. Estaba sentado en una cómoda silla, detrás de un escritorio de madera pulida. Marcus vestía un elegante traje gris y partes de su cabello, era blanco por las canas, que le daban un aura de sabiduría y experiencia.—Buenos días, señor Marcus —dijo Hermes, ofreciéndole un cordial saludo con su brazo.—Buenos días, Hermes Darner —dijo Marcus, recibiendo
Hariella entró a un imponente hospital. Llevaba puesto un pantalón y una blusa de lino negro, junto con un abrigo largo del mismo material color marrón. En su brazo cargaba su distinguido bolso. La esperaban dos mujeres en el espacioso sitio de la entrada. Personas salían, entraban y caminaban por todos los pisos.—Bienvenida a mi hospital, pero también al suyo, señora Hariella —dijo una mujer, que vestía de una falda negra hasta por la cintura y una camisa blanca. Le extendió la mano para saludarla y Hariella le correspondió—. Es un honor recibir a la mayor inversionista de nuestra clínica, sus contribuciones nos han permitido convertirnos en uno de los mejores del país y de gozar de los mejores artefactos de salud de última tecnología. —Dio un paso hacia atrás y señaló a la otra mujer—. Ella es la jefa de médicos y la atenderá. Hemos dispuesto de lo mejor para recibirla.—Veo que mi dinero está recibiendo un buen uso, directora —respondió Hariella.—Es un placer tenerla aquí, señora