El intenso sol comenzaba su apogeo. El viento de los grandes árboles del parque les refrescaba el rostro. Habían estado trotando desde las siete en la pista atlética del parque, después caminaban para recuperarse y luego volvían a correr. Ambos vestían ropa deportiva color negro. Una sudadera y un buzo con capucha. En esta parte no había riesgo de que la reconocieran y tampoco estaban pendientes de ellos, pues las demás personas estaban concentradas en sus ejercicios.El pecho les brincaba de la fatiga. El sudor le bajaba por la frente y humedecía sus prendas.Hariella le seguía el paso a Hermes, él lo hacía lento para ir siempre a la par. Había trascurrido mucho tiempo, que no se ejercitaba. Dejó de correr y se quedó en la misma posición para recuperar el aire.Hermes la vio y se detuvo al instante, se acercó a ella y le puso la mano en la espalda.—Ya está bien por hoy —dijo Hermes, tomándola por la cintura y ella se sostuvo por la parte trasera del cuello de él. Miraron a los alred
—Tu padre y yo creemos, que ya es hora de que formalices una relación —comentó Halley, sensata y adoptando un semblante más blando—. Te la pasas trabajando y no tienes tiempo para ti. Joseph Johnson es conocido de la infancia, además de ser atractivo, serio, adinerado, responsable y de una buena e ilustre familia; nosotros le damos nuestra bendición a Joseph y lo aceptaremos como nuestro yerno. ¿Quién mejor para ti que él?Hariella observó desilusionada a su madre y luego a su padre. Pero sonrió en sus adentros al responder la última pregunta en sus pensamientos: «Hermes». En todas las decisiones, que había tomado en su vida, ellos no habían sido partícipes ni consejeros; ella misma, gracias a su intelecto, había elegido lo que era mejor para su futuro.—Esto es lo que haremos —comentó Hariella, tenaz y aguantándose el enojo por lo que había escuchado—. Disfrutaremos de los próximos días de su estancia en esta ciudad y cuando salgamos de aquí, olvidaremos lo que estoy por decir a cont
Hariella había logrado sobrellevar la visita de sus padres; pues también querían mantenerse al tanto de los negocios y la estadística de las acciones de la empresa; después de todo, eran los que la habían fundado. Tres días habían pasado, y mañana, ya podría volver con Hermes. Respiró lento. En el ascensor, iban los cinco, Joseph se había mantenido junto a ellos, no le importaba, mientras se mantuviera alejada de ella y no siguiera tratando de seducirla. Cuando las puertas del elevador se abrieron, salieron. Pero un escalofrío le recorrió las entrañas como si le hubieran congelado las extremidades por fuera y los órganos por dentro. Quedó estupefacta, inmóvil y desarmada. Sus ojos se clavaron en los de Hermes, que la veía tan sorprendido como ella. ¿Qué hacía aquí? Él no debería estar aquí; volvería al trabajo la otra semana.«Tú no debes estar aquí, Hermes. ¿Qué es lo que has hecho?», pensó, lamentándose.El pavor la devoraba, pero siguió caminando, ya no había excusa. No podía cambi
Hermes llegó a su antiguo departamento; desmoronado por dentro y por fuera. Había abandonado aquel edificio donde se había estado quedando junto a Hariella. La había dejado sola, mientras el desconsuelo le retenía el aire del pecho como si fuera a ahogarse. Se tiró en la cama, abatido y sin nada ni nadie que lograra aplacar su sufrimiento. Por sus mejillas bajaban lágrimas, pero no emitía ningún quejido. Lloraba en silencio y aislado de la mirada de todos. Las sábanas de la cama y las paredes del cuarto eran sus testigos, eran los que contemplaban su pesar: “—Nunca te he amado, Hermes. Solo fuiste un experimento, nada más. La prueba es que tu llanto y tu tristeza, no provoca nada en mí. Ya te lo dije, solo fuiste un experimento”. Esas palabras invadían sus pensamientos y aumentaban su tormento; era cierto, ella se había mantenido tranquila y serena, sin derramar ni una sola lágrima al verlo a él, consumido y devastado por la tristeza. Los ojos le dolían y también le empezó a doler la
—¿Qué haces tú aquí, Lena? —preguntó Hermes, sorprendido. Él se había marchado y ya no había nada que lo vinculara y se aseguró de ocultar la sortija en su ropa—. ¿Ella te ha enviado?—¿Ella? ¿Así le dices ahora, Hermes Darner, a la mujer que fue tu esposa y con la que compartiste por meses? —dijo Lena, de manera severa—. Te diré lo que pienso: tú no eres un hombre digno de estar con la señora Hariella. No estás a su altura, Hermes Darner. Pero no he venido aquí a discutir contigo.—No lo parece. Es la impresión que dan tus palabras y no te estoy dispuesto a escucharlas, así que será mejor que regreses por donde viniste, Lena Whitney—dijo Hermes, parándose frente ella, en tanto la miraba con desagrado—. No quiero saber nada de ustedes, nunca más. —Pasó al lado de Lena, dispuesto a marcharse y dejarla sola.—La señora Hariella está enferma —dijo Lena a sus espaldas y él se detuvo de inmediato. A esa mujer cruel, que lo había tratado mal y que lo había ofendido, debía alegrarse y emocio
—No soy una ilusión. —Movió su mano y también se le puso en la cara con delicadez, mientras no podía detener las lágrimas, que emergían con cariño de sus ojos—. Estoy aquí contigo, mi ángel. —“Mi ángel”, así me decía él. —La mirada se le cristalizó y su voz se quebró de tristeza—. Lo extraño y tú pareces muy real, como si en verdad estuvieras aquí conmigo, mi Hermes. —Soy Hermes, Hariella. He venido a verte porque tú eres la mujer que amo. Mírame, yo soy el verdadero. —Él tampoco pudo evitar que le lagrimearan los ojos—. Por favor, vuelve a mí. —¿En serio eres tú? —preguntó Hariella, y su vista resplandeció, como si hubiera regresado la luz, que se había apagado en su alma. Hermes era el brillo con el que podía animaba su corazón. —Sí, soy yo. Estoy justo delante de ti, mi ángel. Hariella se levantó de su mueble y Hermes la abrazó por la cintura. Ella lo rodeó por la nuca. Sus miradas azules se cruzaron y como si fuera un espejo, ambos veían la tristeza que se hallaba en el otro.
Hariella se puso un sencillo vestido negro sin mangas y Hermes se colocó un pantalón beige y una camisa blanca.Disfrutaron los dos solos de los mejores platos de Amelia, sentados en la cama. Hariella devoraba la comida con ansias, se notaba que no había estado comiendo bien, pero el color en sus mejillas ya regresaba. Hasta que, ella dejó los cubiertos de usar los cubiertos. Se puso las manos en el pecho y se levantó con prontitud del colchón, rumbo al baño. Hermes la siguió y le recogió el cabello rubio, mientras ella vomitaba dentro del inodoro.—¿Estás bien? Quizás la comida te hizo daño por no haber estado alimentándote bien.—Sí, eso creo. —Hermes le pasó un pañuelo y luego ella se terminó de limpiar en el ostentoso lavabo. Hariella lo vio y él le devolvía la mirada con atención—. ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así?—Es que cada día eres más linda —dijo Hermes, sonriendo y haciendo que Hariella tuviera un déjà vu—. No, es que imagina que, eres el hombre que puede entrar a la hab
Hermes tumbó a Hariella sobre la cama, mientras sus bocas se deleitaban con el agradable sabor de sus labios. Agitados por la sesión anterior y porque sería la noche final entre ellos, Hermes quería devolverle el detalle, que ella había tenido en la luna de miel. Así, que con sus manos la acariciaba por cada línea de la ardiente piel de Hariella. Se despegó de su rostro y la miró a los bellos ojos azules y emprendió a descender por el cuerpo de ella, besándole el cuello, se entretuvo y de nuevo en los senos, pasó su lengua por el delgado abdomen, rozándole el ombligo, hasta que llegó a su destino. Estando con la cara frente a la entrepierna de Hariella y con el corazón agitado, le rodeó lo smuslos para ayudarse.Hariella se aferró a las sábanas y levantó la cabeza para mira Hermes, solo la cálida respiración que él dejaba escapar en su intimidad, la erizaba la piel y la hacía estremecer. Separó más sus piernas para que Hermes pudiera hacerlo de la mejor manera. ¿Vergüenza que Hermes l