Simone.Él no puede responder, intento estabilizarlo, su chofer se acerca a ayudarme. No sé el tiempo que transcurre, pero de un momento a otro el hombre le practica primeros auxilios hasta que llega uno de los médicos del asilo con el equipo, el guardia los ha llamado. Logran estabilizarlo, al parecer ha sufrido un ataque cardíaco. No sabía que tenía problemas en el corazón, en realidad, hace muchos años dejé de saber de él; quise olvidarme que tenía padre, a pesar de que hace más de siete meses que se ha empeñado en reaparecer en mi vida. Tiene puesto oxígeno, está medio consciente, el médico recomienda llevarlo al hospital donde suele atenderse. Él asiente, la ambulancia está lista, yo solo escucho todo; su estado de salud parece delicada. Cuando la camilla pasa por mi lado él intenta extender su mano hacia mí, pero el gesto se desvanece al instante debido a la debilidad.—Le pediría que nos acompañara, señorita Simone —comenta su chofer—. Le haría bien al señor, por favor.No dud
Simone.Detesto el olor a que hay en los hospitales, huelen a muerte, desgracias y dolor disfrazados de aromas antisépticos. El nerviosismo es constante en mi cuerpo, algo dentro de mí tiembla. Un sentimiento extraño, parecido al terror, a la pérdida de un ser amado. El recuerdo de mi abuela viene a mi mente, sin embargo, esto es diferente. Estoy desesperada, mi cabeza duele, el llanto de un niño a lo lejos hace que dé un brinco en el asiento. Busco desesperada el sonido saliendo de la sala de espera. Pertenece a un bebé, su madre lo arrulla, el dolor de cabeza se hace más fuerte, mi mente se nubla, los chillidos del pequeño hacen eco en mis sienes. ¿Qué está sucediendo? Creo que voy a desfallecer cuando alguien me sostiene.—¿Se encuentra bien, señorita? —asiento como puedo—. No mienta, sé reconocer cuando alguien está a punto de desmayarse.—No es nada, no se preocupe.—Eso es lo peor que se le puede decir a un doctor, señorita.El hombre me lleva a un pequeño cubículo. Toma mi pres
Simone.Sus besos recorren mi cuello, la dulzura agasaja la piel como el complemento necesitado. Las manos grandes aferradas a mis caderas, el vaivén constante de su pelvis contra la mía, sus gruñidos encierran mi nombre; es la gloria, es el éxtasis, es Edmond haciendo que toque al cielo... envueltos en sábanas con aroma a jazmines. Despierto sobresaltada, el sol ha salido, y aún sigo en la cama. Mi cuerpo está desnudo, recuerdos de la noche anterior hacen arder mi rostro, me entregué a él como nunca antes; vencí el miedo, le regalé toda la confianza, y no puedo negar lo bien que se siente. Él está en mí, en mi piel, en mi mente, en mis sueños. Di el paso necesario para arreglar lo nuestro, él lo dijo anoche, lo escuché antes de quedar dormida, susurró que me amaba. Ese recuerdo me da la energía para salir de la cama, con la sonrisa incrustada en los labios. Llamo a Richard, mi padre pasó bien la noche, es un alivio, pronto le darán el alta. Prometo visitarlo en cuanto pueda. Me apre
Simone.Salgo de la sala donde tienen a mi padre, cada paso que doy se siente más ligero, como si el peso de tristezas, amarguras y dolor que cargaba en mi vida fuera una gran tormenta que poco a poco se ha disipado. Sonrío, no puedo parar de hacerlo; pienso en la cena que les haré esta noche, en el nuevo libro que leeré para Éline y los besos que quiero darle a Edmond. —¡Simone, Simone! Giro hacia la voz que me llama. Es el mismo doctor que me auxilió ayer. Se acerca a paso apresurado, lo primero que pasa por mi mente es que algo vuelve a estar mal con papá por lo que voy a su encuentro, pero la sonrisa que me regala indica lo contrario.—Disculpa que te llame de esta forma —el brillo en sus irises destella bajo la lámpara del pasillo—, pero te llamé varias veces y no escuchabas.—Oh, perdón, es que estaba haciendo notas mentales de algunos quehaceres. ¿Cómo está usted, doctor?—Justo venía a preguntarte lo mismo. Me quedé preocupado por lo sucedido ayer, y quería chequear tu estad
Simone.La voz de esa mujer hace eco en mi cabeza, la impotencia se expande por mi cuerpo al punto de querer sacarla de aquí, alejarla de Éline, pero son las risas de esta las que me hacen entrar en razón, desde la cocina las veo; se está divirtiendo con ella, con su madre. Lágrimas ruedan por mis mejillas, me agacho y comienzo a recoger los cristales esparcidos sobre el suelo, es por lo que estoy aquí, para limpiar, arreglar lo que está roto a pesar de no ser responsable. El contrato lo estipula, y en el momento que este se cancele... ¡No quiero pensar en ello! No ahora, Edmond y yo estamos tan bien, por fin podemos amarnos libres de rencores o traumas. He de ser fuerte y continuar, no me dejaré derrotar por ella.La cena que tenía planeada consta con un nuevo ingrediente; celos, creo que nunca había sentido tantos en mi vida como en este momento. Si a Éline le molestara, si hiciera una pequeña muestra o gesto de disgusto, pero no, está tan contenta que apenas voltea a verme desde su
Edmond.Mi mano se aferra al pomo de la puerta de la habitación de Simone. Acabo de cerrarla, el corazón grita que vuelva a abrirla, que le cuente todo lo que me está ocurriendo en estos momentos, y juntos lo resolvamos, pero no lo escucho; debo hacer caso a la razón, a la realidad; y esa la carga la mujer que sale del cuarto de mi hija. Karine lleva una sonrisa triunfante, viene hacia mí, no quiero hablar nada más con ella, por lo que bajo las escaleras, voy a la sala, tomo su bolso y se lo ofrezco con todo el desagrado que ella me causa. Ella sigue sonriendo; la detesto tanto.—¿No íbamos a cenar juntos, amor?—Deja de decir estupideces y lárgate de una vez, Karine —replico entre dientes. Tiro el bolso contra su pecho; lo agarra con una mueca—. ¡Lárgate de una vez!—Acabas de agredirme, le diré a la policía, también a la niña. Adoré cómo me defendió de ti hoy; ella todavía ama a su mami —su tono es calmado, tintes de triunfo se pasean por él—. Me quiere de vuelta, lo confesó; y le c
Simone.¿Cuántas veces me he despedido en esta vida? ¿Cuántas veces me han dejado atrás? Sola.¿Cuántas veces las personas que he amado terminaron abandonándome? Cuatro. Han sido cuatro veces; primero mi madre; falleció cuando era niña, fue la primera vez que el destino arremetió cruelmente contra mí. Luego; mi padre me echó de su vida mientras lloraba la pérdida de mamá. La siguiente; mi abuela, creí que esa sería la última, pues no tenía más nada, estaría completamente sola hasta que mi fin llegara; mas, otra vez el destino volvió con su juego despiadado donde me hace amar y termina arrebatándome todo. En esta ocasión tampoco pude despedirme; aunque lo sabía, mi cobardía fue inmensa a la hora de enfrentar la realidad. Cuando escuché a Edmond hablando con Karine; supuse que él no lo haría que no echaría a perder lo que tanto nos había costado construir. También en la mañana, cuando Éline preguntó qué haría si su mami volviera; le pregunté si quería que me quedara, ella dijo que sí
Simone.Bailo con un hombre al ritmo de la música tradicional de Grasse. El aire huele a jazmines; él pasea la nariz por mi cuello, repite que le encanta la fragancia improvisada que lo adorna. Estoy perdida en el cuerpo de este hombre sin rostro, en sus músculos, en la desnudez que me llena de placer mientras sus labios se pierden entre mis piernas. No sé su nombre, no sé su edad; él se dedica a amarme como mi valentía se lo pide; pero siento miedo, el temor crece en mí, algo no anda bien, él ya no está; no está su cama, no hay jazmines; hay oscuridad; y una luz brillante, son focos de un auto, ¡No! ¡No! Sé lo que se aproxima, ¡Voy a morir! ¡Voy a morir! La sangre brota de mi boca, ahogo mi súplica, no puedo moverme, hay risas, risas de mujer; y un llanto...—¡No! ¡No te la lleves! Grito; estoy sentada en la cama mi respiración es inconstante, mi vista se hace más clara. Toco mi cuerpo, estoy bien, no estoy sangrando. ¡Estoy viva! Miro a mi alrededor, estoy en una habitación, entonc