Simone.¿Cuántas veces me he despedido en esta vida? ¿Cuántas veces me han dejado atrás? Sola.¿Cuántas veces las personas que he amado terminaron abandonándome? Cuatro. Han sido cuatro veces; primero mi madre; falleció cuando era niña, fue la primera vez que el destino arremetió cruelmente contra mí. Luego; mi padre me echó de su vida mientras lloraba la pérdida de mamá. La siguiente; mi abuela, creí que esa sería la última, pues no tenía más nada, estaría completamente sola hasta que mi fin llegara; mas, otra vez el destino volvió con su juego despiadado donde me hace amar y termina arrebatándome todo. En esta ocasión tampoco pude despedirme; aunque lo sabía, mi cobardía fue inmensa a la hora de enfrentar la realidad. Cuando escuché a Edmond hablando con Karine; supuse que él no lo haría que no echaría a perder lo que tanto nos había costado construir. También en la mañana, cuando Éline preguntó qué haría si su mami volviera; le pregunté si quería que me quedara, ella dijo que sí
Simone.Bailo con un hombre al ritmo de la música tradicional de Grasse. El aire huele a jazmines; él pasea la nariz por mi cuello, repite que le encanta la fragancia improvisada que lo adorna. Estoy perdida en el cuerpo de este hombre sin rostro, en sus músculos, en la desnudez que me llena de placer mientras sus labios se pierden entre mis piernas. No sé su nombre, no sé su edad; él se dedica a amarme como mi valentía se lo pide; pero siento miedo, el temor crece en mí, algo no anda bien, él ya no está; no está su cama, no hay jazmines; hay oscuridad; y una luz brillante, son focos de un auto, ¡No! ¡No! Sé lo que se aproxima, ¡Voy a morir! ¡Voy a morir! La sangre brota de mi boca, ahogo mi súplica, no puedo moverme, hay risas, risas de mujer; y un llanto...—¡No! ¡No te la lleves! Grito; estoy sentada en la cama mi respiración es inconstante, mi vista se hace más clara. Toco mi cuerpo, estoy bien, no estoy sangrando. ¡Estoy viva! Miro a mi alrededor, estoy en una habitación, entonc
Simone.Aunque mantuve la esperanza, no creí posible la llegada de este momento. Abrazo a mi abuela con las emociones rebozando mi pecho. Su aroma me alivia, aplaca el dolor, el nerviosismo, el miedo a que esto pueda ser otro sueño. Es como cuando era niña, cada vez que había tormenta ella reconfortaba mis temores, o cuando extrañaba a mi madre; ella cantaba su canción; calmaba mis ansias hacía que se detuviera el tiempo en ese lugar mejor; creado por ella para mí. No teníamos mucho, pero éramos felices; solo las dos; contra todo. Cuando cayó enferma y apenas podíamos pagar su tratamiento, pues los pocos ahorros se gastaron en mi recuperación, una parte de mí quedó inerte con ella. Ahora está aquí, respira por si sola y dice mi nombre con tanta añoranza, como si el letargo en el que estaba le hubiese permitido contar los meses que no estuvo.—No creo que haya pasado tanto tiempo —murmura—. ¿Cómo pude dejarte sola en este mundo tan cruel, hija?—No es tu culpa —me separo de ella y tomo
Edmond.Simone no deja mi mente, la confusión, el rencor, el odio que delató su rostro se entreteje junto a las luces en la carretera. Conduzco como loco, aprieto el volante deseando que fuese el cuello de ese idiota que babeaba sobre ella. "Eres tan ingenua, Simone"; defendiste a un desconocido; sus ojos resplandecen al verla, es repugnante. ¿Cuándo pasó esto? ¿Acaso ese imbécil estará todos los días en su casa? No me agrada, hay algo en él que no me gusta, sin embargo, Hugo parecía conforme; no se quejó cuando el doctor apareció con un ramo de flores; porque sí, !le trajo un maldito regalo! Clavo el pie en el freno; el chirrido retumba en el porche de mi casa. Salgo del auto, como si me llevaran mil demonios, pienso ir directo al despacho hay asuntos que necesitan ser concretados por mí; pero las voces que provienen del salón principal me dejan estático. Suspiro, el aire en mis pulmones se escapa pesado, hastiado; por un momento la olvidé. Hay más personas en el lugar de las que me
Simone.Es una bebé hermosa, perfecta, toda mía, un mundo nuevo se refleja en esos iris claros, aún no se definen, pero sé que los tendrá del mismo color de los de él; más no debe saberlo, nadie debe, fue un error, pero es sin duda lo mejor que me ha pasado. Mi bella, eres solo mía, eres el regalo a tanto sufrimiento, a tanto desamparo; te cuidaré y te amaré siempre; Flavia.Al despertar no hay sobresalto, no hay gritos, son lágrimas suaves surcando mis mejillas; tengo la mano en el vientre; siento un vacío tan ridículo, como esta situación. Hace días sueño lo mismo, tengo una bebé, tan hermosa como el nombre del perfume; me colma de tal felicidad, que al despertarme y notar que se ha esfumado, la tristeza; es como un pozo hambriento devorando lo que un simple sueño me hace sentir; también hay atisbos de un temor mudo, cuyas raíces se esparcen en mi pecho, es un instinto que me grita que no debo contarle a nadie. Estoy tan desorientada, tan cansada, que apenas puedo levantarme de la c
Simone.El dorado en sus ojos encandila, un fulgor filoso, cuesta descifrarlo; bajo la vista a los labios serios, desprovistos de cualquier emoción así como el estoicismo de su semblante. Lo imito, no quiero delatar lo que me afecta su presencia; el anhelo oculto que obligo a que mi corazón reprima. Puedo extrañar a la niña, pero no a él, aunque Éline es menos mía de lo que Edmond un día fue.—Debemos discutir los detalles del lanzamiento del perfume; y pensé que traerla a verte la alegraría.Asiento, Richard se marcha al ver la afirmación. Estamos solo los tres; la pequeña aferrada a mi cuello, su cabeza descansa en mi hombro, el cabello enmarañado acaricia mi piel; su olor a manzanas me encanta. Él se aproxima, sobre la mesa pone la mochila de la niña y una carpeta, luego su atención recae en mí. —¿Cómo has estado?—Bien —respondo al instante; siendo consiente que debo interactuar con él como si nada me afectara—. ¿Qué hay de ti? —me acerco a la mesa.—Todo en orden —noto sus iris
Simone.Por mi mente pasea esa melodía suave que era costumbre es mis noches; el timbre de voz de mamá era dulce, sencillo, cargado de amor. Es una canción de cuna antigua; todas las mujeres en mi familia la conocen y la cantan a sus hijos, lo hice con Éline una vez ella me la recordó. Me choca el suceso que acaba de ocurrir con el retrato, la niña nunca ha visto a mi madre; ¿cómo es posible? Niego con mi cabeza, es una coincidencia, ella estaba dormida. —¿No estás de acuerdo? Mi atención vuelve a Kemish, quien se nota confundido; ha estado hablando que encontró una psiquiatra especializada en pérdida de memoria bajo terapia de hipnosis. Ha dado detalles, incluso se tomó la libertad de concertarme una cita para mañana. —Sé que la terapia no es nada barata, pero necesitas respuestas a esos recuerdos.—Sí, estoy de acuerdo en asistir. Disculpa que esté tan dispersa —miro las gafas de Éline que quedaron en mis manos.—Edmond Arnaud y su hija no te hacen bien, perdona mi sinceridad —el
Simone.Entro a casa de mi padre como si el demonio llevara mi alma, y tal vez quiero que lo haga que se lleve esta verdad y esta maldita incertidumbre hasta el mismo infierno si mis sospechas son ciertas. Estoy en negación, necesito que ella lo aclare, que me ayude a entender, o a definir de una vez por todas si estoy loca. El recuerdo de él esa noche del jazmín se hace cada vez más palpable, decidí salir, había superado el abuso, me sentía capaz de hablar con las personas sin miedo o vergüenza. Y entonces lo vi a él; nunca había conocido a un hombre tan apuesto; me gustó todo en él desde el primer momento; su sonrisa, su picardía, el hipnótico color de sus ojos. ¡Dios mío! ¡No estoy inventando nada, yo en realidad estuve con Edmond esa noche! El corazón quiere salirse de mi pecho, no tengo que esforzarme por hallarla, pues ella y mi padre han hecho costumbre sentarse debajo del retrato de mamá, allí toman té y platican; hoy no es la excepción. —Cariño, cómo fue...—¡Júrame por la