Simone.Ingrid escucha todo lo que le cuento, mis palabras se camuflan con la brisa que hondea nuestros cabellos en la terraza. Llevamos mucho tiempo charlando, he intentado relatar la mayoría de los eventos vividos en estos últimos meses; desde que decidí ser madre por contrato y cómo caí bajo el encanto de Edmond. El rostro de mi amiga es un poema; sus expresiones delatan lo que piensa al respecto aunque me gustaría más escucharlo de su propia boca. Toma un sorbo del agua de coco que bebe, yo la imito, esperando su opinión.—No creo que te debas sentir culpable por aceptar tal trabajo, Simone, estabas desesperada, además la niña te adora y tú a ella. Siempre consideré que necesitabas compañía. —Pensé en dinero antes de firmar y venderle la vida a Edmond; cada vez que Éline me observa con esos ojitos cargados de amor lamento ser solo su madre por contrato.—Bueno, tampoco es que seas solamente eso, su padre y tú ya están en otros términos —mueve las cejas con picardía.—Él me confun
Simone.—¿Cuál sería?—Para comenzar, pasa la tarde conmigo, quiero disfrutar lo bien que te queda ese biquini.El atardecer nos toma en la terraza privada del condominio, estoy acostada sobre una tumbona, Edmond se deleita esparciendo bloqueador solar sobre mi espalda y glúteos, aunque ya no lo necesite. Sus dedos se deslizan con la gracilidad de un pianista cuando toca su melodía preferida. Es relajante, erótico, hace que desee no dejar de sentir su toque. Él comienza a besar mi hombro, justo sobre el golpe.—¿Duele?—Un poco, creo que saldrá un moratón.—Prometo besártelo todos los días hasta que se cure.Son esas cosas que dice las que derriten mi alma. Él prosigue con su camino de besos, va al cuello, luego a mi espalda, son lentos, calientes, cargados de disfrute. Comienza a acariciar mis caderas; la forma en la que se agarra de ellas grita que él quiere más, que lo necesita; su apetito, su deseo explícito hace que entre en pánico. Mi mente es mi mayor enemiga, lo sé, pero no me
Edmond.La mentira tiene patas cortas, era el refrán que decía mi abuelo cuando; tarde o temprano la verdad termina flotando para bien o para mal. Permanezco oculto en la habitación de al lado. Oigo sus pasos cuando dejan la de Ingrid. La estuve buscando, fui a la fogata, caminé por toda la orilla de la playa, pregunté a los demás si la habían visto, fue en vano; parecía que las olas del mar se la habían llevado consigo. Siempre es así, ella sale corriendo de mis manos, yo la persigo preocupado, porque sé que algo no anda bien con Simone. Lo he intentado todo para ganarme su afecto, su confianza y lo que recibo a cambio es escucharla llorar con su amiga; hablar sobre mí y cargas que no me corresponden. Es incorrecto apresurarme, pues hay pedazos de información que no logré a escuchar, pero lo que sí quedó claro es que ella no confía en mí; cree que soy capaz de llevar a la cama a cualquier mujer porque no intimamos. Estoy decepcionado, de ella, de mí, ya que su juicio es parte de lo q
Edmond.—¡La única zorra eres tú! —grita ella. Gísele le devuelve el golpe.Es más alta que Simone, por lo que en la pelea que comienzan se nota la desventaja. Me voy contra ellas, intento separarlas, pero están prendidas una de la otra. Alguien se mete, echándome a un lado, «¿Pero qué carajos?» Ingrid se une a su amiga contra Gísele, esto es un desastre; no puedo con las tres mujeres que actúan como si estuvieran en un maldito campo de batalla. Las escucho rabiar, blasfemar, insultarse. Ruedan sobre el piso, no sé a quien tomo para separar, solo sé que la fuerza de ellas se ha multiplicado por mil; ¡se me hace imposible detenerlas!. Leonard viene en mi auxilio, toma a su novia de la cintura, se la quita de encima a Gísele. Aprovecho para alejarla de Simone, la cual estaba acostada en el piso defendiéndose contra sus golpes. La pongo de pie, está llorando, las tres lo están. Tiene arañazos, hay sangre en su boca; se la limpia. Siento que el coraje crece en ella cuando ve el daño, inte
Simone.La brisa marina refresca mi rostro, mas no se lleva la culpa que cargo. Estoy sentada en la arena, un poco lejos del bullicio de las personas que festejan alrededor de la fogata. No pude conciliar el sueño, siento el peso de la conciencia sobre la mente, castigando cada acto que realizo como si fuere el peor de los verdugos. «Tenté al diablo»; eso fue lo que hice. Me abrí de piernas sobre Edmond, ofrecí el cuerpo, las ganas, y al final solo logré echarlo a perder. Él fue comprensivo, sí, hurgando en los pensamientos aberrados al recuerdo más triste que tengo en la vida. No fui capaz de contarle. ¿Cómo podría? Un hombre acostumbrado a tomar mujeres hermosas, dispuestas; no querría una porcelana rota en su cama. Sí, porque es lo que soy; un pedazo vacío, con grietas ramificadas en el cuerpo; con lamentos expresados en llanto y terror. Nunca seré capaz de rehacer mi vida, tener una pareja o familia; tendré que ver cómo él se escurre de mis manos; cómo anida en los brazos de otra.
Simone.Miro a Ingrid; parece haber quedado de piedra. Hago lo único que dicta mi mente, voy tras él. Lo llamo, pero me ignora. Entra en la casa; va en dirección a la barra. Choco con varias personas antes de quedar cerca de él. Intento llamarlo; pero otra voz femenina pronuncia su nombre. Gísele se le acerca rabiosa por su izquierda, le grita oprobios; él fija sus iris en mí. Su mirada fría e indiferente hace que detenga el paso. Edmond encara a la actriz, y sin más, la besa; mi alma sucumbe. Él susurra algo en su oído, ella asiente; la toma de la cintura; pasan por mi lado como si fuera un ente invisible. No me salen las palabras, en mí no crece ni un simple reclamo cuando la lleva escaleras arriba rumbo a las habitaciones. Todo queda explícito, y yo, más rota que antes.La arena se entierra en mis pies; el mundo da vueltas, y yo lo hago con él. La garganta me arde; tengo la boca seca, quiero seguir bebiendo. No es la mejor forma de reparar un corazón roto, menos cuando yo misma lo
Edmond.Nunca me había costado tanto desechar a alguien, sacarlo de mi vida sin mirar atrás o importarme sus sentimientos. Por alguna razón no logro desprenderme de esta mujer; a pesar de las decepciones la sigo buscando, queriéndola cerca de mí. No olvido sus palabras de esta madrugada; «ella no confía en mí»; fue capaz de mentirme para hacerme creer lo contrario. De cierta forma me siento usado, es absurdo, lo sé, pero estuve a punto de hacer una locura por tal tenerla para siempre conmigo y Éline, supongo que es una lección de vida el que mis planes se fueran al carajo. He cambiado tanto, hace varios meses no me hubiera importado despedirla, acostarme con Gísele y hacérselo saber; todo para alejarla de mí definitivamente; sin embargo, no fui capaz de hacerlo. Vine con un perro tras su rastro porque sé que mis acciones la estaban haciendo sufrir; y sinceramente, prefiero sé yo quien sufra por el dolor que me causa ella. A pesar del enojo, del desencanto no quiero dejar ir a Simone,
Edmond.»Me había tardado un poco más de lo normal, los animales estaban intranquilos. Cuando tomé el camino un sentimiento extraño me hacía mirar hacia atrás y a los lados, a pesar de que no veía nada algo me decía que no estaba sola. En medio del trayecto me interceptaron por la espalda. Alguien me agarró del cabello y luego colocó un paño con alguna sustancia extraña en mi nariz; juro que aún puedo sentir el aroma. Perdí el conocimiento; cuando desperté todo era muy confuso; estaba amordazada sujeta por ambas extremidades y desnuda —sus manos comienzan a temblar, yo tengo un nudo en la garganta, imagino lo que va a decir a continuación—. Estaba aturdida, tal vez aún por la droga, pero sé que escuché más de una voz en ese lugar. Lo sé, porque… porque… —las lágrimas comienzan a brotarle—. No fue un solo hombre el que se abusó de mí.—Oh, Simone —la abrazo, ella se derrumba en mis brazos—. Lo siento tanto, perdóname por haberte forzado a que me dijeras esto.—Tenía que hacerlo, no qui