Capítulo 2: ¿Era él?

BLAIR

Kristen siempre fue una maleducada, y se comportaba de la peor forma en los momentos más inoportunos.

No perdí de vista a Dominik, y noté cómo frunció el ceño, medio incrédulo y con desprecio, y negó con la cabeza.

—No hace falta, señorita Rymer, mi asistente se ocupará de ayudarme; sin embargo, señor Rymer. —Dirigió su atención hacia mi abuelo y le dio una diligente sonrisa antes de continuar—: De verdad agradezco su preocupación.

Este le devolvió la sonrisa y asintió.

—Entiendo, señor Engel.

—No quiero que piense que es un desplante de mi parte; es solo que prefiero ir a los lugares puntuales con uno de mis empleados.

—No se preocupe, puedo entenderlo. A veces los hombres de negocios debemos cuidar muy bien nuestra imagen, en especial si se tienen menos de treinta años y un palmarés como el suyo.

Al abuelo le brillaban los ojos con una admiración que pocas veces le había visto, lo que me inquietó; sin embargo, como poco tenía que ver yo con ese hombre y la situación, avancé y dije:

—Bueno, ya que fui presentada, si me disculpan, quisiera ir a tomar un bocadillo de la mesa del bufet.

Alcé la copa y sonreí.

Kristen se burló por lo bajo y el abuelo asintió, en tanto el pelirrojo siguió viéndome curioso, haciéndome preguntarme la razón.

Pero lo ignoré y seguí mi camino. Al llegar al bufet, tomé un bocadillo mientras veía pasar a un millonario tras otro y, sin embargo, no pude alejarme del tal Dominik, quien no dudaba en posar, dicharachero por cierto, con cuanta persona aparecía para las fotos.

¿Acaso era un tipo popular?

Bueno, mi abuelo dijo algo de innovación en tecnología y exploración espacial, pero yo era astrónoma, aún más, tenía una especialidad en astronáutica y conocía bien a los pesos pesados del área, ¿de dónde salió él?

Masticando el bocadillo de jamón, no pude evitar pensar que ya lo había visto antes en alguna parte, pero, por más que le daba y le daba a mi cabeza, no conseguía averiguar dónde.

—A veces eres bien estúpida, Blair. ¿Qué haces prestándole tanta atención a un desconocido? —me dije y chasqué con la lengua.

Fui a tomar otra copa y quise salir a los jardines, pero cuando iba a mitad de camino, de nuevo, fui asaltada por mi némesis… y por mamá gallina.

—Blair, ¿cómo es eso que sigues insultando a mi niña por su estatura? ¿Crees que por medir más de metro ochenta eres mejor que ella?

Mamá gallina, es decir, Celia Rymer, es decir, la madre de la umpalumpa, alias mi abuelastra, la segunda esposa de su abuelo, se paró ante mí con los brazos cruzados frente a ese pecho de silicona que se deslucía con el corpiño tan apretado que llevaba, y me miró como si yo acabara de matar a alguien.

Bajé la vista porque, aunque más alta que su hijita querida, Celia apenas rozaba el metro sesenta y cinco, y resoplé sin mucha fuerza.

—En primera, no es mi culpa que sea tan baja, tampoco me importa; sin embargo, si su hija no entiende lo mínimo del comportamiento y la educación, ¿qué puedo hacer yo? Puede llamarme jirafa e inventarse todos los chistes para altos que quiera, y seguir pensando que eso me molesta. No obstante, seguirá siendo un umpalumpa.

Las expresiones de las otras dos se enfurruñaron, pero, antes de que alguna pudiera decir algo, añadí como estocada final:

—Ella sin dudas desearía ser tan alta como yo; sin embargo, créame que yo no tengo ni los más mínimos deseos de estar más cerca del suelo.

Les di una sonrisa audaz, me giré y seguí mi camino, oyéndolas reñirme e insultarme.

Eso era así, era lo que pasaba cuando un hombre rico se casaba con una chica linda, que cuando probaba las mieles del dinero se desprendía de toda humildad y dejaba salir lo que en realidad era, una narcisista empedernida con complejo de dama de alcurnia a la que, por el contrario, todavía le quedaba demasiado que aprender.

Sin mencionar que tanto madre como hija me tenían algún tipo extraño de envidia que todavía no conseguía evitar.

Quizá se debía a que yo sí era una Rymer de sangre, hija de la niña más querida del abuelo, una que, por desgracia, ya no estaba en el mundo de los vivos.

Fui hasta los jardines, alejada de la gente, y me detuvo en un pequeño sector con bancas que daba una vista limpia al horizonte, miré al cielo y sonreí. Amaba el cielo, las estrellas, aunque en plena ciudad no podía verlas.

Bebí de mi copa. No me gustaban ese tipo de eventos, pero como el abuelo había hecho mucho por mí debía acompañarlo. Esperaba enorgullecerlo pronto si conseguía esa plaza en el equipo de trabajo para el Proyecto VON55 de la Corporación Weltraum de aeronáutica y aeroespacial. Era mi sueño.

Perdida en mis pensamientos, olvidé incluso el lugar en el que me encontraba. Había pasado a la última fase de la selección, pero sabía bien que la competencia era temible y terrible.

Apenas tenía veintisiete, ¿cuántos ingenieros más capacitados no existían allá afuera?

Me levanté, dejé la copa en el banco y avancé unos pasos, sintiendo la fresca brisa de la noche contra mi rostro y pecho.

Respiré hondo, pero de pronto sentí pasos ajenos acercándose desde atrás. Cuando reaccioné, dos grandes manos rodeaban mi cintura, y el cuerpo de un espigado y gran varón me cubría por completo.

Me tensé completa y vi por el rabillo del ojo que se trataba de quien sospechaba: Dominik Engel, el supuesto Doctor.

Él apoyó el mentón en mi hombro y, tras soltar un ligero respingo contra mi oreja que regó un calosfrío por cada parte de mi ser, susurró:

—Entonces… ¿hoy sí dejarás que te destroce el culo, pequeña Blair?

Esas palabras me dejaron la mente en blanco de pronto, y abrí los ojos de par en par al segundo siguiente, junto a los recuerdos de una noche loca de días atrás. El temor me embargó y palidecí.

¡¿Era él?! ¡¿Acaso era el prostituto de esa noche?!

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