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Capítulo 5: Jefe enloquecido

BLAIR

Al pasar a la oficina, me encontró con la sonrisa de suficiencia del maldito de Benjamin, a sabiendas de lo que quería.

—Blair, así que conseguiste el empleo, qué fascinante.

Fruncí un poco el ceño, pero no dije nada.

—No sabía que tú estabas buscando un nuevo empleo. 

Claro, mi flamante otrora prometido ni siquiera me había dicho que buscaba otro empleo, y mucho menos en el mismo lugar que yo. Era obvio que no renunciabas a tu trabajo y decidías por otro en un par de semanas, sobre todo porque el proceso de selección de esta empresa duraba al menos un mes.

—Estamos en la oficina, Blair, así que tienes que dirigirte a mí con respecto, ¿de acuerdo? Llámame señor Blackburn.

Fruncí el ceño, sintiendo un escozor ácido en la garganta, y solté una risita.

—Oh, lo siento, señor Blackburn, entonces por favor tenga la decencia de no tutearme; después de todo, ahora no somos más que jefe y empleada —espeté con sarcasmo.

Él entornó los ojos y se levantó de su silla, rodeó el escritorio y se detuvo frente a mí.

—Vine aquí porque surgió la oportunidad. Planeaba contártelo cuando obtuviera el puesto, pero decidiste terminar con lo nuestro antes de eso. ¿Qué te parece? Acabas de perder la oportunidad de casarte con un gerente, ¿no es una lástima?

La oficina tenía las persianas medio cerradas, pero sentía los penetrantes ojos de la tal Helen con ganas de exterminarme desde fuera, y no pude evitar soltar una risita.

—Sí que te das importancia, ¿eh? —Lo miré con deferencia—. Di lo que quieras, no me importa. —Luego recordé algo y continué—: Usted y yo no somos más que un jefe y su subordinada, señor Blackburn, no lo olvide, y diviértase mucho con su secretaria.

Acto seguido, di media vuelta y salí de ahí. Apenas pisar fuera, me encontré con la desabrida de Helen, que me vio con asco y volvió a entrar en la oficina. En definitiva, Dios los hacía y el diablo los juntaba.

Qué asquito de gente, de verdad.

Se suponía que empezaba a trabajar mañana, pero terminé quedándome todo el día, y descubrí que mis compañeros no eran tan horribles. Me metí tanto en el trabajo que, cuando me di cuenta de la hora, ya eran casi las seis, tiempo de abandonar la oficina.

En eso, apareció el secretario de Dominik y anunció:

—El señor Engel invita a todo el departamento a cenar hoy para dar la bienvenida a los nuevos empleados y conocerlos a todos. Él estará presente. Dispuse autos para llevarlos al restaurante, así que, por favor, recojan sus cosas y síganme.

Benjamin salió de su oficina y todos parecieron emocionarse; sin embargo, yo no quería ir. ¿Por qué querría estar en compañía de mi ex y su actual, o del pervertido malnacido de Dominik, por muy jefe que fuera?

Pero, al final, tuve que ir.

Llegamos al restaurante Protégé no mucho después, y la elección me sorprendió, pues era uno de los lugares más caros de Silicon Valley. Vi bajar a Dominik de su auto, y todos fuimos a un salón privado. Éramos doce personas en total.

—Por favor, ordenen a gusto y disfruten de la velada —dijo Dominik con tono amable, para nada como el pícaro tipo de aquella noche, y pasó la vista por todos—. Ustedes son un grupo con bastantes credenciales. Estoy gratamente sorprendido por lo que encontré en sus currículos.

Y sí. Por más que me ardiera, el estúpido de Benjamin era un reconocido ingeniero aeroespacial que había participado en varios proyectos de renombre en su antigua empresa; sin embargo, hasta yo tenía mis buenas credenciales: pasé tres años en el posgrado de astronáutica y otro más con mi maestro, entre congresos, proyectos y estudios. A decir verdad, poseía mejores credenciales que el idiota de mi ex, pero me faltaba algo: más fe en mí misma.

—Señor Engel, estoy ansioso por comenzar con el proyecto de VON55. Cuando vi la presentación en el último congreso, quedé fascinado. Su iniciativa de verdad promueve la sustentabilidad, al tiempo que da libertad al ser humano para la exploración.

Benjamin adulando a Dominik casi me dio ganas de vomitar, y creo que hasta el pelirrojo se hartó, porque no tardó en centrar su atención en mí.

—Señorita Blair, tras leer su currículo, veo que fue alumna del profesor Owens. Es curioso, ya que él no suele aceptar pupilos.

Sonreí gustosa y asentí, y los murmullos de quienes conocían el apellido no se hicieron esperar.

—Sí… el profesor Owens fue mi profesor en el posgrado, e insistió en que tenía que aprender más de él. Dice que quiere retirarse pronto. Estaba un poco triste cuando le dije que quería volver a casa e intentar participar en el proyecto VON55, pero entendió que era mi sueño y lo concedió.

Dominik entornó un poco los ojos.

—¿Su sueño?

Que le interesara eso me dio curiosidad, pero no pude contestar porque la metida de Helen se levantó con una botella entre manos y se fue rellenar la copa de Dominik, mirándome con desdén.

—Señor Engel, tome un poco, tenemos que hacer un brindis.

Él quiso refutar, pero cuando Benjamin y algunos empleados más se unieron, solo lo dejó estar.

La cena transcurrió más o menos en paz; sin embargo, fui incapaz de ignorar las miradas lascivas de Benjamin y la ira de una Helen que; de no estar el jefe ahí, de seguro habría cargado en mi contra.

Cuando todos se dispusieron a salir, fui al tocador a lavarme las manos, y porque el ambiente de verdad me molestaba, y hasta esperé que pasara una de esas escenas donde la chica loca novia del ex llega a querer jalar por los pelos a la otra; sin embargo, eso no pasó, lo que me hizo reír. No obstante, al salir del restaurante me encontré con un Benjamin que exhibía un gesto pícaro, y le reviré los ojos.

—Déjame en paz —espeté y caminé al borde de la acera para llamar a un taxi.

Benjamin se metió en mi camino, aún con ese gesto superior que tanto molestaba.

—Vamos, Blair, ¿de verdad solo vas a dejar las cosas así? Estábamos comprometidos y me dejaste de un día para otro. ¿Ni siquiera te duele? ¿No sufres por mí?

Fruncí el ceño, llena de asco. Este tipo haría que me indigestara.

—¿Sufrir por ti? No me jodas. Ver al perro que no tengo hacer sus necesidades es más importante que tú, Benjamin. —Le planté cara y él me miró impresionado—. Sí, nos íbamos a casar, pero te liaste con otra y se terminó, ¿quieres que te llore? ¿Quién eres? ¿Mi madre muerta o algo así? Porque de resto, créeme que no vales la pena. —Me encogí de hombros, con una ira palpitante resurgiendo en mi interior, y resoplé. Lo único que este hombre hacía ahora era fastidiarme—. Y quítate, tomaré un taxi para irme a casa.

Lo empujé con todas mis fuerzas a un lado y quise pasar de él; sin embargo, me jaló del brazo con fuerza, tanto que fue doloroso y no pude evitar chillar.

—¡Suéltame! ¡¿Qué te pasa?!

Benjamin tenía el ceño fruncido y parecía contrariado, pero soltó una risa gélida.

—¿Es que te estás haciendo la fuerte? No me creo esa de que no sientes nada por la ruptura. Nos íbamos a casar y te traicioné, debes estar muriéndote por dentro, pero no haces más que fingir… ¡Eres tan patética, Blair, hice bien en irme con Helen!

La furia que sentía se derramó, y le lancé un bofetón que me hizo temblar la mano, pero que pegó de lleno y con gusto en toda su mejilla, dejándole una marca que de seguro se hincharía.

—¡Aléjate de mí, maldito, o no temeré denunciarte!

La furia brilló en sus ojos y se abalanzó sobre mí con intención de golpearme, aun si estábamos en plena calle.

—¿Qué ocurre aquí?

Una voz dominante y grave resonó, y Benjamin se detuvo en seco. Di un paso atrás y vi a Dominik, que no tenía muy buena cara mientras avanzaba hacia nosotros, en compañía de su secretario.

—Ehm… señor Engel, yo… —balbuceó Benjamin.

El pelirrojo frunció el ceño y exigió una vez más.

—¿Qué ocurre aquí?

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