Cap. 2: ¡Trillizos!

 April no quería presentarse en la empresa.

Desde que firmó los papeles del divorcio, su cuerpo y su mente se negaban a regresar a ese lugar donde había construido tantas ilusiones. No quería verlo. No quería recordar.

Pero ahora tenía una razón más grande que su orgullo.

Su bebé.

No podía permitirse perder esa indemnización. Necesitaba ese dinero para empezar de nuevo, para asegurarse de que su hijo tuviera todo lo que necesitara.

Así que, tragándose el dolor y con la dignidad hecha pedazos, se levantó esa mañana y se dirigió a Montgomery Enterprises.

Cuando llegó a la oficina, el ambiente era el mismo de siempre: trabajadores apurados, llamadas constantes, la elegancia de los pasillos perfectamente decorados. Pero para ella, todo era diferente.

Ahora ese lugar solo representaba traición.

Trató de pasar desapercibida, pero las miradas la seguían. Sus compañeros la observaban con curiosidad, algunos con lástima. Claro había sido despedida sin contemplaciones luego de ser la mano derecha de Logan durante tres años.

Se dirigió a su oficina sin levantar la vista, pero antes de llegar, la voz de su superior la detuvo.

—April, qué bueno que viniste.

Ella giró lentamente y miró a la mujer que le hablaba.

—El señor Montgomery no está en la empresa —le informó sin rodeos—. Salió de viaje.

April sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Cobarde.

Ni siquiera tenía el valor de darle la cara.

—Antes de irse, dejó instrucciones —continuó la mujer, sin notar la tormenta interna en April—. Debes entrenar a su nueva asistente.

El impacto la dejó sin aire.

«¿Ya le tenía reemplazo?»

Sintió un nudo de indignación apretarle la garganta. No le sorprendía que Logan la hubiera sustituido tan rápido, pero el descaro de pedirle que entrenara a la mujer que ocuparía su puesto, en todos los sentidos, era una humillación demasiado grande.

Se mordió la lengua para no responder con veneno. Solo asintió con rigidez.

—Lo haré.

Pasaron los días.

April, se enfocó en su trabajo, en hacer lo necesario para aguantar las dos semanas sin quebrarse. No hablaba con nadie más de lo indispensable y evitaba cada mención de Logan.

Pero el destino no tenía piedad.

El día que debieron celebrar su aniversario de bodas, April recibió una llamada que no esperaba.

La pantalla de su teléfono mostró un número conocido y su estómago se revolvió cuando leyó el nombre.

Margaret Montgomery.

La madre de Logan.

Su primer impulso fue ignorar la llamada, pero algo dentro de ella le dijo que contestara.

—¿Sí? —respondió con voz neutra.

—April, necesito que lleves unos documentos urgentes al Salón Windsor del Hotel Grand Royal.

April apretó el teléfono con fuerza.

«¿Un encargo de la madre de Logan? ¿Por qué ella?»

—¿No hay nadie más que pueda hacerlo? —preguntó, sin poder ocultar la frialdad en su tono.

—No, debes ser tú —respondió la mujer con firmeza—. No quiero contratiempos.

April cerró los ojos y exhaló lentamente. No tenía opción.

Si quería su indemnización, tenía que aguantar.

—Está bien —aceptó con un nudo en el pecho.

Una hora después, llegó al Hotel Grand Royal.

El Salón Windsor estaba decorado con lujo, repleto de personas de la alta sociedad. No entendía por qué ese lugar para entregar unos simples documentos.

Pero en cuanto entró, lo entendió todo.

Se quedó estática en la puerta, con los documentos apretados en su mano.

La escena frente a ella la golpeó como un puñetazo.

Sobre la tarima, en el centro del salón, Logan Montgomery estaba de rodillas, sosteniendo una elegante caja de terciopelo negro. Y justo en ese momento, deslizaba un lujoso anillo de compromiso en el dedo de otra mujer.

Megan Crawford.

La única heredera de la multimillonaria fortuna de los Crawford.

El aire se le fue de los pulmones.

Ahora lo entendía todo. Su repentino divorcio. Su desprecio. Su frialdad.

No había sido solo ambición empresarial.

Había sido por ella.

Por casarse con una mujer millonaria.

El murmullo de los asistentes se perdió en sus oídos. Solo podía escuchar el latido ensordecedor de su corazón. La humillación, el dolor, la rabia.

Sus ojos se posaron en Logan, con una mezcla de desprecio y odio absoluto.

Como si sintiera su mirada, él la vio.

Por un breve segundo, su expresión se tensó. Sus ojos azul acero chocaron con los de April, pero no había tiempo para reacciones.

La gente aplaudió, celebrando el compromiso. Megan sonreía con elegancia, ajena a todo.

April no esperó más.

Caminó con la espalda recta, el rostro inexpresivo, los pasos firmes. Llegó hasta el guardia de seguridad, le extendió los documentos y dijo con voz firme:

—Esto es para la señora Montgomery.

Sin esperar respuesta, se giró y salió del salón con la misma dignidad con la que había entrado.

Pero por dentro, se estaba desmoronando.

April salió del hotel con pasos apresurados, sintiendo el aire frío de la tarde golpear su rostro. Su corazón latía con violencia, el pecho oprimido, la respiración agitada.

Cada imagen de lo que acababa de presenciar la atormentaba. Logan deslizándole el anillo a Megan Crawford, la sonrisa de satisfacción en su rostro, los aplausos de la élite celebrando el compromiso.

Su estómago se revolvió con una punzada intensa.

De repente, un dolor agudo la atravesó en el bajo vientre.

April se detuvo en seco. Un espasmo la obligó a doblarse levemente, llevando una mano a su abdomen. Su bebé.

El miedo se apoderó de ella.

—No… no ahora —susurró, intentando respirar con calma.

Pero el dolor se intensificó. Sus piernas temblaron, su cuerpo se sintió más pesado de repente. Un sudor frío cubrió su frente.

Debía encontrar un taxi. Ir al hospital.

Miró a su alrededor con desesperación, pero su vista comenzó a nublarse. Intentó dar un paso más, pero sus fuerzas flaquearon.

De pronto, una voz masculina la sacó de su estado de pánico.

—Señorita, ¿se encuentra bien?

April levantó la mirada y vio a un hombre joven, de porte elegante, con un costoso abrigo de cachemira y un reloj que probablemente valía más que todo su salario de un año. Su cabello rubio brillaba, y su expresión reflejaba preocupación genuina.

—Por favor… necesito ir al hospital —logró decir con un hilo de voz.

El hombre frunció el ceño con seriedad y sacó su teléfono de inmediato.

—Richard, ven de inmediato a la entrada —ordenó con autoridad—. Vamos a llevar a una dama al hospital.

En cuestión de segundos, un chofer vestido impecablemente salió del auto negro estacionado frente al hotel y se apresuró a sostener a April antes de que su cuerpo colapsara.

—Tranquila, la llevaremos enseguida —aseguró el hombre, ayudándola a subir con cuidado al vehículo.

April apenas podía mantenerse consciente. El miedo por su bebé la dominaba.

****

El sonido de los monitores y el olor a desinfectante la despertaron. Parpadeó lentamente, tratando de recordar dónde estaba.

Cuando intentó moverse, una punzada de dolor en su vientre le recordó todo.

El compromiso. La angustia. El desmayo.

Se llevó la mano al abdomen con miedo, buscando la respuesta en su interior antes de que alguien hablara.

En ese momento, la puerta se abrió y entró una doctora con bata blanca y un gesto serio en el rostro.

—Señorita Collins, qué alivio que despertó.

—¿Mi bebé…? —preguntó con voz temblorosa, su miedo se veía reflejado en sus ojos verdes.

La doctora la miró con paciencia antes de hablar.

—Debe mantenerse en absoluto reposo. Ha tenido un conato de aborto.

El mundo de April se detuvo.

El terror la envolvió como un torbellino.

—No… no puedo perderlo —susurró con un nudo en la garganta.

La doctora le tomó la mano con suavidad.

—Entiendo su angustia, pero aquí viene la parte más delicada… —hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Señorita Collins, usted no está esperando un solo bebé.

April frunció el ceño con confusión.

—¿Qué quiere decir?

—Está embarazada de trillizos.

El aire abandonó sus pulmones.

Trillizos.

Si la vida ya se le complicaba con un solo bebé, tres lo cambiarían todo.

—Voy a ser madre de tres… —susurró en shock, sin saber si reír o llorar.

—Por eso es crucial que cuide su embarazo —continuó la doctora—. Su cuerpo está bajo un gran esfuerzo y no puede permitirse más estrés. Debe mantenerse tranquila, evitar esfuerzos físicos y, sobre todo, reducir cualquier situación que le genere tensión emocional.

«¿Tensión emocional?»

April carcajeó con amargura. Acababa de ver al amor de su vida comprometerse con otra mujer, su mundo se había derrumbado, estaba embarazada de trillizos y le pedían que no tuviera estrés.

¿Cómo se suponía que haría eso?

April intentó incorporarse luego que la doctora se marchó de la habitación, pero el dolor en su abdomen le arrancó un quejido ahogado.

—Tranquila, no haga movimientos bruscos —dijo la enfermera con calma—. Aún necesita descansar.

«¿Cómo iba a descansar cuando ni siquiera sabía cómo iba a pagar la cuenta del hospital?»

El miedo se apoderó de su cuerpo.

—Señorita… —su voz salió entrecortada—. Debo irme.

La enfermera la miró, confundida.

—¿Irse?

April tragó saliva con dificultad.

—No tengo dinero para pagar esto… —susurró, con la vergüenza ahogándola—. No puedo quedarme aquí.

No tenía un centavo.

No tenía a nadie.

Y la realidad era que en ese lujoso hospital no atendería a alguien sin recursos por mucho tiempo.

La enfermera, sin dejar de sonreír, posó una mano tranquilizadora en su brazo.

—No se preocupe por eso, señorita Collins.

April frunció el ceño.

—¿Qué…?

—La cuenta ya fue pagada.

El aire se atascó en su pecho.

—¿Qué? ¿Cómo?

La enfermera sacó algo del bolsillo de su bata.

—El señor Callahan cubrió todos los gastos. Es uno de nuestros benefactores y dejó esto para usted.

Le extendió una tarjeta de presentación.

April la tomó con dedos temblorosos, con el corazón latiendo con fuerza.

Giró la tarjeta lentamente, y cuando leyó el nombre impreso en letras doradas, su estómago se encogió.

Nathan Callahan. CEO de Callahan Corporation

Se quedó sin aliento.

Callahan Corporation. La mayor competencia de los Montgomery.

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