Cap. 4: En peligro.

El autobús avanzaba por la carretera mientras April observaba el paisaje por la ventana. Los árboles y colinas pasaban ante su vista, pero su mente estaba en otro lugar.

Se iba. Huyendo.

Había pasado demasiado tiempo en esa ciudad, demasiado tiempo esperando un amor que solo le dejó cicatrices.

Cuando firmó los papeles del divorcio, creyó que ese sería el peor dolor que sentiría. Pero no. Nada se comparaba con la humillación de ver a Logan comprometiéndose con otra mujer.

El hombre que había sido su todo, el hombre que le había prometido amarla, el mismo que ahora la había abandonado como si nunca hubiera significado nada.

Pero April no estaba sola. Llevaba tres vidas creciendo dentro de ella.

Tres corazones latiendo en su interior.

Se llevó una mano al vientre con ternura, sintiendo la curvatura que comenzaba a notarse. No podía fallarles.

Al principio pensó en refugiarse en la casa de su padre.  Pero April sabía que no era un lugar seguro.

Margaret Montgomery había sido clara. Si se quedaba allí, su padre podría ser el siguiente en pagar las consecuencias.

Así que desistió de esa idea.

Viajó a un pequeño pueblo alejado de la ciudad, donde nadie la conociera, donde nadie pudiera encontrarla.

Y ahí empezó su verdadera lucha.

April necesitaba un empleo.

No podía darse el lujo de vivir sin trabajar. Cada centavo era necesario para el futuro de sus hijos.

Después de buscar por días, consiguió un puesto de asistente en una pequeña fábrica. No era gran cosa, pero al menos le permitía pagar el alquiler de un cuartito diminuto, con apenas un colchón, un baño y una pequeña cocina.

Pero con el paso de los días, su cuerpo comenzó a debilitarse.

Las náuseas matutinas eran insoportables.

Los mareos y el cansancio la dominaban todo el tiempo.

Estaba embarazada de tres bebés, y su cuerpo lo resentía.

Intentaba moverse rápido, intentaba cumplir con su trabajo… pero cada día era más difícil ocultar su vientre en crecimiento. Ya tenía tres meses de gestación.

No pasó mucho tiempo antes de que el supervisor la llamara a su oficina.

—Lo siento, April, pero ya no podemos retenerte.

El golpe fue demoledor.

—Por favor… —susurró—. Necesito el trabajo.

—No es personal —dijo el hombre, con la indiferencia de alguien que no tenía idea de lo que significaba estar sola y embarazada—. Pero eres demasiado lenta.

April sintió un nudo en la garganta.

La echaron.

Sin un centavo.

Sin una oportunidad.

Pero no podía rendirse.

Después de semanas de búsqueda, consiguió un trabajo en un pequeño almacén.

No era el empleo ideal, pero le permitía ganar algo de dinero. Ahí pasaron dos meses más.

Sin embargo, cada día era más difícil.

Su vientre de cinco meses parecía de ocho. Era enorme.

El embarazo avanzaba rápido, y con tres bebés dentro de ella, su movilidad se volvió torpe y pesada.

Los clientes la trataban con impaciencia.

—¡Muévete más rápido, niña! —le gritó una mujer cuando April tardó en empacar sus cosas.

—Dios, no entiendo cómo te contrataron en este estado… —se burló otro hombre, mirándola con desprecio.

Las humillaciones eran constantes.

La gente la miraba con asco, como si su embarazo fuera un error.

Como si estar sola y embarazada fuera un pecado.

Cada día regresaba a su diminuto cuarto con los pies hinchados, el cuerpo destrozado y las lágrimas ahogándose en su garganta.

Se acostaba en su colchón delgado en el suelo, con el sonido de la nevera vieja zumbando en el fondo y la luz tenue de la única lámpara iluminando la pobreza en la que vivía.

Se abrazaba el vientre, sintiendo los leves movimientos de sus bebés.

—No sé qué voy a hacer… —susurraba, con la voz quebrada—. Pero les prometo que saldremos adelante.

Pero cada día era más difícil.

Cada día se sentía más perdida.

Más rota.

Más sola.

****

El salón principal del Hotel Imperial estaba decorado con elegancia impecable. Candelabros de cristal iluminaban la estancia con una luz dorada y cálida. Cada detalle, desde las sillas tapizadas hasta las flores blancas que adornaban el altar improvisado, había sido meticulosamente elegido para reflejar la grandeza de los Crawford y los Montgomery.

Pero Logan no sentía nada.

Vestido con un traje negro perfectamente cortado a su medida, de pie frente al juez civil, se sentía vacío.

A su lado, Megan Crawford sonreía con dulzura, enfundada con un vestido de seda marfil, su cabello rubio recogido con delicadeza, su rostro pálido reflejando una fragilidad evidente. Era la novia perfecta… la esposa ideal.

Pero no era la mujer que él amaba.

El juez aclaró la garganta y tomó la palabra.

—Señor Logan Montgomery, ¿acepta usted a Megan Crawford como su legítima esposa?

Logan sintió el mundo detenerse.

Su pecho se comprimió en un dolor que no esperaba.

Porque en ese momento, recordó: El día que se casó con April

El pequeño ayuntamiento del pueblo vecino apenas tenía espacio para ellos dos y el juez. No había invitados. No había flores. No había lujos.

Pero había amor.

April, vestida con un sencillo vestido blanco, lo miraba con los ojos llenos de emoción y felicidad. Sus labios temblaban en una sonrisa nerviosa, y sus manos se aferraban las suyas con fuerza.

No necesitaban nada más.

—¿Acepta usted, Logan Montgomery, a April Collins como su legítima esposa?

Sin dudarlo, Logan la miró directo a los ojos y con una sonrisa llena de amor respondió:

—Sí, la acepto.

Y cuando April dijo lo mismo, supieron que eran el uno para el otro.

Ella rio con nerviosismo cuando el juez los declaró marido y mujer.

—Eres mi esposa —susurró él antes de besarla con todo su amor.

—Y tú mi esposo —respondió ella con los ojos brillantes.

Era su secreto.

Su felicidad.

Un instante en el que el mundo no existía.

—Señor Montgomery —insistió el juez, esa voz lo regresó al presente.

Su corazón latía con fuerza.

No podía hacerlo.

No podía casarse con otra mujer.

Por un instante, estuvo a punto de decir No. No acepto.

Pero entonces, sintió una mirada perforándolo.

La de George Crawford.

El hombre lo observaba desde su asiento de honor, con una expresión implacable. Su mandíbula tensa, sus ojos oscuros como el abismo.

Sus amenazas retumbaron en su cabeza.

"Si la haces infeliz, destruiré a toda tu familia… y en especial a la mujercita esa, la tal April."

La imagen de April cruzó su mente. Sola. Desamparada. Vulnerable.

Si rompía este compromiso, George Crawford cumpliría su promesa.

April sufriría las consecuencias.

Logan sintió su estómago retorcerse. Toda su vida le había pertenecido a su familia, pero esta era la primera vez que sacrificaba su felicidad para salvar a la única mujer que realmente amaba.

Levantó la mirada, con el alma hecha pedazos.

Y con voz firme, dijo las palabras que sentenciaban su destino.

—Sí, acepto.

El juez asintió con una sonrisa.

A su lado, Megan lo miró con ojos llenos de gratitud y felicidad.

Pero en su interior, Logan Montgomery sabía que acababa de condenarse a sí mismo.

****

Dos meses después. El viento helado de la tarde azotaba las calles del pequeño pueblo mientras April salía de su trabajo en la bodega donde trabajaba como asistente.

Siete meses de embarazo.

Siete meses de lucha.

Siete meses sobreviviendo con lo poco que tenía.

Su cuerpo estaba agotado.

Las piernas le dolían con cada paso. El peso de su vientre abultado la hacía moverse lentamente. Pero no podía rendirse. Tenía que resistir.

El sueldo que ganaba era mínimo, pero al menos le permitía pagar el alquiler del diminuto cuarto donde dormía y comprar lo básico para alimentarse.

Esa tarde, mientras caminaba con una compañera de trabajo por la acera de regreso a su habitación, algo en un kiosco de revistas llamó su atención.

Se detuvo en seco.

En la portada de una revista de sociedad, una imagen brillaba como un golpe directo a su pecho.

Logan.

Logan y su esposa.

Su viaje de bodas.

La fotografía mostraba a Logan Montgomery, impecable en un elegante traje de lino, con Megan Crawford abrazada a su brazo, luciendo un vestido de diseñador, ambos en la cubierta de un lujoso yate en Mónaco.

Riendo.

Felices.

April sintió una puñalada en el estómago.

El aire abandonó sus pulmones.

Mientras ella sufría sola, humillada y sobreviviendo día a día, él disfrutaba de una vida de lujos con su esposa.

Una punzada en su vientre la sacó de sus pensamientos.

Se llevó una mano al abdomen.

Otro dolor.

Y otro.

De repente, un líquido caliente corrió por sus piernas.

Su respiración se cortó.

No… No podía ser.

—April, ¿estás bien? —preguntó una de sus compañeras, viéndola pálida y temblorosa.

April trató de responder, pero una contracción la dejó sin aliento.

—Los… los bebés… —jadeó, con los ojos llenos de terror.

El pánico se apoderó de su cuerpo. No era el momento. ¡Aún faltaban dos meses!

Pero su cuerpo tenía otros planes.

—¡Llamen una ambulancia! —gritó su compañera, sosteniéndola antes de que su cuerpo colapsara.

En el hospital del pueblo, el dolor era insoportable.

April gritó, aferrándose a la camilla mientras la llevaban a toda prisa por los pasillos del pequeño hospital. Las luces del techo pasaban borrosas ante sus ojos nublados por las lágrimas.

—Tranquila, señorita Collins, sus bebés vienen en camino.

—No… no… ¡Aún no es el momento! —sollozó, con la voz ahogada por el dolor.

Su cuerpo se retorcía con cada contracción.

Las enfermeras le colocaron oxígeno, le tomaron la presión, pero nada aliviaba el pánico desgarrador en su pecho.

Estaba sola.

Nadie la esperaba afuera.

Nadie estaba ahí para sostener su mano.

Y entonces, como un veneno en su mente, los recuerdos de Logan y su familia volvieron a atacarla.

Las humillaciones.

Las traiciones.

Las palabras crueles de Margaret Montgomery.

"¿Creíste que casándote con mi hijo saldrías de la miseria en la que vives?"

"Agradece que te estamos dando algo de dinero, porque podríamos dejarte sin nada."

"Toma el dinero y desaparece."

Y Logan…

Logan riéndose con su esposa en su luna de miel, mientras ella luchaba por traer al mundo a sus hijos completamente sola.

Una lágrima rodó por su mejilla.

No era justo.

Nada de esto era justo.

—Señorita Collins, debemos hacer una cesárea de emergencia.

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