Cap. 3: Vendiendo su alma por salvarla.

April nunca había necesitado tanto el dinero como ahora.

Había creído que al dejar Empresas Montgomery, cerraría para siempre ese capítulo de su vida, pero ahora todo había cambiado.

Esperaba trillizos.

El simple pensamiento la aterraba. No solo debía empezar de cero, sino que ahora tenía tres vidas por las que luchar.

Y no tenía nada.

Por eso, después de cumplir con el reposo recomendado por los médicos, se armó de valor y regresó a la empresa. Solo quería recibir su liquidación y desaparecer.

Ya no era la esposa secreta del futuro CEO.

Ahora solo era la mujer que había sido desechada.

Se dirigió directamente al departamento de Recursos Humanos, pero el encargado la miró con incomodidad.

—Señorita Collins… la señora Montgomery quiere hablar con usted antes de que reciba su liquidación.

April parpadeó sorprendida.

Nunca se había reunido con esa supuesta suegra, incluso sus llamadas telefónicas eran escasas y, para su sorpresa, el primer encuentro fue también el último.

Así que, con el corazón latiendo fuerte en su pecho, se encaminó hacia la oficina de la mujer.

Cuando entró, la presencia de Margaret Montgomery la envolvió como una sombra fría.

La mujer estaba sentada en un enorme escritorio de madera oscura, perfectamente arreglada con un elegante traje color marfil. Su cabello rubio, apenas con algunas hebras plateadas, estaba recogido con precisión.

Levantó la vista cuando April entró, pero no la invitó a sentarse.

—Aquí tienes tu indemnización —dijo con voz impasible, deslizando un sobre blanco hacia ella.

April tragó saliva y lo tomó con manos temblorosas. Su pecho estaba oprimido, pero intentó mantener la calma.

Abrió el sobre y leyó la cantidad escrita en el cheque.

Sus ojos se abrieron con incredulidad.

Era muchísimo menos de lo que le correspondía.

Alzó la mirada, desconcertada.

—Señora Montgomery, creo que hay un error —expresó con cautela, controlando su tono de voz.

Margaret Montgomery sonrió con desdén.

—¿Un error? —repitió con burla—. El único error aquí fue que creyeras que podías atrapar a mi hijo con tu fachada de mosca muerta.

El golpe fue directo.

April sintió la humillación quemándole la piel.

—Yo nunca…

—No te atrevas a decir que no lo intentaste —la interrumpió la mujer, con la voz más afilada que un cuchillo—. ¿De verdad creíste que casándote a escondidas con Logan te sacarías de esa vida de inmundicia en la que vives?

April se quedó sin aire.

—Eso no es cierto…

—Oh, claro que lo es —la interrumpió con una frialdad escalofriante—. Una simple asistente, con un apellido insignificante, creyendo que podía ser la esposa de un Montgomery. Qué patético.

April sintió cómo las lágrimas amenazaban con salir.

—Yo lo amaba…

Margaret soltó una carcajada.

—¿Amor? —ladeó la cabeza, fingiendo sorpresa—. Si de verdad crees que Logan te amó alguna vez, eres aún más tonta de lo que pensaba.

April bajó la mirada.

—Agradece que te estamos dando algo de dinero —continuó Margaret, con dureza—. Podría haberte despedido sin un centavo, sin recomendaciones, sin nada. Pero Logan insistió en que al menos te compensáramos un poco.

El nudo en su garganta se hizo insoportable.

«¿Logan había aprobado esa cantidad ridícula?»

No le importó dejarla sin nada.

—Y no intentes buscar a mi hijo —añadió la mujer con tono venenoso—, ni se te ocurra.

April frunció el ceño.

—Yo no tengo intención de…

—Sé lo de tu padre.

Su corazón se detuvo.

April levantó la vista, con el rostro pálido.

—¿Q-Qué…?

Margaret sonrió con frialdad.

—Sé que tuvo problemas legales en el pasado… y con mi poder, podría volver a prisión en cualquier momento.

April sintió el mundo desmoronarse bajo sus pies.

Su padre. Su única familia.

No podía permitir que lo encarcelaran otra vez.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Margaret tenía el poder para hacerlo.

—Así que sé inteligente, querida —concluyó la mujer, acomodando su brazalete de oro con indiferencia—. Toma el dinero y desaparece.

La rabia, la humillación, el miedo… todo se mezcló en un remolino dentro de April.

Apretó el cheque con tanta fuerza que sus dedos dolieron.

Era una burla.

Era una humillación.

Era el final de todo.

Se obligó a respirar hondo y a mirar a la mujer directamente a los ojos.

—No se preocupe, señora Montgomery. No volverán a saber de mí.

Margaret arqueó una ceja, como si sus palabras le resultaran irrelevantes.

April se giró para salir, pero antes de llegar a la puerta, sus piernas temblaron.

Su dignidad se desmoronó en un segundo.

Las lágrimas, aquellas que había contenido con tanto esfuerzo, comenzaron a caer silenciosamente por sus mejillas.

Le habían arrebatado todo.

Se detuvo por un instante, con los hombros encorvados, con el dolor apretándole el pecho. Quería ser fuerte.

Pero en ese momento, solo era una mujer destruida.

Se mordió el labio con fuerza para contener un sollozo y, sin mirar atrás, salió de la oficina.

No volvió a detenerse hasta que estuvo fuera del edificio.

Solo entonces, con las manos aferradas a su abdomen, se permitió romperse.

No tenía nada.

Pero al menos, aún tenía a sus bebés.

****

El despacho privado de George Crawford era una imponente oficina en la cima del rascacielos que albergaba Crawford Enterprises. La vista panorámica de la ciudad se extendía a través de los ventanales de cristal, pero Logan no estaba interesado en paisajes.

Estaba ahí por un acuerdo. Por un sacrificio.

El hombre sentado frente a él, George Crawford, era una de las figuras más poderosas del mundo financiero. Dueño de acciones, magnate de los negocios y, sobre todo, un hombre peligroso.

Tenía el cabello completamente blanco, pero su expresión seguía siendo la de un depredador. En sus ojos oscuros no había emoción, solo dominio absoluto.

—Montgomery… —murmuró, dejando su vaso de whisky sobre la mesa—. Quiero darte las gracias.

Logan lo miró en silencio, con su habitual expresión fría.

—¿Por qué?

El hombre sonrió, pero la sonrisa no tenía calidez.

—Por haber aceptado casarte con mi hija.

El aire en la habitación se sintió más pesado.

George Crawford se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa, sus dedos entrelazados.

—Esto no lo olvidaré jamás —susurró con voz grave—. Mi pequeña Megan tiene pocos meses de vida.

El silencio se hizo espeso.

Logan no reaccionó. Ya lo sabía.

Lo supo desde el momento en que su familia le puso la soga al cuello y le exigió que se deshiciera de April.

Lo supo cuando Crawford le ofreció una alianza a cambio de cumplir el último deseo de su hija moribunda.

Y lo aceptó.

Porque si se negaba, April pagaría las consecuencias.

—Espero que la hagas feliz, Montgomery —continuó el hombre con una sonrisa impenetrable—. Porque, en caso contrario, destruiré a toda tu familia.

Sus ojos oscuros brillaron con amenaza.

—Y en especial —añadió con un tono más bajo, más cortante—, a la mujercita esa. La tal April.

Logan sintió un latigazo interno al escuchar su nombre en boca de ese hombre.

Sabía lo que significaba una amenaza de George Crawford.

No era el tipo de hombre que hablaba en vano. Si decía que podía destruir a April, era porque podía hacerlo.

Apretó la mandíbula, manteniendo su expresión indiferente. No podía demostrar ninguna debilidad.

No podía mostrar que, a pesar de todo, April seguía siendo su punto débil.

Se acomodó en el sillón con la elegancia que lo caracterizaba y mantuvo el tono firme e implacable.

—No tiene por qué preocuparse, señor Crawford.

El hombre lo miró con interés, esperando su respuesta.

—Soy un hombre de palabra —continuó Logan, con una frialdad medida—. Haré feliz a Megan.

Sus propias palabras le supieron a veneno.

Megan Crawford.

La mujer con la que ahora estaba comprometido. La mujer que le arrebató su vida, su futuro, su amor.

Y él… sería su esposo.

—Seré un marido fiel —agregó, como si esa promesa no fuera una sentencia de muerte para sí mismo.

George Crawford esbozó una sonrisa de satisfacción.

—Bien dicho.

Pero Logan no había terminado.

—Y sobre April…

El hombre enarcó una ceja con curiosidad.

—No tiene que ensuciarse las manos con ella —dijo Logan con una mirada afilada—. Ahora mismo, mi madre se está encargando de hacer que April Collins desaparezca de nuestras vidas.

La sonrisa de Crawford se ensanchó.

—Eres inteligente, Montgomery. Me gusta eso.

Logan no respondió. Porque no había nada que decir.

Porque había vendido su alma para salvar la vida de April.

Y ella nunca lo sabría.

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