Capítulo 2

George.

Me froté la cara, el dolor martilló mi cabeza al solo ver la luz del sol. Mi estómago quemaba exigiendo que tomara un poco de agua para que la garganta no se me agriete. Como pude me levanté y bajé agarrado de las paredes por el intenso mareo que me mantenía con la mano en mi sien.

Llegué hasta el refrigerador, saqué un jarrón que me empiné para beber la mayor cantidad de agua posible. Me urgía, tanto que por poco acabé con el contenido del recipiente. Solté un suspiro,

pensé. Siempre estaba Gregory o Aiden conmigo. Incluso Tej se sumaba cuando el trabajo no lo absorbía y lo perdía del mundo exterior.

__ ¡Santa madre de...

Giré sobre mis talones para ver a la mujer vestida de blanco con sus ojos clavados en mí, con un bocado a medio camino y cara de no haber dormido.

__ ¿Quién demonios eres tú? - pregunté a la defensiva.

__ ¿Porqué no traes ropa? - preguntó reparando mi torso sin nada de disimulo.

__ Porque estoy en mi casa. ¿Quién eres y qué haces aquí? - agregué. Soltó el cubierto y se limpió la boca.

__ Me dijiste que me quedará anoche a cambio de cien dólares por mi vestido.

__ Ah, cierto. El vestido. - en realidad no tenía una sola idea pero no lo iba a admitir ante una desconocida. - ¿Porqué es un vestido de novia? No me digas que...

__ Oh, no. Yo estaba sobria, además que estoy huyendo de una boda como para casarme en otra. - se rió. - Me iba a ir, pero luego recordé que si te doy el vestido no tengo con qué irme. - mostró hundiendo los hombros. - Me pagaste cien dólares por él, te pago mi desayuno y si me das al menos un buzo para ponerme te devuelvo el dinero.

__ ¿Negociante?

__ Soy hija de un buen empresario. - se rió. - No diría lo mismo como padre. Pero bueno, ¿trato?

La detallé. Era pequeña, con una sonrisa que mostraba a cada segundo. Ojos relucientes, cuerpo de complexión media y su estatura baja no ayudaba a imaginarla con algo de mi clóset.

__ Te quedará gigante. - solté la jarra casi vacía. - Pero hay ropa que alguien dejó, creo que puede quedarte.

__ ¿Tienes esposa?

__ Gracias al cielo no. - respondí yendo a las escaleras.

Le indiqué que me siguiera y dudó.

__ No te voy a hacer nada. O espera aquí si quieres, pero lo que te traiga tendrás que ponerte y no la opción de escoger, como la tendrás si subes. - titubeó un poco. Se vio como una persona desconfiada, aunque no la culpaba, en cambio comprendí su reacción al verla tomar un candelabro, le quitó las velas y amenazó con este. - Desquiciada.

__ Lista. Soy lista. Si te acercas te rompo la cabeza. - apuntó con el aparato. - Y no miento ¿eh?

Solo volteé la mirada. Aún con el dolor en la cabeza subí a mi habitación. Busqué en la cajonera hasta dar con el que contenía la ropa que Marlene había dejado, ya era más con cada mes, pues se acumuló con todas las veces que se quedó.

__ Ahí tienes. Te quedará grande aún. - le dije. Al ver que titubeó, me hice a un lado. Era más paranoica de lo que creí al principio. - Me daré una ducha ¿bien?. Dejas el vestido y te vas.

Asintió. No me importó que estuviera apuntado con el candelabro, la ignoré y me metí al baño, me deshice de la ropa interior que aún cargaba y me metí bajo la ducha. Quería olvidar la razón por la cual la noche anterior había ido a un bar. No deseé recordar, pero pensar en como se burlaron de mí, convirtió la sangre en lava.

El tiempo que estuve bajo el agua solo sirvió para despejar mi mente recordando que tenía trabajo en la constructora.

Desayuné, tomé un par de aspirinas y busqué las llaves del auto cuando ya estaba con mi traje de tres piezas. Sobre la cama estaba el vestido blanco, lleno de barro. Me llevé la mano a la cabeza al recordar haber sentido un bulto de telas caer sobre mí. Su rostro muy cerca y sus labios moviéndose.

¿Que demonios estaba haciendo enmedio de la calle?

Nadie iba a responder a esa pregunta por lo que opté por salir de la casa y trasladarme a la constructora. Había planos que revisar y eso me llevaría horas. De solo pensarlo me dolía aun más la cabeza. Alguien estiró la mano a un lado de la carretera, se me hizo conocida y me detuve.

__ ¿Tú? - preguntó la mujer de nuevo.

__ ¿No tienes a quien llamar para que te lleve a tu casa? - indagué bajando la ventanilla.

__ Por ahora no tengo casa. Que las aguas se calmen y luego de eso regreso. Aunque dudo que eso sea rápido. - dijo al viento. - ¿Puedes llevarme a casa de una amiga? Te queda de camino.

__ No sabes para dónde voy. - expliqué.

__ Pero sé la dirección que llevas y por ese mismo lado queda la casa de Juliana. - solté un resoplo. - Por favor.

__ Acabas de amenazar con romper mi cabeza y ahora me pides ayuda. - me reí al verla subir al vehículo.- Eres bipolar o algo por el estilo.

__ A pocas opciones, te agarras de lo que haya disponible. - se puso el cinturón.

__ Concuerdo. - puse en marcha el auto de nuevo. No tardó más que media hora en indicar que se quedaba en un cruce de calles. Se bajó con cautela y miró a todos lados.

Se veía confundida pero no creí que fuera tan inconsciente de quedarse si no conocía, pero señaló como si me quisiera dar a entender dónde estaba lo que buscaba. Una cafetería.

__ Bien, ahora me voy. Gracias...

__ George. - terminé por ella.

__ Gracias por el intercambio y tu ayuda, George. - cerró la puerta. - Si nos volvemos a encontrar, no dudes en saludar. Soy Marina Torreblanca.

Solo asentí y me masajeé la cabeza antes de ver cómo entró al lugar, mientras el auto se movió sacándome de ese lugar.

Mi día de trabajo inició y por ello me encargué de los planos que revisé en mi ordenador con las medidas que debía ajustar porque quién lo hizo no sé fijó en el terreno, ni lo que el cliente pidió.

__ ¡Mi amorcito! - esa voz nunca me había parecido tan chillona, pero lo aguanté y solo evadí el beso. Tenía un ligero perfume a su amante, eso me hizo apretar los puños al saber su descaro. Asqueado aún más por ello. - ¿Estás muy ocupado?

__ Demasiado. - contesté sin quitarle los ojos a lo que tenía al frente. - Deberías encargarte de tus ocupaciones también. El viernes es tu último día de trabajo aquí.

Se dejó caer en la silla a mi lado.

__ Es verdad. El sábado seré la señora Castelo, la esposa del magnate más codiciado de los tiempos. - suspiró mirando sus manos. - Seré la envidia de todas. Hablarán de mí en cada revista.

__ Eso tenlo por seguro que así será. - solté comprimiendo el desprecio que sentí.

__ Primo, que bueno encontrarte. Justo te estaba buscando. - la punta del lápiz que sostenía se rompió contra hoja sobre el cristal de la mesa del escritorio. - Los últimos documentos para la firma de nuestra sociedad llegaron. Podemos...

__ No tengo tiempo hoy. Quizá luego. - lo interrumpí. - Déjalo por ahí, buscaré un tiempo para revisarlos.

__ No molestes Zac. - le dijo Marlene. - Mi prometido está muy ocupado.

Se enfrascaron en una conversación que muchas veces se dió pero hasta ese momento presté atención a los detalles. Siempre se entendieron, no era algo de momento.

Decidí ignorar el resto. Incluso al terminar con los planos me enfoqué en tres invitaciones que tenía a galas y presentaciones de sociedades. Cualquier cosa era mejor que escucharlos hablar.

Matrimonio Diheston-Torrenegro.

Era el título en una invitación a una boda, al abrirla y ver la fecha noté que había sido la noche anterior. A uno cuantos kilómetros del lugar donde me encontré a la loca vestida de blanco. El apellido me sonó y por ello me puse a investigar en internet dando rápido con el evento. Los periódicos amarillistas hablaban sobre el novio plantado que quedó en el altar y fotos de una mujer muy conocida subir a un taxi dejando el velo atrás del cual al encontralo dijo que ella se había bajado en un lugar remoto.

pensé sin quitar los ojos de la pantalla con una descabellada idea surgiendo.

Las entrevistas a su casi marido eran enfocados en que la boda solo sufrió un cambio de fechas ya que aún la relación estaba en pie. Es el único que querría casarse, porque ella aseguró no querer hacerlo

Al hacerse noche me fui a mi casa rechazando a Marlene de querer ir conmigo, no la quería cerca. Pero mi cabeza no me dejó en paz. Quería venganza o más bien cometer una idiotez.

*****

__ Con medios turnos aquí no te irá bien. - le dijo una mujer de cabello corto. - Deberías sacar dinero de tus tarjetas y quedarte en un hotel porque otra visita de tu prometido a este lugar no la soporto. Ese viejo es asqueroso.

__ Lo sé, pero no puedo ir a un cajero sin mis tarjetas. Si voy a un banco mi padre me encontraría de inmediato y aún no tengo un trato que ofrecer para no casarme. - respondió ella sacando una libreta para tomar la orden de los que habían llegado.

Me quedé mirándola y pedí un café con un desayuno el cual no tardó en llegar. Casi se notó que solo estaba perdiendo el tiempo, pues cuando todos se marcharon aún seguí en mi silla.

La miré a lo lejos esperando que me notara, tardó más de lo pensado viéndome con una sonrisa, al reconocerme. Parecía hasta amable y no la loca que me amenazó.

__ ¡Hola! - saludó con emoción. - ¿Se te antoja algo más? Puedo ofrecerte varias otras opciones - cuestionó al ver lo que aún había en el plato.

__ Soy quien quiere ofrecerte algo - fui directo. Arrugó el entrecejo confundida, pero luego de un segundo captó algo, sonriendo de nuevo. Le dió curiosidad y bajó la libreta.

__ Si es un trabajo permanente o que dure, acepto. - quiso bromear. Se sentó frente a mí. Esperando la propuesta que deseaba, pero su proposición no era nada como lo pensé - Dime, George. ¿cuál es ese trato?

Iba a cometer una estupidez. Lo tuve claro, pero viendo todas las posibilidades, era la que más se ajustó a mis necesidades.

__ Firmas un documento, con este recibes un millón por mes, más todos los beneficios que dicho documento te dará. - solté de golpe. Sus ojos se agrandaron.

__ Siento que se trata de vender mi alma al Diablo. - se rió. Colocó los brazos sobre la mesa y soltó el aire. - ¿Que documento es ese?

__ Un acta de matrimonio. - dije directamente. El color abandonó su cara un segundo. Luego se repuso.

__ No. - fue su respuesta. Fuerte y clara

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