3 Amelia en la capital

Amelia y su padre llegaron a la capital. Rita recibió con alegría a su hermano.

—Ya era hora de que te vinieras a vivir aquí.

—Bueno, ya llegué, Amelia me convenció.

—Ya verás cómo pronto te vas a adaptar.

Rita era viuda y tenía una gran casa que con los años convirtió en residencia. También tenía un puesto de quesadillas el cual era atendido por su hija Lupita y algunos de sus nietos.

La venta de quesadillas era una tradición en la familia desde que Pedro y Rita tenían uso de razón; Pedro conocía muy bien las recetas de su madre y su abuela, para él era muy terapéutico trabajar junto a su familia en la labor que desde la niñez aprendió a realizar.

Amelia comenzó a buscar empleo, había estudiado administración de empresas. Los empleos que antes le ofrecieron ya habían sido ocupados por otros, ya que ella prefirió irse al pueblo siguiendo a Mario y creyendo en todos los planes que ambos tenían para su vida de casados.

Los días transcurrían y no conseguía empleo; por fortuna el negocio de las quesadillas marchaba bien y ella también ayudaba con los guisos.

Fabiola estaba residenciada en la casa de Rita, tenía un empleo que a casi nadie le agradaba, especialmente a Amelia; era bailarina nudista y no le daba vergüenza decirlo. La chica era obviamente muy hermosa, y su personalidad le ayudaba a compaginar con todos en la vecindad. Ella intentó en repetidas ocasiones persuadir a Amelia de bailar en el club.

—Yo puedo entrenarte, eres muy hermosa y te irá muy bien.

—Sabes que no lo pienso hacer.

—Eres muy tonta, deberías aprovechar tu belleza.

—No, eso no me nace.

—Está bien, nadie debe hacer lo que no le nace hacer. Pero si quieres puedo hablar con el gerente para que te dé un empleo atendido las mesas.

—Gracias por querer ayudarme, eso lo aprecio de tu parte, pero una amiga me está ayudando a obtener un empleo en una empresa en el área de administración.

—Está bien, de todos modos me estas avisando si necesitas que hable con mi jefe.

Transcurrieron los días y semanas, la amiga de Amelia no pudo intégrarla a la empresa donde trabajaba. La joven estaba algo decepcionada, pero no se rindió y continuó la búsqueda de un empleo en el área de su carrera.

Un día vio un aviso en el periódico, solicitaban a una asistente en el área de administración para una empresa que pronto abriría sus puertas. No era un cargo de gerente, pero por lo menos allí tendría la posibilidad de ir adquiriendo la experiencia laboral que requería. Envió su hoja de vida y la semana siguiente recibió la esperada llamada para la entrevista.

Ella calificaba para el puesto, y de hecho le dieron el empleo. Pero había un problema, la empresa tardaría al menos tres meses en ser inaugurada, y Amelia necesitaba dinero para costear algunos estudios médicos de su padre.

Cuando llegó a la pensión su familia estaba en el patio común expectante esperando que le hubieran dado el empleo. Hubo un momento de alegría cuando les dijo que sí. Pero de inmediato se sentó.

—Pero la empresa no abrirá sino hasta dentro de tres meses. —La tía Rita consternada le dijo:

—Ay no mi niña, y entonces ¿qué vas a hacer?

—No lo sé tía. —Fabiola agarró a Amelia del brazo y la llevó aparte:

—Ya te he dicho mil veces que deberías trabajar de mesera en el club donde yo bailo. Eso no tiene nada de malo, allí los clientes son muy respetuosos. —Amelia puso un semblante serio.

—No me gusta esos ambientes, lo sabes.

—¿Pero qué prefieres? ¿Que tu papá se enferme más del corazón? —Amelia agachó la cabeza, Fabiola sonrió y le dijo:

—Hablaré con el gerente y le diré que te recomiende en uno de los clubes de karaoke que son del mismo dueño, allí puedes atender las mesas, me han dicho que dan muy buenas propinas, ¿te parece?

—Sí, un club de karaoke me parece mejor.

—Entonces te vas hoy mismo conmigo al club. Con lo linda que eres estoy segura que Rodolfo no dudará en darte el empleo de inmediato, además que eres estudiada.

A las siete de la noche las chicas llegaron al club; de una vez Fabiola se dirigió con Amelia a la oficina del gerente. Ella entró primero a hablar con él mientras Amelia se quedó en el pasillo esperando. Pasaron algunos minutos, de pronto Fabiola salió y la llamó.

—Amelia ven que él te quiere conocer.

Cuando ella entró a la oficina Rodolfo la observó de arriba abajo.

—Te presento a mi amiga. —El hombre se puso de pie y extendió la mano de forma muy educada. Mirándola a los ojos sonrió y le dijo:

—Mucho gusto, soy Rodolfo Juárez y estoy para servirle.

—Amelia Hernández, encantada.

—Con lo preciosa que eres deberías bailar como tu amiga. —Amelia se ruborizó.

—Es que no bailo, prefiero hacer otro tipo de trabajo. —Él la observó un poco más, pero esta vez se fijó en su comportamiento, no en su figura.

—Tu amiga me sugirió que te asignara un empleo en un club de karaoke… ¿Trajiste tu hoja de vida?

—Sí, aquí está. —Le dio una carpeta con su hoja de vida. El hombre la ojeó.

—Bien, si puedes quedarte más tarde te enviaré con mi chofer al club del centro para que la administradora te conozca, así mañana mismo podrías iniciar tu entrenamiento.

—Sí, puedo esperar.

—Allí puedes atender a los clientes que van con sus esposas o novias. —Ella sonrió.

—Gracias.

Amelia recibió un empleo en el club. Al otro día llegó temprano para recibir las instrucciones de Rebeca, una de las empleadas más antiguas del club. El trabajo de Amelia consistía en atender tres mesas que le asignaron. Allí debía repartir tragos, y atender a los clientes en lo que se requiriera.

—Bien Amelia, hoy empieza con la mesa cinco, allí está el señor Ernesto con sus amigos. Son clientes muy especiales pero menos exigentes que otros, con ellos te irás acostumbrando a tratar con el público.

—Está bien, iré a atenderlos.

Esa noche Amelia comenzó oficialmente si trabajo, rápido de acostumbró, y por ser una excelente trabajadora compaginó con los clientes.

Amelia llegó a la mesa con los tragos y comenzó a repartir a cada uno el que le correspondía.

—Gracias señorita.

—A sus órdenes. —Dijo ella con una cordial sonrisa.

—Es usted muy hermosa. —Dijo uno de ellos, el señor Ernesto era un tipo como de 40 años; estaba distraído con su celular. Cuando ella puso su copa frete suyo él volteó a verla, de pronto sus ojos se pasmaron; una expresión de  asombro emergió en su rostro y no podía dejar de mirarla. Amelia no se percató que el hombre estaba absorto observándola y se retiró con la bandeja aun conservando su cordial sonrisa.

Ernesto era amante de Silvia, la mujer que tenía un gran parecido con Amelia, solo las diferenciaba su arreglo personal; Silvia tenía el cabello rubio y ondulado, el de la joven frente a su ojos lo tenía oscuro y liso, eso se notaba pese que lo tenía amarrado en una cola de caballo; usaba solo el maquillaje necesario, mientras que Silvia era toda una diva. El hombre estaba impresionado, pero no realizó ningún comentario al respecto esa noche.

Al otro día le marcó a Silvia.

—Quiero que hoy nos veamos.

—Ya te dije que no podemos volvernos a ver.

—No pretendo que salgamos, solo quiero contarte algo que descubrí anoche. Si quieres vienes a mi oficina, no haremos nada que provoque la furia de tu narco.

—Lo dices en tono de burla, pero no deberías hacerlo, recuerda que se escapó y puede aparecer y matarnos.

—Ya te dije, solo quiero contarte algo, sé que te va a interesar.

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