Ignacio entró a la habitación de Amelia lleno de indignación y le dijo:—¿Quién se supone que eres? —La tiró agresivamente sobre la cama, él acababa de descubrir que ella no era en realidad su esposa, sino una usurpadora.—¿De qué hablas?—No te hagas la tonta, ya sé toda la verdad, sé que no eres mi esposa. —Un escalofrío invadió el cuerpo de Amelia.—¡Respóndeme! ¿Quién demonios eres y por qué viniste a llenar mi vida de tantas mentiras? —Amelia se quedó muda y su rostro empalideció.—¿Te vas a quedar callada? ¿Dónde está Silvia? —Ella tomó aire y con una voz temblorosa respondió:—No lo sé, ella me dijo que se iba de vacaciones por un tiempo, pero nunca regresó. —Hubo una paus
Fue inmensa la decepción de Amelia cuando llegó a su casa y encontró a su prometido desnudo en la cama con su hermanastra. Jamás se le pasó por la mente que Mario fuera capaz de traicionarla después de todo lo que habían pasado juntos por años en la capital mientras ejercían sus estudios universitarios. —¿Qué significa esto? —Gritó de la impresión al verlos. Ellos se sobresaltaron. —Podemos explicar. —Dijo Rosalía con suma tranquilidad. —¿Explicar qué? ¿Qué te estás acostando con mi prometido? —Mario ya no será más tu prometido. —Cállate Rosalía —Dijo Mario—. Eso me corresponde a mí decírselo. —¿Decir qué? —Preguntó Amelia, Rosalía le dijo: —Él me ama a mí y nos vamos a casar. Mario y yo vamos a ser padres. —Amelia miró al que hasta hace unos minutos consideraba que era el hombre de su vida, sentía que su corazón se hacía pedazos. —¿Es eso cierto?—Si Amelia, Rosalía está esperando un hijo mío. —¿Y cuándo me lo pensabas decir? —Pensé que llegarías mañana. Te adelantaste. —P
Durante el noviazgo Ignacio y Silvia se lo pasaban en fiestas y restantes caros, él le daba regalos costosos y paseos en yate. Silvia se sentía muy afortunada, al fin había pescado a un millonario que además era un hombre muy divertido. Ignacio se apresuró en casarse con ella sin conocerla, ignoraba que ella era una cazafortunas, que solo le importaba el dinero y tener una vida llena de extravagancias. Pero Silvia no solo era una cazafortunas, ella escondía un pasado que pondría en peligro a Ignacio y a toda su familia. Dos años atrás ella era la mujer de Marino Calavera. Él era jefe de una de las más poderosas familias de la mafia, un narco muy peligroso que lo único que tenía de bueno era su dinero. Marino tenía consigo a un sobrino llamado Henrry, el cual gustaba de Silvia y ella de él. Ellos no tardaron en meterse a la cama y comenzaron una arriesgada relación amorosa, ella se enamoró perdidamente de Henrry. Cuando el gobierno ofreció una jugosa recompensa por Marino, Henrry
Amelia y su padre llegaron a la capital. Rita recibió con alegría a su hermano.—Ya era hora de que te vinieras a vivir aquí.—Bueno, ya llegué, Amelia me convenció.—Ya verás cómo pronto te vas a adaptar.Rita era viuda y tenía una gran casa que con los años convirtió en residencia. También tenía un puesto de quesadillas el cual era atendido por su hija Lupita y algunos de sus nietos.La venta de quesadillas era una tradición en la familia desde que Pedro y Rita tenían uso de razón; Pedro conocía muy bien las recetas de su madre y su abuela, para él era muy terapéutico trabajar junto a su familia en la labor que desde la niñez aprendió a realizar.Amelia comenzó a buscar empleo, había estudiado administración de empresas. Los empleos que antes le ofrecieron ya hab&
Al otro día Silvia fue encontrarse con Ernesto en su apartamento. El hombre era su amante, pero se había enamorado perdidamente de ella y quería llevársela consigo a vivir juntos el resto de sus vidas en Italia.Ella irradiando su belleza por donde caminaba alegraba el ambiente del lujoso apartamento de su amante, tenía puesto un pequeño vestido que realzaba su sensual figura. Ernesto le agarró de la mano y la llevó hasta el sofá.—Estoy muerta por saber qué es eso tan importante que tienes por decirme amor, anoche casi ni dormí.—Es algo que sé te va a causar mucha impresión. —El hombre se acercó y comenzó a besarla apasionadamente. Ella correspondió por algunos segundos y luego se zafó de él. Riéndose le dijo:—Ya dime ¿qué es? no me dejes con la incógnita. —Ernesto
En el club Amelia estaba haciendo su trabajo como de costumbre.—Amelia va a atender a los clientes de la mesa cinco, es el señor Sabater y desea que seas tú el que lo atienda.—Voy enseguida.Amelia no sospechó nunca lo que el destino le deparaba, y que todo comenzaría esa misma noche, en aquella mesa, donde vería por primera vez su rostro en otra mujer.Se acercó a la mesa donde se encontraba el señor Sabater acompañado por una dama, el hombre usaba una chaqueta sin corbata, se veía bastante relajado fumando un cigarrillo. Sin detallar a la mujer que lo acompañaba, Amelia con una voz cordial los saludó.—Buenas noches señores, bienvenido una vez más señor Sabater.—Gracias señorita...—Amelia, estoy para servirles. —La mujer que lo acompañaba usaba un costoso vestido de lentejuelas color
La pareja llevó a Amelia al apartamento del hombre que estaba ubicado en una zona lujosa de la ciudad. Amelia aún no se había percatado de su parecido con Silvia, púes en todo momento la mujer escondió su apariencia detrás del par de lentes, además que usaba el cabello rubio y sus labios los tenía pintados en un color rojo atrevido, Amelia no acostumbraba a usar cosas llamativas en su atuendo, y de maquillaje usaba colores tenues. Cuando entraron a la sala Ernesto les dijo:—Siéntese señoritas. —Silvia sonriendo agregó:—Gracias amable caballero. —Él se acercó a la barra.—¿Desean un trago? —Silvia respondió:—Un whisky a las rocas por favor. —Ernesto miró a Amelia.—Y usted señorita Amelia ¿qué desea beber?—No bebo gracias. —Amelia se sent&oacu
Dos semanas despuésErnesto estaba sentado en el sofá recostado contra el espaldar y tenía en su mano una copa de vino. Era viernes por la noche, ya habían pasado dos semanas desde que empezó el entrenamiento y transformación de Amelia, quien en pocos días se convertiría en Silvia de Alcázar y usurparía su lugar.Silvia salió del pasillo del apartamento de Ernesto sonriente como siempre y se sentó al lado del hombre. Él agarró otra copa de vino que tenía en la mesa de centro y se la entregó.—Gracias bebé.—¿Qué tal tu otro yo?—idéntica a mi querido. —Brindaron, habían tenido muy buenos resultados entrenando a la joven usurpadora. Silvia dejó la copa en la mesa y encendió un cigarrillo, fumó y echó humo de forma deliberada. Ernesto se que