6 Sin escapatoria

La pareja llevó a Amelia al apartamento del hombre que estaba ubicado en una zona lujosa de la ciudad. Amelia aún no se había percatado de su parecido con Silvia, púes en todo momento la mujer escondió su apariencia detrás del par de lentes, además que usaba el cabello rubio y sus labios los tenía pintados en un color rojo atrevido, Amelia no acostumbraba a usar cosas llamativas en su atuendo, y de maquillaje usaba colores tenues. Cuando entraron a la sala Ernesto les dijo:

—Siéntese señoritas. —Silvia sonriendo agregó:

—Gracias amable caballero. —Él se acercó a la barra.

—¿Desean un trago? —Silvia respondió:

—Un whisky a las rocas por favor. —Ernesto miró a Amelia.

—Y usted señorita Amelia ¿qué desea beber?

—No bebo gracias. —Amelia se sentó en una poltrona y Silvia en el sofá quedando de frente una de la otra.

—Díganme qué es lo que quieren de mí.

—Ten calma queridita. —Agregó Silvia—. Todo a su debido tiempo.

Amelia estaba pálida y se notaba el nerviosismo, sus ojos casi no parpadeaban observándolos a los dos. Ernesto se percató de su estado. Se acercó a ella y le agarró el mentón, Amelia intentó esquivarlo volteando la cara a otro lado pero él la detuvo y la miró fijamente.

—No debería asustarse, no le haremos daño ni la vamos a violar, somos personas civilizadas, solo queremos que usted nos haga un gran favor... le pagaremos muy bien por ello. —Se sentó junto a Silvia en el sofá y bebió un trago.

—Y si me rehusó ¿qué? —Él pasó su brazo por encima de Salvia, ella se le recostó y dos pusieron una sonrisa malévola.

—Si decide negarse a nuestra petición, olvidaremos que somos personas civilizadas. Como verá, ya sabemos en donde vive, sabemos que su padre está en silla de ruedas, su tía está enferma, y tiene familia en un pueblo llamado San Pedro.

Los ojos de Amelia se le pusieron como un par de platos comprendiendo lo peligroso que ellos podían llegar a ser. El hombre prosiguió:

—Entonces usted debe cumplir con nuestra petición o su familia pagará las consecuencias. —Ella se tapó la boca horrorizada.

“Esto debe ser una pesadilla.”

Se dijo en sus adentros mientras sentía que su cuerpo se estremecía y temblaba de miedo. Rápidamente se repuso y contuvo su compostura, aunque estaba quebrada por dentro. Se pasó un gran trago de saliva y suspiró en silencio.

—¿Entonces de qué se trata? —El hombre escaneo su cuerpo de arriba abajo, por esa acción Amelia pensó en sus adentros que su petición tenía algo que ver con el sexo.

Ernesto bebió otro sorbo del vaso y le dijo:

—Queremos que usted señorita Amelia se haga pasar por mi amiguita. —Le agarró un mechón del cabello a Silvia, aludiendo que se trataba de ella. Amelia se quedó atónita y no terminaba de comprender lo que el hombre le dijo. Miró a la mujer que aun tenia puesto el par de lentes y dijo:

—¡No comprendo! —Ernesto miró a Silvia.

—Muéstrale querida. —Silvia se puso de pie y se apartó al fondo de la sala y posó como para una foto. Amelia seguía sin entender nada; de pronto la mujer sonriendo levantó la mano hacia su cara y tomó el par lentes; jugando al enigma los bajó un poco revelando solo sus ojos, se detuvo por algunos segundos y despacio se los terminó de quitar.

Amelia tardó un par de segundos en darse cuenta de lo que se trataba, pero a la final se dio por enterada que tenía frente a sus ojos a una mujer que era casi idéntica a ella, bueno, era idéntica su cara, solo la diferenciaba su cabello, su ropa, su maquillaje. Se quedó perpleja, sus labios empalidecieron y sus ojos estaban muy abiertos clavados sobre la mujer. Aún no había salido del asombro cuando Ernesto le dijo:

—Como ya te has dado cuenta señorita Amelia, usted y Silvia parecen hermanas gemelas —Le observó el atuendo—. Salvo que existen diferencias muy obvias. —Silvia regresó y se sentó en el sofá y Ernesto la siguió.

—Lo que queremos es que usted ocupe el lugar de Silvia por algunos meses en su casa mientras nosotros hacemos un viaje de vacaciones por Europa. —A Amelia le pareció absurdo lo que el hombre le dijo; ciertamente existía un gran parecido entre las dos, pero de ahí a que ella pudiera usurpar su lugar delante de su familia o conocidos le parecía un disparate.

—¿Qué les hace pensar que su familia no notarán la diferencia?

—No te preocupes queridita —Agregó Silvia y se puso de pie—. Ven, acompañe.

 La llevó a una habitación y la paró frente a un espejo.

—Solo debemos hacerte algunos arreglos, pintaremos tu cabello como el mío, a ningún estilista le costaría darte mi estilo y el mismo peinado; usaras mi maquillaje y mi ropa.

—Aun así será difícil, somos muy distintas en la forma de actuar, seguro lo notarán.

—Te voy a entrenar, por eso no debes preocuparte; además mi esposo vive sumido entre sus negocios, el licor —y las perras con las que se acuesta—, te aseguró que no notará la diferencia; a él yo no le importo en lo absoluto,  me ve como un adorno más en la sala de su casa.

Cuando ella le habló acerca de su esposo, Amelia se preocupó aún más al pensar que en caso de usurpar a Silvia debía acostarse con el hombre. Se pasó un trago saliva y le dijo:

—No podré acostarme con él. —Silvia se carcajeó.

—Por eso tampoco debes preocuparte, mi esposo y yo no tenemos intimidad desde hace mucho tiempo, dormimos en cuartos separados, aún seguimos casados solo por nuestra hija de 3 años, pero nada más. Como ya te lo dije, a Ignacio no le importo… es un egoísta y un sinvergüenza mujeriego.

Amelia la escuchó y se quedó en silencio. Silvia observó su pecho, sus senos eran naturales.

—También hay que operarte las tetas.

—No puedo operarme.

—¿Por qué queridita? Cualquiera daría hasta su vida por mejorar su apariencia, además te llevaré con mi cirujano en Los Ángeles, es el mejor de todos. No creo que prefieras seguir así con tus téticas después de lo que te estoy ofreciendo.

—No puedo operarme porque estoy embarazada. —Silvia puso los ojos como patos.

—¡¿Embarazada?!

—Sí.

—No me lo esperaba, eso cambia mis planes.

Regresaron a la sala y Silvia le dijo a Ernesto que la mujer estaba embarazada.

—¿No te gustaría abortarlo? —Dijo Ernesto. —Amelia se alteró.

—¡¡No!! No permitiré que le hagan daño a mi bebé.

—Ya no te alteres, es solo una sugerencia. —Ernesto miró a Silvia.

—Podríamos esperar que nazca y ahí sí…

—No, no pienso esperar un año más.

—Pero se le empezará a notar en unos meses. —Silvia miró a Amelia.

—Le dirás a mi esposo que ese hijo es de él. —Amelia se asombró.

—¿Y cómo se supone que me crea que es de él si no tienen intimidad?

—Dormimos en la misma cama de un hotel en un viaje de negocios que hicimos hace algunas semanas, estaba muy borracho. Le dirás que fue esa noche.

—¿Y después cuando usted regrese?

—Fingiremos que perdí al bebé, me haré la convaleciente por algunos días y todo estará resuelto.

—¿Cómo puede hacerle eso a su esposo?

—No me juzgues queridita, ya te darás cuenta que mi esposo y su familia no se merecen ningún tipo de consideración. Son egoístas y clasistas. Mis cuñados me odian porque no provengo de una familia rica como ellos; y mi esposo es un mujeriego y un borracho.

—¿Por qué no se divorcia de él?

—Se lo propuse un par de veces, pero él se rehusó y me amenazó con quitarme a mi hija.

—Me sentiría horrible diciéndole a su esposo que mi hijo es de él. —Con una mirada frívola y una voz amenazante Silvia agregó:

—Más horrible te sentirás si tu padre se muere por tu culpa. —Amelia los miró a ambos con miedo en sus ojos. Ernesto se acercó a ella y con una sonrisa cínica le dijo:

—No queremos asustarla con amenazas, pero usted debe colaborar, solo diga que sí y mañana mismo daremos marcha al plan de entrenamiento. Por ese embarazo debemos apresurar las cosas. —Le agarró el mentón y levantó su rostro.

—¿Qué dices? ¿Empezamos?

Acorralada como una presa Amelia no tenía otra salida que aceptar. Esa madrugada la llevaron a su casa para que descansara; al día siguiente por la tarde comenzó el plan de entrenamiento, Amelia debía estar lista para usurpar a Silvia en tres semanas.

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