La pareja llevó a Amelia al apartamento del hombre que estaba ubicado en una zona lujosa de la ciudad. Amelia aún no se había percatado de su parecido con Silvia, púes en todo momento la mujer escondió su apariencia detrás del par de lentes, además que usaba el cabello rubio y sus labios los tenía pintados en un color rojo atrevido, Amelia no acostumbraba a usar cosas llamativas en su atuendo, y de maquillaje usaba colores tenues. Cuando entraron a la sala Ernesto les dijo:
—Siéntese señoritas. —Silvia sonriendo agregó:
—Gracias amable caballero. —Él se acercó a la barra.
—¿Desean un trago? —Silvia respondió:
—Un whisky a las rocas por favor. —Ernesto miró a Amelia.
—Y usted señorita Amelia ¿qué desea beber?
—No bebo gracias. —Amelia se sentó en una poltrona y Silvia en el sofá quedando de frente una de la otra.
—Díganme qué es lo que quieren de mí.
—Ten calma queridita. —Agregó Silvia—. Todo a su debido tiempo.
Amelia estaba pálida y se notaba el nerviosismo, sus ojos casi no parpadeaban observándolos a los dos. Ernesto se percató de su estado. Se acercó a ella y le agarró el mentón, Amelia intentó esquivarlo volteando la cara a otro lado pero él la detuvo y la miró fijamente.
—No debería asustarse, no le haremos daño ni la vamos a violar, somos personas civilizadas, solo queremos que usted nos haga un gran favor... le pagaremos muy bien por ello. —Se sentó junto a Silvia en el sofá y bebió un trago.
—Y si me rehusó ¿qué? —Él pasó su brazo por encima de Salvia, ella se le recostó y dos pusieron una sonrisa malévola.
—Si decide negarse a nuestra petición, olvidaremos que somos personas civilizadas. Como verá, ya sabemos en donde vive, sabemos que su padre está en silla de ruedas, su tía está enferma, y tiene familia en un pueblo llamado San Pedro.
Los ojos de Amelia se le pusieron como un par de platos comprendiendo lo peligroso que ellos podían llegar a ser. El hombre prosiguió:
—Entonces usted debe cumplir con nuestra petición o su familia pagará las consecuencias. —Ella se tapó la boca horrorizada.
“Esto debe ser una pesadilla.”
Se dijo en sus adentros mientras sentía que su cuerpo se estremecía y temblaba de miedo. Rápidamente se repuso y contuvo su compostura, aunque estaba quebrada por dentro. Se pasó un gran trago de saliva y suspiró en silencio.
—¿Entonces de qué se trata? —El hombre escaneo su cuerpo de arriba abajo, por esa acción Amelia pensó en sus adentros que su petición tenía algo que ver con el sexo.
Ernesto bebió otro sorbo del vaso y le dijo:
—Queremos que usted señorita Amelia se haga pasar por mi amiguita. —Le agarró un mechón del cabello a Silvia, aludiendo que se trataba de ella. Amelia se quedó atónita y no terminaba de comprender lo que el hombre le dijo. Miró a la mujer que aun tenia puesto el par de lentes y dijo:
—¡No comprendo! —Ernesto miró a Silvia.
—Muéstrale querida. —Silvia se puso de pie y se apartó al fondo de la sala y posó como para una foto. Amelia seguía sin entender nada; de pronto la mujer sonriendo levantó la mano hacia su cara y tomó el par lentes; jugando al enigma los bajó un poco revelando solo sus ojos, se detuvo por algunos segundos y despacio se los terminó de quitar.
Amelia tardó un par de segundos en darse cuenta de lo que se trataba, pero a la final se dio por enterada que tenía frente a sus ojos a una mujer que era casi idéntica a ella, bueno, era idéntica su cara, solo la diferenciaba su cabello, su ropa, su maquillaje. Se quedó perpleja, sus labios empalidecieron y sus ojos estaban muy abiertos clavados sobre la mujer. Aún no había salido del asombro cuando Ernesto le dijo:
—Como ya te has dado cuenta señorita Amelia, usted y Silvia parecen hermanas gemelas —Le observó el atuendo—. Salvo que existen diferencias muy obvias. —Silvia regresó y se sentó en el sofá y Ernesto la siguió.
—Lo que queremos es que usted ocupe el lugar de Silvia por algunos meses en su casa mientras nosotros hacemos un viaje de vacaciones por Europa. —A Amelia le pareció absurdo lo que el hombre le dijo; ciertamente existía un gran parecido entre las dos, pero de ahí a que ella pudiera usurpar su lugar delante de su familia o conocidos le parecía un disparate.
—¿Qué les hace pensar que su familia no notarán la diferencia?
—No te preocupes queridita —Agregó Silvia y se puso de pie—. Ven, acompañe.
La llevó a una habitación y la paró frente a un espejo.
—Solo debemos hacerte algunos arreglos, pintaremos tu cabello como el mío, a ningún estilista le costaría darte mi estilo y el mismo peinado; usaras mi maquillaje y mi ropa.
—Aun así será difícil, somos muy distintas en la forma de actuar, seguro lo notarán.
—Te voy a entrenar, por eso no debes preocuparte; además mi esposo vive sumido entre sus negocios, el licor —y las perras con las que se acuesta—, te aseguró que no notará la diferencia; a él yo no le importo en lo absoluto, me ve como un adorno más en la sala de su casa.
Cuando ella le habló acerca de su esposo, Amelia se preocupó aún más al pensar que en caso de usurpar a Silvia debía acostarse con el hombre. Se pasó un trago saliva y le dijo:
—No podré acostarme con él. —Silvia se carcajeó.
—Por eso tampoco debes preocuparte, mi esposo y yo no tenemos intimidad desde hace mucho tiempo, dormimos en cuartos separados, aún seguimos casados solo por nuestra hija de 3 años, pero nada más. Como ya te lo dije, a Ignacio no le importo… es un egoísta y un sinvergüenza mujeriego.
Amelia la escuchó y se quedó en silencio. Silvia observó su pecho, sus senos eran naturales.
—También hay que operarte las tetas.
—No puedo operarme.
—¿Por qué queridita? Cualquiera daría hasta su vida por mejorar su apariencia, además te llevaré con mi cirujano en Los Ángeles, es el mejor de todos. No creo que prefieras seguir así con tus téticas después de lo que te estoy ofreciendo.
—No puedo operarme porque estoy embarazada. —Silvia puso los ojos como patos.
—¡¿Embarazada?!
—Sí.
—No me lo esperaba, eso cambia mis planes.
Regresaron a la sala y Silvia le dijo a Ernesto que la mujer estaba embarazada.
—¿No te gustaría abortarlo? —Dijo Ernesto. —Amelia se alteró.
—¡¡No!! No permitiré que le hagan daño a mi bebé.
—Ya no te alteres, es solo una sugerencia. —Ernesto miró a Silvia.
—Podríamos esperar que nazca y ahí sí…
—No, no pienso esperar un año más.
—Pero se le empezará a notar en unos meses. —Silvia miró a Amelia.
—Le dirás a mi esposo que ese hijo es de él. —Amelia se asombró.
—¿Y cómo se supone que me crea que es de él si no tienen intimidad?
—Dormimos en la misma cama de un hotel en un viaje de negocios que hicimos hace algunas semanas, estaba muy borracho. Le dirás que fue esa noche.
—¿Y después cuando usted regrese?
—Fingiremos que perdí al bebé, me haré la convaleciente por algunos días y todo estará resuelto.
—¿Cómo puede hacerle eso a su esposo?
—No me juzgues queridita, ya te darás cuenta que mi esposo y su familia no se merecen ningún tipo de consideración. Son egoístas y clasistas. Mis cuñados me odian porque no provengo de una familia rica como ellos; y mi esposo es un mujeriego y un borracho.
—¿Por qué no se divorcia de él?
—Se lo propuse un par de veces, pero él se rehusó y me amenazó con quitarme a mi hija.
—Me sentiría horrible diciéndole a su esposo que mi hijo es de él. —Con una mirada frívola y una voz amenazante Silvia agregó:
—Más horrible te sentirás si tu padre se muere por tu culpa. —Amelia los miró a ambos con miedo en sus ojos. Ernesto se acercó a ella y con una sonrisa cínica le dijo:
—No queremos asustarla con amenazas, pero usted debe colaborar, solo diga que sí y mañana mismo daremos marcha al plan de entrenamiento. Por ese embarazo debemos apresurar las cosas. —Le agarró el mentón y levantó su rostro.
—¿Qué dices? ¿Empezamos?
Acorralada como una presa Amelia no tenía otra salida que aceptar. Esa madrugada la llevaron a su casa para que descansara; al día siguiente por la tarde comenzó el plan de entrenamiento, Amelia debía estar lista para usurpar a Silvia en tres semanas.
Dos semanas despuésErnesto estaba sentado en el sofá recostado contra el espaldar y tenía en su mano una copa de vino. Era viernes por la noche, ya habían pasado dos semanas desde que empezó el entrenamiento y transformación de Amelia, quien en pocos días se convertiría en Silvia de Alcázar y usurparía su lugar.Silvia salió del pasillo del apartamento de Ernesto sonriente como siempre y se sentó al lado del hombre. Él agarró otra copa de vino que tenía en la mesa de centro y se la entregó.—Gracias bebé.—¿Qué tal tu otro yo?—idéntica a mi querido. —Brindaron, habían tenido muy buenos resultados entrenando a la joven usurpadora. Silvia dejó la copa en la mesa y encendió un cigarrillo, fumó y echó humo de forma deliberada. Ernesto se que
Amelia y Silvia tomaron el vuelo de regreso a México. Amelia desde entonces ya había empezado a asumir el lugar de Silvia, iba vestida con un fino conjunto, calzado de diseñador, usaba un delicioso y costoso perfume y su cabello lo llevaba peinado igual que la otra. Cuando llegaron Silvia le dijo:—Bien queridita, bajaras de este avión convertida en la señora Alcázar. No olvides hablar y caminar como yo lo hago. No te vayas a delatar con esa actitud aburrida de mojigata que sueles usar. Deberías aprender estos meses a no ser tan noble y tan tonta; la gente suele pisotear a las que son como tú. Recuerda lo que te dije de la familia de mi esposo, no puedes flaquear ante ellos, a algunos debes pisotearlos, a otros como mi estúpido cuñado debes ignorarlos y caer en sus provocaciones; pero jamás muestres una actitud noble porque te comerán viva; espero que lo hayas entendido.—Sí, lo entendí.—Bien —Sonrió—. Levanta los hombros, camina con elegancia, y no olvides que desde ahora no eres A
—No te permito que le hables así a mi esposa.—¿Acaso aún es tu esposa? ¿Se fue con su amante dos semanas y aun la consideras tu esposa? —No te consta que se haya ido con una amante. —¿De verdad necesitas pruebas? Todo es evidente, tu mujer es una desvergonzada. —Cállate. —Grito Ignacio—. Si no te agrada puedes largarte de esta casa. —No me iré, esta también es mi casa. —Y la mía, así que no te metas en lo que ni te importa. La tía Lucrecia intervino. —Basta de discutir, Diego por favor deja de provocar a tu hermano y respeta a Silvia, les guste o no ella es la señora de esta casa, y si han tenido problemas en su matrimonio, ellos son los que deben resolverlo, tú no te metas. —Pero tía… —Te dije que no te metas. Silvia disculpe que mi sobrino te haya recibido de tan mala manera, aunque sé que eso no te afecta, eres una mujer fuerte. Mejor ven y dame un abrazo hijita, y no te preocupes —La abrazó—. Tú siempre serás bienvenida a esta casa. —Gracias Lucrecia. En el sofá estab
Amelia abrió la maleta y empezó a buscar un atuendo adecuado para bajar a cenar con la familia. Sacó un vestido que le pareció ideal, se acercó al espejo y lo puso delante de ella."Me quedará bien"Se preguntó a sí misma, después cayó en cuenta de que estaba más preocupada de lo debido."Pero qué tonta soy, no debería preocuparme por verme bien. Solo debo fingir ser Silvia. Supongo que este vestido es poca cosa para ella, mejor me pongo otro que sea más acorde a su personalidad."Buscó en otra maleta y sacó un vestido color vino, este era elegante pero modesto. Después se quitó la ropa y se metió a ducharse, al terminar se envolvió en una toalla que la cubría hasta más arriba de las rodillas.Cuando salió del baño Ignacio la sorprendió esperándola sen
Amelia se lavó la cara y se maquilló tratando de disimular que había llorado. Casi todos en la casa estaban en la sala esperando para pasar al comedor.Cuando ella asomó su figura por las escaleras, se veía hermosa y elegante, a pesar que su vestido era sencillo, al menos el diseño, porque era en realidad un vestido costoso.Todos voltearon a verla, tanto los que la querían como los que la odiaban. Ella bajó imitando la forma de Silvia caminar, Diego la observó fijo, detrás de su mirada había odio hacia su cuñada. Pero el hombre de tanto que se fijó notó que había algo diferente en ella. No supo cómo explicar, pero vio a una mujer dulce y hermosa con un brillo especial en sus ojos. Le dio la impresión que observaba a otra igual a Silvia, pero esta mujer tenía luz en su mirada y bondad en la expresión natural de su rostro.Desvi&oac
Amelia se cambió la ropa y se puso una bata de dormir color beige, esta la hacía ver sexi pero conservadora, pues no enseñaba mucho, contrario a lo que solía usar Silvia.Ignacio llamó a la puerta, ella le abrió esperando que fuera una de las empleadas que Silvia le dijo, le subiría todas las noches un té para dormir después de las ocho.En cuanto abrió la puerta vio a Ignacio, este entró sin pedir permiso y tenía el ceño fruncido. Amelia cambió su talante, intentó ser como Silvia e imitó su forma de caminar y de actuar.—¿Qué haces en mi habitación a esta hora?—Vendré siempre que se me venga en gana.—¿Acaso no podré tener privacidad?—Esta es mi casa y yo decido cuándo puedes tener privacidad. —Amelia sintió coraje al ver que él era tan
Ignacio bajó a desayunar y se encontró a Silvia en el comedor con Mariangel; de inmediato su cara cambió y puso un semblante duro. Sus ojos parecían puñales que querían clavarse sobre su esposa. No le dio el saludo, e hizo como que ella no estaba allí, sino que se acercó a la niña y le dio un beso, después con ternura le dijo:—¿Cómo amaneció mi ángel precioso?—Bien papi, mamá está aquí.—Sí, me alegra por ti hija. —Amelia agachó el rostro, odiaba estar en esa situación con el marido de Silvia.La tía Lucrecia llegó a la mesa y más atrás Jr. con el uniforme del colegio. Al igual que su padre casi se come a Amelia con la mirada, pues odiaba a su madrastra. Lucrecia por el contrario saludó con cariño tanto a Ignacio como a Silvia.Amelia se
Amelia odiaba la rutina que Silvia le había indicado debía llevar todos los días. Debía hacer cosas que le parecían tontas como visitar a supuestas amigas. Una de ellas se llamaba Raiza Salvatierra y la otra era Fanny Montenegro.Ese día ella fue a encontrarse con Fanny en un café. Se puso un vestido sencillo como a ella le gustaba y un par de zapatos de tacón bajo que Silvia usaba cuando iba a acompañar a su esposo al campo de golf.Fanny ya le estaba esperando en la cafetería cuando ella llegó. La mujer parecía una muñeca, era una diva con varias cirugías tanto en su cara como en su cuerpo. Se saludaron con un beso en la mejilla.—¿Cómo has estado amiga? creí que ya no volverías a hablarme. —Amelia intentó poner la voz como la de Silvia.—¿Qué te hizo pensar eso querida?—