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8 La llegada de la suplente

Amelia y Silvia tomaron el vuelo de regreso a México. Amelia desde entonces ya había empezado a asumir el lugar de Silvia, iba vestida con un fino conjunto, calzado de diseñador, usaba un delicioso y costoso perfume y su cabello lo llevaba peinado igual que la otra.

Cuando llegaron Silvia le dijo:

—Bien queridita, bajaras de este avión convertida en la señora Alcázar. No olvides hablar y caminar como yo lo hago. No te vayas a delatar con esa actitud aburrida de mojigata que sueles usar. Deberías aprender estos meses a no ser tan noble y tan tonta; la gente suele pisotear a las que son como tú. Recuerda lo que te dije de la familia de mi esposo, no puedes flaquear ante ellos, a algunos debes pisotearlos, a otros como mi estúpido cuñado debes ignorarlos y caer en sus provocaciones; pero jamás muestres una actitud noble porque te comerán viva; espero que lo hayas entendido.

—Sí, lo entendí.

—Bien —Sonrió—. Levanta los hombros, camina con elegancia, y no olvides que desde ahora no eres Amelia Duarte, eres la señora Silvia de Alcázar.

—Sí.

—Hay algo más que quiero que sepas —Silvia abrió su bolso y extrajo de allí una llave—. En mi cómoda hay una gaveta que siempre cierro con llave. Toma, ahí están mis diarios, siempre acostumbro a registrar las cosas que me suceden, así sean tonterías, allí puedes conocer más sobre las personas que frecuento. Si te llegas a encontrar con alguien, no sé, alguna amiga; puedes consultar en mis diarios.

—Sí, está bien, aunque intentaré no hurgar en ellos.

—Bien, ya es hora de bajar, ve tú delante. —Silvia envolvió su cabeza con una bufanda y se puso un par de lentes oscuros para pasar desapercibida.

En el aeropuerto la estaba esperando Flavio, el chofer de la familia. Ella lo reconoció por las fotos que Silvia le había enseñado. A pesar de que este era un simple empleado, Amelia no pudo evitar sentir que se ponía pálida al verlo.

—Buenas tardes señora Alcázar. —Ella se quedó muda por varios segundos, la voz no le quería salir de la garganta.

—Buenas tardes Flavio. —Dijo ella con una voz tenue olvidando la imponente forma de hablar de la otra; pero de inmediato corrigió, irguió los hombros y le dijo:

—Llévame a casa.

—Sí señora.

Durante el viaje por carretera hacia la casa de la familia Alcázar, el chofer notó que la señora estaba muy callada, por lo general ella siempre estaba charlando por teléfono con sus amigas o haciendo cualquier cosa con el celular, pero nunca estaba tan quieta y callada como en ese momento.

Mientras el auto se desplazaba por la autopista ella parecía que observaba el panorama, pero lo hacía inconsciente, estaba sumida en sus pensamientos algo tormentosos preocupada por lo que le deparara el destino en algunos minutos cuando llegara a la casa de los Alcázar.

Minutos después el chofer paró frente a un gran portón de madera y tocó la bocina, el portero le abrió. Para llegar a la casa el auto debía recorrer 500 metros dentro de los linderos verdes de la propiedad.

Cuando llegaron Amelia se llevó una sorpresa, afuera la estaban esperando Ignacio con la niña.

Cuando Amelia lo vio el corazón se aceleró, ella sintió que un escalofrío le subió por todo el cuerpo a la vez que las manos le empezaron a sudar.

Ignacio se acercó al auto y le abrió la puerta. Sus ojos y los de Amelia se encontraron por primera vez, él tenía una mirada triste y el semblante serio, se notaba que no era un hombre feliz en ese momento.

Amelia intentaba disimularlo, pero estaba aterrorizada y tenía cara de espanto.

A pesar de ello él notó una mirada dulce y tierna en su esposa, eso le hizo creer por un momento que ella había recapacitado. Amelia ignoraba que Silvia lo había abandonado dos semanas atrás en una fuerte pelea que tuvieron, y la mujer se había ido vivir en un hotel y se negaba a regresar.

Silvia no lo amaba, y lo único que la mantenía a su lado era Marino Calavera, su amante mafioso, quien permitió que ella se quedara con Ignacio, comprendió que al él ir a la cárcel, ella se había quedado en la calle, y necesitaba a un hombre que la cuidara; al menos eso le hizo creer. Pero jamás ella podría estar con otro hombre, eso sería su sentencia de muerte. Debía permanecer con Ignacio, o regresar con Marino cuando este apareciera después de haber escapado de la cárcel.

Silvia no se atrevía a irse con otro, porque sabía que el hombre no se lo perdonaría. Pero al conocer a Amelia vio la posibilidad de irse sin que su vida corriera peligro, y creó un caos con Ignacio para así tener una excusa y marcharse de la casa mientras entrenaba a otra que ocuparía su lugar.

Ignacio notó que la mujer que tenía frente suyo en ese momento parecía que no conservaba algún vestigio de altivez; eso le dio esperanzas en su corazón creyendo que ella estaba tan dispuesta a salvar su matrimonio.

Amelia no comprendía por qué él había salido a recibirla si se suponía estaba peleado con su esposa e iban en vías de la separación. Si era un desgraciado mujeriego ¿por qué estaba en la casa y no con su amante?

Lo que fuera que sucediera, ella sencillamente deseaba que ese hombre no estuviera allí. En silencio tomó una bocanada de aire para darle oxígeno a su asustado corazón, después bajó del auto y la niña corrió y se abrazó de su cintura.

—Mami —Dijo con su voz tierna—. Papi y yo te extrañamos mucho.

Amelia por instinto se agachó y cargó a la pequeña en sus brazos, después le dio un beso, a Ignacio le pareció extraño, Silvia detestaba cargar a la niña y no era para nada cariñosa con su propia hija.

—Yo también los extrañé mucho hijita.

Ella bajó a la niña y de pronto sin que pudiera premeditarlo Ignacio le dio un sensual beso muy cerca de la comisura de sus labios; Amelia se sobresaltó un poco y sus mejillas se sonrojaron con la cercanía del hombre. Ignacio al ver la expresión que ella puso tras ese beso se decepcionó, las esperanzas que tenía que ella estuviera dispuesta a la reconciliación se disiparon al instante.

Molesto arrugó el ceño y con un tono frío le dijo:

—¿Por qué te sonrojas? —Ella se agarró una mejilla.

—¿Estoy sonrojada?

—Sí.

—Debe ser el cambio de clima.

—No lo creo, en realidad odias que te toque.

—Yo no he dicho nada.

—Me lo dijiste el otro día, creí que se debía al enojo del momento, pero ya me di cuenta que te causo repugnancia.

—Eso no es verdad.

—¿Por qué regresaste? —Preguntó con amargura—. En verdad creí que no volverías como lo prometiste.

—Bueno, ya ves que no fue así, volví.

Él se quedó mirándola a los ojos y en verdad se veía enojado con la forma en que la miraba. Amelia sabía que ese enojo no era con ella, pero no podía evitar sentirlo como propio. Él agarró la mano de Mariangel, miró a su esposa y en tono imperante le dijo:

—Mejor vamos adentro que hace frío.

Como era domingo allí estaban los Alcázar reunidos en la sala. Los ojos de Amelia se encontraron de frente con los de Diego que se  encontraba sentado en el sofá, él estaba sonriendo pero cuando la vio entrar puso una dura expresión en su rostro y la miró de arriba abajo con desdén.

Diego se puso de pie y aplaudió.

—¡Miren quién ha regresado! mi sinvergüenza cuñada. —Ignacio se encolerizó.

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