Regla de oro
Hasan Rafiq sedujo a Sienna con una simple y sexi sonrisa o quizá era la necesidad de la muchacha por experimentar la pasión que le prometían aquellos ojos verdes. Ella no tenía ninguna posibilidad, había caído hechizada bajo el encanto del desconocido.
—Esta noche te haré mía —le susurró al oído, provocando que el cuerpo de Sienna temblara como si fuera una hoja mecida por un bravo viento, pero no sentía frío. El fuego que recorrió cada centímetro de su piel fue como lava, derritiéndola y dejándola a merced del extraño.
Sienna no fue consciente del momento que el hombre guapo la sacó del antro, ni supo exactamente el lugar al que la llevó. No se preocupó por ver el lujoso ático, sus ojos cielo estaban clavados en el rostro perfecto del hombre, Sienna llegó a pensar que todo se trataba de un sueño. ¡Eso era! Ese hombre no podía ser real, era demasiado guapo y perfecto.
Un momento de lucidez se coló por los pensamientos de la muchacha, pero pronto fue borrado como si solamente hubiese sido un pensamiento sin razón cuando los labios del hombre se posaron sobre sus jóvenes y virginales labios.
Sienna cerró los ojos, mientras un nuevo escalofrío le recorrió de pies a cabeza, ella ni siquiera podía explicar las emociones que le atravesaron el cuerpo, simplemente se dejó llevar por el dulce momento. Sueño o no, ella deseaba experimentar y que el cielo se apiadara de ella porque no pensaba detenerse.
Pronto dos cuerpos estuvieron tendidos sobre la cama, experimentando pasiones que no habían tendido.
Hasan arremetió contra el cuerpo de Sienna en una sola embestida, arrancando un grito de los labios de la joven que él interpretó como placer, por lo que no se detuvo hasta saciar su deseo y estallar en el más dulce y absoluto placer, cayendo rendidos sobre la cama, envolviendo sus cuerpos con las sedosas sábanas color marfil.
El sol alumbró dos cuerpos sobre la cama, Sienna abrió los ojos y sintió el dolor atravesar su cabeza como si alguien martillara dentro de ella, pero pronto se acostumbró al intenso brillo que se colaba por los vidrios del aquel lujoso ático.
Sienna sintió cosquilleo recorrer su columna vertebral al darse cuenta de que estaba en una habitación que no era la suya y que una mano estaba aferrada a su estrecha cintura, ella se giró lentamente para ver el rostro del hombre que dormía plácidamente junto a ella.
El miedo se disparó por el cuerpo de Sienna como el veneno de un alacrán, su corazón latió fuerte mientras intentó salir de los brazos de aquel hombre y no despertarlo en el proceso. Su cerebro estaba ligeramente confuso, preguntándose: ¿dónde estaba Callie? ¿Dónde estaba ella y con quién había pasado la noche?
No saber el nombre del hombre era mejor y rogar porque fuera un extranjero era todo lo que podía hacer.
Sienna cogió sus ropas y se vistió con rapidez, temiendo que el hombre se despertara, cosa que estuvo a punto de suceder cuando su mano pasó trayendo uno de los bonitos y caros floreros, ella alcanzó a cogerlo en el aire. Su corazón latió, pero suspiró con alivio antes de salir de manera silenciosa de la habitación, huyendo como si el diablo le pisara los talones, rogando por no volver a encontrarse con aquel caliente hombre jamás…
Minutos más tarde, Hasan abrió los ojos y supo de inmediato que estaba solo. Completamente, solo, la mujer se había escabullido y él no se había dado cuenta. Quizá era mejor así, la aventura de una noche que quedaría para el recuerdo.
Hasan se levantó sin molestarse en cubrir su cuerpo, estaba solo, no lo necesitaba, sin embargo, las sábanas arrugadas le dejaron ver la mancha roja sobre la pulcra tela.
El jarrón más cercano se estrelló contra una de las columnas de la habitación, Hasan maldijo por lo bajo al darse cuenta de que había quebrantado su regla de oro. ¡No acostarse con una mujer virgen!
—¡Señor! —el consejero real entró a la habitación al escuchar el estruendo del vidrio romperse.
—¿A dónde se ha marchado? —preguntó.
El hombre parpadeó un par de veces.
—¿A quién se refiere, señor? —preguntó.
Hasan lo fulminó con la mirada, aun así, respondió.
—La mujer con quien he pasado la noche —señaló.
El consejero tragó saliva, había estado vigilante casi toda la noche, pero al darse cuenta de que la mujer no iba a marcharse, decidió ir a su habitación y se había quedado dormido.
—Yo, yo lo siento mucho, señor, pero me descuidé y no la vi salir —aceptó.
El gruñido que salió de los labios de Hasan fue lo más parecido a una fiera, tomó su bata de seda y se dirigió al baño, pero se detuvo en la puerta.
—Busca información sobre ella y comunícate con la señora Mackenzie, lo que ha sucedido cambia mis planes —dijo, dejando al hombre anonadado con su petición, fue entonces que el consejero miró las sábanas manchadas sobre la cama y supo que estaba metido en más de un problema.
Entre tanto, Sienna bajó del taxi, afortunadamente tenía efectivo en el bolsillo de su chaqueta para pagar, de lo contrario, habría llegado a casa caminando. Ella respiró profundo y dio el primer paso para entrar a casa, el cuerpo le dolía, pero no tenía tiempo de quejarse. Su madre posiblemente estaría furiosa por no volver a casa por la noche.
Sienna entró de manera sigilosa, se recargó contra la puerta, necesitaba serenarse y pensar en dar una buena excusa si llegaban a descubrirla.
—Tonta, ¿Cómo pretendes engañar a tu madre cuando caminas como Bambi recién nacido? —se preguntó y regañó al mismo tiempo.
Sienna dio un paso hacia delante, alejándose de la seguridad de la puerta, mientras esperaba que su acto de rebeldía de la noche anterior, no tuviese ninguna consecuencia, ella ni siquiera recordaba si el hombre con quien durmió se había cuidado o no y eso le asustó, tanto que temió que su madre la llegara a descubrir.
—¿Se puede saber dónde y con quién has pasado la noche? —la voz de su Fiona le hizo tambalearse en el primer escalón, ella no se giró porque estaba segura de que en su rostro iba a encontrar la verdad.
—Estuve con Callie, como siempre —respondió tratando que su voz no la delatara.
—Por tu bien y por el de Scarlett espero que no me mientas, Sienna —dijo con voz severa.
—Mamá… —empezó a decir, girándose lentamente para verla.
—El señor Rafiq ha pedido verme esta noche en el restaurante Saga, me temo que ha cambiado de parecer, el hombre que se comunicó conmigo parecía nervioso —mencionó con preocupación.
—No quiero casarme con un extraño, mamá —Sienna vio su oportunidad para tratar de convencer a su madre de buscar otras alternativas y librarse de aquel compromiso hecho por su padre.
Fiona negó.
—Lo hemos hablado, Sienna, tu matrimonio con ese árabe es lo único que le permitirá a Scarlett tener la misma vida que tú gozaste, piensa en su educación y su futuro ¿Qué clase de vida le espera a tu hermana por culpa de tu egoísmo? —preguntón en medio de un sollozo.
Sienna apretó los puños con rabia y se olvidó del dolor entre sus piernas, bajó el único escalón que había subido y se enfrentó a su madre.
—Soy muy capaz de darle a Scarlett una vida digna, quizá no llena de lujos, pero sí lo suficiente para garantizarle estudios y un mejor futuro. Tengo experiencia suficiente para conseguir un trabajo que me sea bien remunerado…
—¡No, Sienna! —gritó Fiona escandalizada ante la sugerencia de su hija.
—¿Por qué te niegas, mamá? ¿Por qué me condenas a un matrimonio sin amor?
—Piensa en tu padre, en tus propios esfuerzos por mantener la ensambladora a flote durante estos meses, Sienna. No tires por la borda nuestro patrimonio por algo superficial como el amor. Nadie vive de sentimientos.
—Mamá, por favor…
—Vístete esta noche con tu mejor traje, tenemos una reunión a la que no podemos faltar —sentenció girándose y dejando a Sienna con el corazón roto.
Sienna subió a su habitación, se desvistió y se dio una larga ducha, mientras pensaba en las palabras de su madre y en el último deseo de su padre. También pensó en Scarlett, su hermana y en todas las necesidades que tendría que pasar si no aceptaba convertirse en la esposa del árabe.
Sin embargo, la decisión no era tan fácil de tomar y menos luego de haberse entregado a un desconocido. ¿Qué pasaba si su futuro esposo descubría que ya no era virgen? ¿Qué castigo podría recaer sobre ella y su familia? Sienna desconocía las reglas del país de Hasan Rafiq, no tenía idea a lo que podría enfrentarse.
El resto del día y parte de la tarde, Sienna estuvo en la cama, ignoró las llamadas de Callie, pues no quería hablar de lo sucedido y estaba segura de que Callie no iba a dejarla tranquila hasta tener los pormenores de la aventura que había vivido con aquel guapo extraño.
Mensaje Callie:
“Espero que estés bien, tu silencio me tiene en ascuas. Escríbeme, no me dejes con la angustia”
Sienna suspiró al leer el mensaje de su amiga, pero decidió ignorarlo y dormir un poco. Necesitaba borrar las ojeras que se marcaban bajo sus ojos…
Entre tanto, Hasan se preparó para reunirse con Fiona Mackenzie, había tomado una rápida y drástica decisión con respecto al acuerdo firmado con Steven y se lo haría saber de inmediato a la viuda.
—Señor, si me permite un consejo —dijo el hombre con voz temblorosa.
Hasan no respondió, guardó silencio lo que fue interpretado por el hombre como una permisión.
—Cancelar su matrimonio con la señorita Mackenzie puede ser nefasto para su imagen, sin contar que puede perder las acciones de la ensambladora, el contrato es claro, quién se rehúse a contraer matrimonio, lo perderá todo —dijo el hombre.
Hasan lo miró, pero siguió en completo silencio.
—Lo siento, señor, pero es mi deber hacerle ver su error. La mujer con quién yació anoche no puede ser más importante que sus negocios —se atrevió a decir.
Hasan se giró sobre sus talones y dejó la habitación para dirigirse al restaurante donde Fiona Mackenzie lo esperaba.
El trayecto fue corto, la zona financiera de Nueva York no estaba lejos de su lujoso ático, por lo que esperó a que su chofer estacionara y uno de sus guardaespaldas le abriera la puerta luego de asegurarse de que no había ningún peligro para él.
Hasan bajó del auto y caminó al interior del lujoso restaurante, había reservado todo el lugar para asegurarse de que no hubiese ojos curiosos y oídos habidos de información que pudieran escucharle, lo que él jamás esperó fue encontrarse cara a cara con la chica que escapó de su cama aquella mañana.
—Señor Rafiq, permítame presentarle a mi hija, Sienna Mackenzie —pronunció al tiempo que la joven levantaba la mirada.
Sienna se quedó de piedra al descubrir la identidad del hombre a quién le entregó su pureza…
¡Descarada! Hasan miró a Sienna con ojos que advertían peligro, el Emir jamás se había sentido engañado cómo en ese momento. Sus pensamientos fueron rápidos y recordó exactamente las palabras que su consejero había dicho mientras se preparaba para venir a este encuentro y cancelar el trato. «Quién se rehúse a contraer matrimonio, lo perderá todo». —Me gustaría decirle que es un placer conocerla, pero el placer ya lo hemos tenido —dijo de manera mordaz. Sienna tragó el nudo que se había formado en su garganta, sus manos se apretaron bajo la mesa mientras rogaba porque el hombre delante de ella no dijera nada sobre la noche que habían pasado juntos. —¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Fiona mirando a Sienna y luego a Hasan. —Su hija sabe muy bien de lo que hablo, señora Mackenzie —dijo, tirando la piedra sobre el tejado de Sienna. —¿Cariño? —llamó Fiona. —Mamá, no tengo idea de lo que habla el señor Rafiq —mintió con voz temblorosa. ¡Descarada! ¡Eso era lo que Sienna era, ¿cómo
«Discúlpame con tu madre, no tengo estómago para quedarme y ver cómo finges inocencia»«Si tienes un poco de dignidad, espero que no te presentes al Ayuntamiento y solo entonces creeré en ti»«Espero que no te presentes al Ayuntamiento»Las palabras de Hasan se repitieron como un mantra en la cabeza de Sienna, la joven no tenía ningún interés en casarse con él y si esta era su oportunidad para escapar, ella no iba a dudarlo. No le importaba el concepto que el árabe podía tener de ella, eso era irrelevante para Sienna, pero si podía limpiar su imagen, aunque fuera un poco, tampoco iba a desaprovecharlo, ¿A quién le daban pan que llore?—¿Dónde está Hasan?La voz de Fiona sacó a Sienna de sus pensamientos.—Se ha marchado —dijo casi sin interés.—¿Se ha marchado? —preguntó como si Sienna no hubiese sido clara.—Sí.—¿Cómo pudo marcharse? ¿Qué fue lo que le hiciste o dijiste para que se fuera de esa manera? —preguntó acusándola en el proceso.—¿Por qué piensas que tuve que decirle o hac
Hasan se sintió insultado por el vestido que Sienna portaba como si fuera una reina, apretó sus manos en dos puños y caminó en su dirección.—¿Qué se supone que haces? —preguntó con los dientes apretados.—¿Casarme contigo? —respondió Sienna con una sonrisa retadora en el rostro.La joven había discutido con su madre por no aceptar venir con el vestido que Hasan le había enviado, pero Sienna había sido firme en su decisión y allí estaba ella, portando un vestido color dorado que para los árabes significaba no solo majestuosidad, sino también divinidad y honor. Porque Sienna estaba allí, parada frente a aquel oriental con dignidad. Con el honor de toda mujer que no le debía nada a nadie y menos a él.Hasan achicó los ojos al escuchar su pregunta como respuesta, ¿Qué es lo que esa mujer se creía para desobedecerle?—¿Por qué traes ese vestido? —preguntó con los dientes apretados, luchando para no perder la compostura y ceder al deseo de apretar el cuello de Sienna con sus propias manos.
Sienna se movió inquieta entre los brazos de Hasan, deseaba alejarse de él, no necesitaba recordar lo mucho que él podía hacer con “eso” duro allí abajo. ¡No lo necesitaba!—Deja de moverte o no responderé por mis acciones —murmuró en tono ronco.Sienna no pudo evitar recordar esa noche y los excitantes gemidos que salieron de la boca de Hasan, por lo que se quedó tan quieta como una estatua, igual de dura que una.—Muévete —dijo él, haciendo que Sienna frunciera el ceño.—¿Quieres que me quede quieta o que me mueva? —cuestionó confundida.Hasan apretó los dientes con fuerza antes que un rictus apareciera en sus labios.—Debemos abordar el avión —dijo en tono bajo.Sienna se había olvidado momentáneamente de la situación que la había traído hasta ese punto, ¡el avión! Hasan pretendía sacarla del país y alejarla de todo lo que ella conocía y quería.—¡No iré contigo! —repitió, moviéndose con ímpetu para liberarse de las manos del hombre.—¡Joder, Sienna! ¡Deja de restregar tus bonitas
«¡No es mujer para ti!»«¡No es mujer para ti!»Las palabras de la madre de Hasan penetraron en la cabeza de Sienna, ella sonrió, porque no podía estar más de acuerdo con la extraña y dura mujer.—Es exactamente lo que yo pensé, señora, pero su hijo es más terco que una mula y aquí estamos, casados por su plena voluntad y en contra de la mía —respondió Sienna, dejando perplejos momentáneamente a sus suegros.Entre tanto, Hasan sintió de nuevo esa corriente eléctrica atravesarle el cuerpo, ¡su esposa era rebelde como solo ella podía serlo! ¿Así sería su relación? ¿Una constante guerra?—Sienna…La mano del hombre mayor se elevó y Hasan guardó silencio en señal de respeto, lo que sorprendió a Sienna.—Permítame presentarme, soy Abdel Rafiq, mi hijo menor, Farid y mi esposa, Zaida —dijo con voz cordial, pero formal y distante.Sienna asintió.—Sienna Mackenzie —dijo, no se atrevió a extender la mano, recordaba haber buscado información sobre la cultura árabe, pero ahora mismo era incapaz
Hasan echó la cabeza atrás, se había olvidado de solicitar a Adila una habitación para Sienna, aunque tampoco es que estarían mucho tiempo en Dubái, él tenía reuniones y negocios que hacer en el golfo pérsico, por lo que su estadía en la ciudad era breve, pero ¿Qué tan breve sería? Esperaba que no tanto, de lo contrario, tendría que soportar a su madre despotricar en contra de Sienna.«Esa mujer es de un mundo distinto al nuestro, debe tener sus mañas, seguramente te ha engañado»Hasan trató de no pensar en las palabras de Zaida que habían sido dichas con enojo, además, no había manera de que Sienna lo engañara, ¿verdad? Entonces recordó que había sido ella quién se había despertado primero y huyó de su lado, dejando únicamente las sábanas manchadas con la evidencia de su inocencia.¿Sería posible que…?Hasan apartó los pensamientos de su cabeza, no quería pensar de más. No sería capaz de soportar no haber sido el primero en la vida de Sienna, no ser quién tuviera su cuerpo por primer
—¿Sentenciada? —preguntó Sienna, pese al apretón de Hasan sobre su brazo.—¿No has escuchado? ¿O aparte de sinvergüenza estás sorda? —cuestionó Zaida con rapidez.—Escuché perfectamente, señora —gruñó Sienna con rabia.—¡Basta, Sienna! —gritó Hasan elevando la voz, ganándose una mirada furiosa por su parte.—¿Basta? —refutó ella con un brillo peligroso en la mirada—. ¡Ningún basta, Hasan!, te dije claramente que no quería casarme contigo, que si tu madre quería que me marchara lo haría sin dudarlo. Has sido tú quien se ha empeñado en traerme a este país y a esta cultura que no conozco. ¿Por qué tengo que ser yo quién pague por tu necedad? —preguntó airada, sabiendo que bien podía complicarse más la vida, pero ella no iba a quedarse callada, ni mucho menos cargar con toda la culpa.Había sido Hasan el necio.—¡Silencio! —ordenó Abdel haciendo que todos se callaran, incluso Sienna.—He dicho que serán cinco latigazos y en adelante, por tu propio bien, espero que te comportes y aprendas
Sienna abrió los ojos cuando unos golpes a la puerta se escucharon, pareció aturdida por unos pocos segundos, intentó levantarse de la cama, pero la mano de Hasan se lo impidió.—No te muevas, Sienna, y por lo que más quieras hazme caso —pidió con voz neutra.Sienna asintió, fue en ese momento que se dio cuenta de que estaba acostada de medio lado sobre la cama, de tal manera que su espalda quedara libre de miradas curiosas.Hasan se puso de pie, se cuadró los hombros pese al dolor y concedió el permiso para que quien fuera el visitante no tuviera ninguna mirada de Sienna.—Hijo —dijo Zaida entrando a la habitación con un séquito de mujeres, quienes traían ropa, comida y medicinas.—Madre —respondió él, mirando a las mujeres en su habitación—. ¿Qué haces aquí? —preguntó ante el silencio que le concedió Zaida.—Mi personal se hará cargo de curar las heridas de Sienna, la alimentarán y vestirán —dijo mientras hacía una señal para que las mujeres pasaran de Hasan.—¡Alto ahí! —pronunció