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Capítulo cinco. Promesa matrimonial

Hasan se sintió insultado por el vestido que Sienna portaba como si fuera una reina, apretó sus manos en dos puños y caminó en su dirección.

—¿Qué se supone que haces? —preguntó con los dientes apretados.

—¿Casarme contigo? —respondió Sienna con una sonrisa retadora en el rostro.

La joven había discutido con su madre por no aceptar venir con el vestido que Hasan le había enviado, pero Sienna había sido firme en su decisión y allí estaba ella, portando un vestido color dorado que para los árabes significaba no solo majestuosidad, sino también divinidad y honor. Porque Sienna estaba allí, parada frente a aquel oriental con dignidad. Con el honor de toda mujer que no le debía nada a nadie y menos a él.

Hasan achicó los ojos al escuchar su pregunta como respuesta, ¿Qué es lo que esa mujer se creía para desobedecerle?

—¿Por qué traes ese vestido? —preguntó con los dientes apretados, luchando para no perder la compostura y ceder al deseo de apretar el cuello de Sienna con sus propias manos.

—¿Esperabas que viniera sin ropa? —cuestionó, parpadeando casi con inocencia.

El rostro de Hasan se tornó rojo por la rabia y también porque su cerebro traidor, recreó la imagen de Sienna desnuda y tendida sobre su cama.

—No tientes a tu suerte, Sienna —le advirtió con frialdad.

—De hecho, considero una mala, muy mala suerte tener que casarme contigo, pero ya que estamos aquí y muy dispuestos a unir nuestras vidas, ¿Por qué no nos damos prisa? —preguntó con una sonrisa desafiante.

Entre tanto, Fiona y Scarlett miraban en la distancia la interacción de los novios, mientras Scarlett admiraba la belleza y actitud de su hermana, Fiona estaba al borde del colapso, tenía tanto miedo de que Sienna escapara del Ayuntamiento y con ello arrastrarlas a la miseria.

—¿Qué es lo que está pasando? ¿Hay algún problema con los novios? —preguntó el alcalde de la ciudad.

—Por supuesto que no, no demoran —dijo Fiona mirando al hombre con un semblante apenado.

El alcalde asintió.

—Voy a darles unos minutos más, pero deben recordar que no son los únicos que desean casarse —habló el hombre con seriedad, ganándose una mirada severa por parte de Assim.

El consejero caminó con pasos discretos hacia el Emir, el hombre irradiaba enojo, podía sentirlo y notarlo en la postura de su cuerpo, algo que no sucedía muy a menudo y menos si la razón era una mujer.

—Señor —llamó en tono bajo.

Hasan fulminó con la mirada a Sienna antes de girarse y mirar a Assim.

—Dile que enseguida mi novia y yo estaremos frente a él —murmuró.

Assim asintió y volvió sobre sus pasos.

—Al mal paso hay que darle prisa, ¿no? —dijo Hasan con frialdad.

—Por primera y seguramente única vez, estoy de acuerdo contigo —respondió Sienna, pasando por su lado y parándose frente al escritorio del alcalde.

Hasan se resistió a maldecir y se giró para seguir los pasos de su futura y rebelde esposa.

—Puede iniciar —se aventuró a pedir Sienna, pese al miedo que corría por cada rincón de su cuerpo y del hormigueo que le recorría la piel, se mantuvo serena. Más bien se obligó a permanecer serena.

—Por favor —indicó Hasan al ver la duda en los ojos del alcalde.

El hombre asintió y ofició la ceremonia civil, mientras Sienna fingía prestar atención y Hasan luchaba para no tocar la mano de la mujer.

—¿Pueden decir sus votos? —preguntó el hombre no muy seguro de que estuviera casando a una pareja normal y por amor.

—No.

—Sí.

El alcalde lució mucho más confundido que antes.

—¿Sí o no? —preguntó.

Hasan miró a Sienna, era una mirada de advertencia sobre cualquier locura que ella pensara hacer o decir, pero ella hizo caso omiso a la advertencia y procedió a hablar:

—Yo, Sienna Mackenzie, te prometo fidelidad, únicamente si me eres fiel, te respetaré en la medida en que me respetes de lo contrario, te prometo desobediencia todos los días de mi vida, hasta que me pidas el divorcio por voluntad propia.

El alcalde parpadeó varias veces para entender aquellos votos matrimoniales que eran sin duda los más extraños que había escuchado en toda su vida, mientras Fiona sentía que iba a desmayarse allí mismo, Assim temía que Hasan explotara en furia y Sienna.

Sienna solo esperaba que todo aquello terminara pronto y volver a su vida, creyendo que Hasan se marcharía a su tierra sin ella.

Sin embargo, luego de que el alcalde los declarara marido y mujer, Hasan la tomó del brazo y la llevó con él hasta la puerta de su auto.

—Suéltame —gruñó Sienna con los dientes apretados.

—Eso no es lo que dijiste la noche que estuvimos juntos —le recriminó Hasan muy cerca del oído, provocando que la piel del cuello de Sienna se erizara.

—Tampoco te escuché quejarte y menos comportarte como un troglodita —se defendió Sienna.

—Entra al auto —le ordenó.

—No iré contigo, he cumplido con el acuerdo que firmaste con mi padre, sin tener en cuenta mis deseos, no pienso hacer nada más por ti ni por él.

Hasan cerró los ojos y pidió a Allah le diera paciencia para no asesinarla en ese momento y quedar preso en ese país por culpa de Sienna.

—Eres mi esposa.

—Tú lo has dicho, soy tu esposa, no tu esclava…

—Estás presionando los botones equivocados, Sienna.

—Di la palabra correcta y entonces pensaré en complacerte —refutó ella.

—¿Palabra correcta?

—Sí, ¿nadie te enseñó a decir o pedir por favor? —le cuestionó.

Los ojos de Hasan brillaron como dos luces a punto de estrellarse, ¡Él era el Emir, no iba a pedir por favor y menos a decírselo a Sienna!

—Entra al auto —gruñó con los dientes apretados.

Sienna se cruzó de brazos.

—Oblígame —lo retó.

—Señor, los medios de comunicación están dirigiéndose hacia este lugar, tenemos que marcharnos —dijo Assim, interrumpiendo el duelo de miradas entre la pareja.

—Entra al jodido auto —dijo con voz tensa—, por favor.

Sienna sonrió y entró al lujoso auto, no porque quería, sino porque no quería que su rostro fuera la portada en los diarios al día siguiente. Ya era bastante malo ese matrimonio absurdo al que se había visto obligada, como para convertirse en el tema de conversación de la gente.

—También deberían irse —recomendó Assim a Fiona, mirando a Scarlett, la joven lucía preocupada.

—Dígale al señor Hasan que lo esperó en mi casa, he preparado un pequeño banquete para celebrar la boda de mi hija —pidió.

Assim asintió.

—No le prometo que vayamos a asistir —dijo antes de abrir la puerta del copiloto y darle la orden al chofer de dirigirse al ático.

Entre tanto, en la parte trasera del auto, Sienna y Hasan se sintieron en una pequeña jaula, un espacio muy reducido para contener a dos fieras que se fulminaban con la mirada.

—¿Se puede saber qué fue lo que hiciste? —preguntó Hasan incapaz de quedarse callado.

—¿Casarme con un hombre arrogante que se cree el ombligo del mundo?

—¡Sienna!

Ella sonrió.

—Siempre podemos divorciarnos, Hasan, no estás obligado a estar conmigo para toda la vida —dijo tratando de convencer al hombre de sus palabras—. Puedes volver a tu país, mientras yo me haré cargo de la empresa como hasta ahora, te enviaré los informes trimestrales y la seguridad de que tu capital será multiplicado o triplicado al final del año.

Hasan hizo de cuenta que no escuchó nada, pronunció un par de palabras en árabe al chofer, ella quería saber lo que le había dicho, pero antes de preguntar. El auto se desvió y se dirigió al Aeropuerto Internacional de La Guardia.

—¿A dónde vamos? —preguntó temerosa.

Hasan sonrió.

—No puedo confiar en una mujer como tú, Sienna, tampoco me arriesgaré a que arrastres mi apellido por el lodo.

—Hasan…

—Volaremos directamente a Los Emiratos Árabes.

Sienna cambió de color al escucharlo, tragó el nudo formado en su garganta y trató de pensar con rapidez, tenía que impedir que Hasan la sacara del país o estaría realmente perdida.

—No tengo pasaporte ni visa vigente, no puedo salir del país —se aventuró a decir.

—Tus documentos están en regla, mi gente se aseguró de eso antes de que te presentaras al Ayuntamiento, como era evidente que lo harías —sonrió.

Sienna tembló como si sintiera frío.

—No puedes llevarme en contra de mi voluntad, Hasan.

—No estoy llevándote a la fuerza, eres mi esposa y nuestra luna de miel no puede esperar —aseguró.

Sienna sintió terror cuando el auto entró a la autopista del aeropuerto, era un hangar privado, dónde no había ningún testigo, excepto la tripulación, que jamás movería un dedo por ayudarla.

—¡No iré contigo! —gritó cuando la puerta se abrió.

—¿Necesita ayuda, señor? —preguntó el chofer, mientras Assim bajaba del auto y se ocupaba de hablar con el capitán.

—Me haré cargo personalmente de ella —respondió mirando a Sienna como si fuera un predador en plena cacería.

—¡Estás loco, no iré contigo! —gritó Sienna, consciente de que si subía al avión estaría perdida.

Hasan sonrió, bajó del auto y lo rodeó para abrir la puerta del lado de Sienna, ella fue más rápida, abrió la puerta y salió corriendo como si el mismísimo diablo le pisara los talones y corrió tan rápido como pudo.

Hasan gruñó ante aquel atrevimiento, se abrió los botones del saco y corrió detrás de su fugitiva esposa.

Sienna podía sentir los pasos de Hasan detrás de ella y acercarse más y más. Ella no se atrevió a voltear para ver cuánta distancia le sacaba por temor a caerse, sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era mucha, cuando los brazos de Hasan se cerraron sobre su cintura y la obligaron a detenerse en seco, pegándola contra su cuerpo.

—¿A dónde crees que vas? —le preguntó cerca del oído, pero no fue eso lo que impactó a Sienna, sino la dureza que se le pegó a sus redondas nalgas. ¡Hasan estaba duro como una roca!

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