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Capítulo ciento treinta y ocho. Prueba condenatoria

Un silencio absoluto se adueñó del salón, mientras Anisa pensaba que era todo lo que ella necesitaba, hacerles dudar de la palabra de Jahir. Darles todos los argumentos para que las pruebas en contra de su marido no fueran condenatorias y obligarlo a desistir de su demanda.

—La sábana manchada con sangre…, jamás sería una prueba condenatoria. Pudo haber sido manchada con la sangre de cualquier animal. No es la primera vez que nos enfrentamos a una situación parecida, tampoco será la primera vez, que una mujer mienta al respecto de su pureza para someter a un hombre a su voluntad —expresó Abdel, tomando la palabra, y con semblante frío, esperó a que Anisa respondiera.

No era muy usual que el Consejo le diera la palabra a un acusado, en este caso era mucho más sorprendente, pues se trataba de una mujer; sin embargo, las cosas podían resolverse casi de inmediato en la medida en que ella fuera hablando.

—¡Jamás me atrevería a jugar con algo tan importante para mí! —rebatió Anisa, moviéndo
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