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La esposa rebelde del Árabe
La esposa rebelde del Árabe
Por: Tory Sánchez
Capítulo uno. Un contrato matrimonial

Un contrato matrimonial

Sienna miró fijamente el rostro de su madre, ella no podía dar crédito a lo que estaba escuchando.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó.

Sienna pensaba que la pérdida de su padre era la peor de las tragedias que podía haberle sucedido, verlo sufrir a causa de su enfermedad había sido duro, saber que ahora descansaba en paz y sin sufrimiento había sido un pequeño consuelo para ella, que ahora se veía alterado por las palabras de su madre.

—Escucha Sienna, no tenemos más opciones, tu padre dejó todo dispuesto en caso de que esto llegara a suceder —dijo Fiona como si estuviera hablando del clima.

—Dudo mucho que mi padre haya dispuesto mi matrimonio sin tomar en cuenta mi opinión, ¡papá no era ese tipo de hombre! —refutó con vehemencia y poniéndose de pie.

—Tu padre solo quería lo mejor para sus hijas, Scarlett y tú son lo que Steven más amaba en la vida, no puedes culparlo por tratar de protegerlas desde la tumba —refutó Fiona caminando para tomar el brazo de Sienna.

—¡Un matrimonio no es la mejor manera de protegernos y lo sabes! —gritó Sienna con lágrimas en los ojos, pero sin derramar ninguna.

—Lo siento, no puedo echarme atrás, Sienna. Además, no tenemos más opciones que cumplir con el acuerdo de tu padre. Si no te casas lo perderemos todo ¡No puedes ser egoísta con Scarlett, ella apenas es una niña!

Sienna se liberó del agarre de su madre, sentía que su cuerpo se incendiaba debido a la ira que la embargó. ¿Cómo podían ponerle sobre sus jóvenes hombros una carga tan pesada? ¿Cómo esperaba su padre que cumpliera su última voluntad cuando no había tenido tiempo ni de llorar su muerte?

—No puede ser la única opción. El matrimonio no es cosa de niños y casarse con un desconocido es mucho peor que ir a la ruina —insistió Sienna.

Fiona negó.

—¡Solamente tengo veintitrés años! Tengo sueños, qué deseo cumplir, metas que no lograré alcanzar si me caso con un hombre que no amo y que probablemente no amaré ¡Jamás!

—El amor no siempre es necesario Sienna, pero puede venir después. Con los años puedes llegar a sentir aprecio o cariño por el hombre que esté a tu lado. No puedes negarte, los acuerdos están firmados desde hace un par de meses y Hasan vendrá a conocerte el próximo fin de semana.

Sienna revisó con cuidado los documentos que su madre le había dejado sobre la mesa, leyó y releyó como si eso fuera a cambiar lo que ahí decía.

Su padre, Steven Mackenzie había vendido las empresas a un árabe por una cantidad por debajo de su precio en el mercado y no contento con eso, también la había ofrecido en matrimonio a cambio de mantener a Fiona y Scarlett bajo su protección. Esa era la principal condición del acuerdo.

El dolor atravesó el corazón de Sienna, ella jamás pensó que su padre fuera a hacerle aquella cruel jugada. Sienna habría jurado y perjurado que su padre la amaba al punto de dejarla elegir su futuro. Él siempre se lo había dicho, pero al parecer tras su enfermedad las cosas habían cambiado y ahora tenía sobre sus hombros aquella pesada responsabilidad. El futuro de su madre y hermana dependía de ella.

¿Tendría el valor para dejarlas a su suerte? ¿Tendría el valor para casarse con un hombre al que no conocía y que posiblemente jamás iba a amar?

Sienna se levantó del sillón, dejó los papeles en las manos de su madre y en completo silencio salió de casa, necesitaba pensar muy bien las cosas y tomar una decisión para su vida y su futuro. La joven manejó por las calles de la ciudad de Nueva York, mientras los recuerdos del pasado acudían a su mente.

Los días felices que pasó con su familia antes de que su padre fuera diagnosticado con cáncer terminal, desde entonces su vida había cambiado por completo, se hizo cargo de la empresa cuando su padre ya no pudo hacerlo y ella podría jurar que lo había estado haciendo bien.

Sienna frenó en seco cuando un hombre se le atravesó por la calle, el tipo le gritó algo que ella no entendió y tampoco le importó, ella siguió su camino hasta estacionarse frente a la cafetería que era su favorita.

Callie, su mejor amiga, se puso de pie al verla entrar a la cafetería, la palidez en el rostro de Sienna le asustó.

—¿Qué te pasa? —preguntó con prisa.

Sienna se dejó caer sin ceremonia sobre la silla y de sus ojos brotaron todas las lágrimas que había evitado derramar en presencia de su madre.

—¡Por Dios, Sienna, ¿qué te sucede?! —gritó la joven asustada por ver a su amiga en aquellas circunstancias.

—Papá firmó un contrato de matrimonio, Callie —sollozó—. Su última voluntad fue que me casara con un extraño, ¿Por qué me ha hecho esto? ¿Por qué papá me ha condenado de esta manera? —preguntó ahogándose con sus palabras.

Callie no sabía que responder, ella había conocido a Steven de casi toda la vida y sabía el amor que el hombre sentía por sus hijas, por lo que no podía dar una explicación a sus últimas acciones.

—Sienna…

—No puedo casarme, Callie, no puedo casarme sin conocer el mundo. Sin experimentar lo que es el amor, no he tenido tiempo de tener un novio, de salir a bailar. ¡No sé nada del mundo! —gritó, pues desde los dieciocho años se había estado preparando para ocupar el lugar de su padre. Cinco años que había luchado y batallado para dar la talla y aliviar la carga pesada que suponía para su padre estar al frente de la empresa y llevar su tratamiento para tratar de vencer aquella terrible enfermedad ¿Y era así como él le pagaba? ¿Traicionándola? ¿Firmando un contrato matrimonial a sus espaldas?

Sienna se sentía profundamente herida.

—Quizá exista una manera de evitar ese matrimonio, habla con tu madre. Fiona no puede permitir que esto suceda —dijo Callie.

Sienna negó.

—Mamá lo permitirá, mi boda con ese árabe es lo único que puede salvar a mi familia de la ruina, así arruine mi vida en el proceso. Ella no hará nada —respondió con voz derrotada.

—¡Entonces vive tu vida, Sienna, que estos meses que te quedan de libertad sean los mejores! —le aconsejó Callie.

Sería un acto de rebeldía, su manera de revelarse en contra del destino que le había tocado vivir. Si iba a casarse, no lo haría sin tener ninguna experiencia. Aquella noche Sienna se fue de fiesta en compañía de su mejor amiga y a esa noche le siguieron varias noches más. Sienna estaba viviendo por primera vez las aventuras que debió experimentar en su juventud.

Mientras tanto, un hombre alto de barba finamente cuidada y un aura peligrosa bajó del lujoso auto, había llegado apenas el día anterior y tratado de conocer a la hija de su socio, pero la chica se había esfumado de la oficina antes de siquiera verle el rostro.

Hasan Rafiq no era conocido por su paciencia, un hombre acostumbrado a mandar y ser obedecido no esperó verse ignorado por una mujer y menos por la mujer que iba a convertirse en su esposa por contrato.

—¿Saben algo de ella? —preguntó a uno de sus empleados.

—Lo siento, señor, no hemos podido dar con ella —se disculpó el hombre con el rostro ligeramente inclinado.

—¡Maldita sea! ¡¿Qué es lo que se ha creído esta mujer?! —exclamó en un tono severamente molesto.

—Mañana por la mañana la señora Mackenzie aseguró que iba a presentarse con su hija, ella sabe que si no cumple…

Hasan levantó una mano para hacer callar a su subordinado, no quería saber nada de la familia Mackenzie, por el momento iba a olvidarse de ellos y a disfrutar un poco del ambiente del lugar.

Estando en un país que no era el suyo, se sentía con mayor libertad para disfrutar de los placeres de la vida, aquí podía tener a cualquier mujer que quisiera sin comprometerse con ninguna.

La idea le sedujo, era un Emir, pero aquí, se permitiría ser únicamente un hombre y nada más. Con aquella idea en la cabeza, caminó al interior del antro y se dirigió a la barra.

—Un whisky doble —pidió tan pronto se acercó a la barra, desde su posición podía ver a los cientos de jóvenes divertirse a lo grande, bailando y restregando sus cuerpos contra el cuerpo de la mujer más próxima, mientras las toqueteaban, todas parecían iguales, cortadas por la misma tijera. Excepto… ella, la mujer rubia que captó su atención.

Ella parecía una diosa bailando en el pequeño apartado de la pista, moviendo sus caderas al ritmo de la música, incitando a los hombres a pecar con aquellos movimientos que deberían estar prohibidos. La sensualidad de ese cuerpo femenino, sus largas y esbeltas piernas captaron su atención y no supo exactamente lo que le impulsaba a caminar hacia ella, atravesar el mar de cuerpos que lo separaban.

Hasan se sintió hechizado por aquellos preciosos ojos azul cielo, por lo que no pudo apartar los ojos de aquel bello rostro y sensual cuerpo que prometía una noche de pasión salvaje.

El árabe sintió un latigazo de deseo abrirse paso por su cuerpo y recorrer con la velocidad de un rayo por su entrepierna. Hasan deseo a aquella mujer, la quería para sí.

Le hizo una señal a uno de sus hombres y pidió una botella, la más cara del lugar, y cerró la distancia entre él y la diosa que movía las caderas con sugestión.

Hasan se abrió paso entre la multitud esquivando mujeres que lo toqueteaban a su paso, nada lo detuvo hasta quedar frente a ella; sus miradas se encontraron y el tirón de su entrepierna fue mucho más intenso que antes.

Ella le sonrió. Era una sonrisa sexi y perfecta, como todo en ella; su cuerpo deliciosamente bien formado, su abdomen plano le invitaba a besar y lamer cada centímetro de su piel, sus piernas largas y torneadas le hacían imaginar tenerla alrededor de su cintura, mientras él se hundía en ella frenéticamente.

Jamás se había sentido tan atraído e impactado por la presencia de una mujer desde hacía mucho tiempo.

—¿Una copa? —preguntó enseñando la botella de whisky escocés edición limitada. Ella parpadeó un par de veces y le sonrió acercándose para sentarse junto a él, sus cuerpos se rozaron sobre la ropa y fue como un cerillo cayendo sobre la paja seca provocando un incendio de grandes proporciones en el cuerpo de Hasan. Esa noche él la haría suya…   

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