No hay escapatoria

—¿A dónde vamos?

Desde que salimos de la casa del Alfa Kian, Lidia no ha dicho ninguna palabra.

Ella es la jefa de las doncellas y la subordinada de mayor confianza de Alfa Kian, eso solo me pone más nerviosa.

—Lo descubrirás cuando lleguemos, apresura el paso muchacha.

Ella había hecho que usara una caperuza que cubría parte de mi rostro y cabello lo que solo era más sospechoso para mí.

Por la hora es obvio que no quiere que nadie nos vea.

—Hemos caminado demasiado… ¿Cuánto más lo haremos?

Ella me da una mirada de reojo y creo ver diversión en su expresión antes de bufar.

—Los Omegas son delicados.

Aprieto la mandíbula para no gruñir por mi propia estupidez.

Lo cierto es que estoy demasiado sensible por todo lo que ese maldito Alfa hizo conmigo en el bosque... y en su baño.

—Siéntate en el borde de la bañera y abre las piernas para mí —había demandado con los ojos oscurecidos.

Mi cuerpo entero había temblado mientras en mi vientre se arremolinaba un sentimiento completamente ajeno. Aún así hice lo que me pidió pensando en mi futuro. En mi manada.

No en lo que sentiría al ser tocada por esas manos grandes que bien podían someterme.

—¿Qué más quieres que haga, Alfa?

Una de sus oscuras cejas se había arqueado.

Él me analizó como lo haría un médico. Si no fuera por la muestra de su deseo entre las piernas yo hubiera dicho que no había despertado el más mínimo interés en él.

Siempre es tan frío que me inquieta pero hay algo en su actuar que contradice su forma de ser.

—¿Ahora eres valiente? Veremos que tanto.

Él no perdió tiempo en venir a mí abriendo mis piernas con sus manos grandes. Mi respiración se entrecorta al momento que me encontré con su mirada penetrante. Estaba tan cerca de mí que podía sentir su respiración cálida.

Uno de sus dedos tocó mi clítoris y sus ojos se oscurecieron notablemente.

—Tan mojada…

—No me toques.

Intento apartarme luchando contra esta sensación.

—¿Te avergüenzas de desearme, Omega?

Una vez más se estaba burlando de mí, aunque yo no le respondo, el Alfa toma mi pelo en un puño tirándome más cerca de él antes de tomarme con ardor.

—Estamos a punto de llegar.

La voz de Lidia me trae de vuelta a la realidad. Me siento acalorada y abochornada por mis pensamientos mientras que Lidia me observa con un deje de curiosidad y desconfianza.

—¿En qué estabas pensando, intrusa?

—En nada.

Obviamente no me cree pero no insiste.

Nos detenemos en una pequeña casita antes de que Lidia comience a tocar.

La puerta no tarda en abrirse y sigo a Lidia en silencio.

—Así que eres tú, pobresita —murmuró una mujer mirándome de una manera que pone mi vello en punta.

—¿Lidia, quién es esta mujer?

Doy un paso atrás con desconfianza.

—Es una sanadora, el Alfa nos envió aquí para que te viera.

—¿Qué? Yo no estoy enferma.

Un mal presentimiento provocó la tensión inevitable en mi cuerpo.

—No es una enfermedad lo que quiere evitarte, niña. No seas ingenua, el Alfa Kian no se preocupa por nadie. Mucho menos por una Omega débil. Estás aquí porque el Alfa no quiere que lleves a sus cachorros, como sus otras amantes.

No puedo evitar gemir de horror.

Ambas mujeres me miran con lástima mientras trato de asimilar sus palabras.

Para nosotros es imposible evitar la reproducción, los humanos lo tienen fácil pero nosotras no. Si ella me inyecta ese anticonceptivo, lo más probable es que me quede estéril. Por eso los anticonceptivos están prohibidos en todos los reinos.

—¡Él es un monstruo! —exclamé furiosa—. ¡No lo haré! ¡Como gobernante de la manada del Oeste es mi deber tener cachorros, él puede quitarme mi libertad, pero esto jamás! ¡No se lo permitiré!

—Pues tendrás que hacerlo, Omega.

—No hay escapatoria.

Ellas no me dejan escapar, ambas me someten tal y como si hubieran lanzado un hechizo sobre mí. Yo no lucho… por ahora.

Esperando el momento exacto para escapar pues jamás permitiré que me hagan estéril.

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