58ZairaSalí esa mañana con un propósito claro: una última ronda para buscar trabajo antes de aceptar que este capítulo de mi vida estaba destinado al fracaso. Caminé con paso firme, tratando de ignorar el peso de la desesperación que llevaba sobre mis hombros.Sin embargo, mi teléfono comenzó a vibrar insistentemente. Al principio, pensé que tal vez alguien respondía a las solicitudes de empleo que había enviado. Pero cuando contesté la primera llamada, una voz masculina soltó un comentario repulsivo, claramente malintencionado. Cerré la llamada de inmediato, pero los mensajes siguieron llegando. Todos eran iguales, llenos de insinuaciones y ofertas indecentes que me hicieron apretar el teléfono con fuerza, hasta que los nudillos se me pusieron blancos.Mi corazón comenzó a latir con fuerza al darme cuenta de que todo esto no podía ser una coincidencia. Los rumores, los mensajes, las miradas que había recibido últimamente… todo apuntaba a lo mismo. Los malditos videos.Regresé al ed
59GabrielEstaba sentado junto a la cama de mi madre, observando cómo la luz del mediodía se filtraba por las persianas del hospital. Mamá estaba despierta, pero débil. Apenas había abierto los ojos el día anterior después de días de incertidumbre. Mi preocupación era evidente, aunque intentaba mantener una actitud tranquila para no inquietarla.En ese tiempo no quería mencionar a Zaira por miedo a agravar el estado de salud de mi madre con recuerdos y emociones negativas. Aunque sabía que no era una solución a largo plazo.La puerta se abrió de manera suave, y al mirar, vi entrar a Camila Rexton, una joven conocida por su familia tradicional y su aire siempre impecable. Sostenía un tupper de aluminio en sus manos, como si llevara un tesoro.—Señora Anaiza, le traje un rico caldo de pollo con muchas verduras nutritivas —dijo con una sonrisa dulce, deteniéndose junto a la cama.—Hola, muchacha. Pasa, pasa —respondió mi madre con voz débil pero agradecida.Camila se acercó, colo
60ZairaEl hombre que se presentó como Adrián me sacó de aquel lugar caótico y me llevó a un hotel. Intenté disuadirlo, diciendo que no era necesario, pero su insistencia fue inquebrantable.—Descansa. Luego podemos ir a un lugar más seguro —dijo con una mirada compasiva que no esperaba.—Está bien —acepté a regañadientes, aunque agregué en tono firme—, pero le tomaré una foto al hotel y a tu auto.Adrián rio entre dientes.—No hay problema. Haz lo que te haga sentir segura —sus palabras me hicieron sentir segura.Su actitud, aunque ligeramente relajada, resultaba tranquilizadora. Antes de subir a mi habitación, le envié un mensaje a Selena, informándole dónde estaba, quién me acompañaba, y actualizándola sobre lo ocurrido en la acera de su edificio. Me respondió con un simple: “Está bien, cuídate y avísame si pasa algo”Cuando llegué a mi habitación, el cansancio acumulado me venció de inmediato. Era espaciosa, sencilla y, lo más importante, solo yo tenía la llave. Me tumbé e
61Selena Llevar a mi amiga al aeropuerto fue lo más difícil que he tenido que hacer en toda mi vida. Ella es como mi otra mitad, y no tenerla cerca será duro para mí. Traté de no llorar cuando la vi embarcar, pero una vez que desapareció entre la multitud, me derrumbé en una silla cercana, incapaz de contener más las lágrimas.—¿Está bien? —me preguntó una anciana que se sentó a mi lado.Levanté la vista y forcé una sonrisa.—Sí... es que mi amiga se fue de viaje.—Oh, no se preocupe, seguro que es una nueva etapa para ella —dijo con amabilidad mientras sacaba un caramelo del bolsillo de su abrigo—. Tome.Acepté el dulce, más por cortesía que por gusto, y lo metí en mi boca, esperando que el sabor calmara un poco mi ansiedad. La anciana me miró con una sonrisa cálida, y cuando me sentí emocionalmente más tranquila, me levanté para irme. Sin embargo, apenas di unos pasos, un mareo intenso me invadió.Me detuve en seco, tambaleándome mientras intentaba enfocar mi vista. Giré pa
62Selena la miró con ojos desorbitados, pero no respondió. Su corazón latía tan rápido que temía que se detuviera en cualquier momento.—¡Siguiente! —rugió el hombre calvo y tatuado desde el otro lado de la cortina.La primera mujer salió, sosteniendo su cabeza en alto como si estuviera acostumbrada a este tipo de humillaciones. Selena intentó retroceder, pero la mano del guardia en su espalda la mantuvo en su lugar.—Tranquila, princesa, todavía no es tu turno. Eres la penúltima —le susurró con una sonrisa burlona.El tiempo parecía moverse a una velocidad insoportable. Una tras otra, las mujeres desfilaban frente a los ojos hambrientos de los compradores. Los gritos de las pujas resonaban en el salón, mezclándose con las risas y comentarios de los asistentes.Cuando finalmente anunciaron su turno, sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.—¡La penúltima pieza de la noche! —dijo una voz masculina al micrófono, con un tono casi festivo—. Una joya única. Mírala, temblan
1Gabriel SeraphielEntré en el comedor con paso seguro, mi presencia serena y estoica. Mi mirada estaba fija en el plato que esperaba en la mesa. Me siento sin prisa, ajustando la chaqueta perfectamente cortada de mi traje color carbón y tomo los cubiertos con precisión. —Hola, padre —saluda mi pequeño hijo de cinco años.Samuel Seraphiel, mi hijo siempre se sentaba a mi izquierda en todas las ocasiones y a mi derecha debería ir su madre, pero ese asiento lleva años vacío.—Hola, Samuel —le dije a él mientras le terminaban de servir la misma cena que a mí— ¿hiciste tus deberes?—Sí, como siempre —contesta, igual de serio que yo— quiero aprender algo nuevo.Mi hijo era mi viva copia, mismos ojos, cabello azabache y piel canela como la mía, también era un niño sumamente inteligente y a pesar de su corta edad aprendió a leer y escribir muy bien en poco tiempo y ahora tiene tutores avanzados.—Ya veremos luego, primero termina tus clases —contesté, con parsimonia y Samuel solo asintió.
2Zaira MoreauMe sentía feliz, radiante y llena de energía. El aroma a pan recién horneado y especias aún impregnaba mis manos después de las clases de cocina. Mi maestro, el renombrado chef Alain Dubois, había anunciado en la última lección que era la mejor estudiante de todos los tiempos. El chef Dubois me había elegido como su aprendiz hace algunas semanas y había aprendido muchísimo en estas pocas semanas. Era el primer paso hacia el sueño que me había guiado desde mi niñez. Una vez mi maestro se me acercó: —¿Por qué quieres ser mi aprendiz? —me preguntó el día antes de elegir su aprendiz.—Quiero hacer feliz a las personas con mi comida, chef —le respondí sinceramente. Y solo así aceptó ser mi maestro.He amado la comida desde que podía recordar. A los dos años, ya acompañaba a la abuela en la cocina, preguntando curiosa por cada ingrediente. Mi abuela, con paciencia infinita, me enseñó todo lo que sabía: desde amasar pan hasta preparar las más delicadas salsas francesas. Mi co
3Zaira—Entendido —le regalé una sonrisa suave y tranquila al hombre. Nuevamente no hubo reacción y ya comenzaba a ponerme nerviosa.—Quiero que sepa que puede utilizar cualquier ingrediente que necesite. No escatime en gastos. El chef Dubois habló maravillas de usted, y esperamos que cumpla con las expectativas —el señor Frederic me mira algo escéptico.“Tal vez piensa que no tengo lo que se necesita para hacer este trabajo” el pensamiento pasa por mi mente y sonreí más amplio internamente. Me gustaba cuando me subestimada, siempre terminan sorprendiéndose.—Por supuesto, señor LeBlanc. No se preocupe, todo estará bien —respondí con una sonrisa cálida.Yo ya estaba concentrada en lo que haría mientras se despedía del señor misterioso que la había contratado. Apenas cruce la puerta de mi casa caminé directo a la cocina.—¡Le haré mis mejores postres! —mi mente era un torbellino de ideas y sabores, cada una peleando por ocupar el primer lugar en su atención.Abrí las alacenas y el ref