63GabrielEl whisky ardía en mi garganta, pero no lo suficiente para silenciar el caos en mi mente. Me había encerrado en mi oficina, refugiándome en el trabajo como un cobarde. Cada vez que cerraba los ojos, la veía a ella: Zaira. Su rostro lleno de lágrimas, su mirada rota, su espalda alejándose de mí.¡Maldición!Intentaba convencerme de que esto era lo mejor. De que alejarme era lo correcto, pero ¿a quién engañaba? Todo en mí quería correr tras ella, buscarla, decirle que…La puerta se abrió de golpe, sacándome de mis pensamientos. Era Adrián, entrando sin esperar permiso.—¿Qué demonios haces aquí? —le solté, más brusco de lo que pretendía. Me levanté de la silla y lo fulminé con la mirada—. Se supone que deberías estar cuidando a Zaira.Adrián no respondió de inmediato. Algo en su expresión me puso en alerta, un nudo empezó a formarse en mi estómago.—Señor… ella escapó —dijo con labios pálidos.Las palabras golpearon como un puñetazo en el pecho. Sentí que el aire me f
64Un pensamiento me golpeó de lleno, helándome la sangre.—¿Y si no se fue por su cuenta? —pregunté en voz alta, mirándolo directamente a los ojos.Adrián frunció el ceño.—Señor, no encontré señales de que algo violento haya ocurrido en la habitación de la señorita Zaira, no sé que la hizo huir. Su habitación estaba en orden, no había nada sospechoso —me explica Adrián.—No me importa lo que no viste. Si alguien la tomó, si alguien está… —Me detuve. La idea era insoportable, pero también posible. Zaira era lo suficientemente hermosa para llamar la atención de personas equivocadas, y yo había visto el tipo de basura que acechaba en las sombras de esta ciudad.Agarré mi chaqueta y me la puse de un tirón.—Prepárate, Adrián. Vamos a revisar cada maldito rincón de esta ciudad si es necesario —exigió, su temperamento fuera de control.—¿Dónde empezamos, señor? —pregunta indeciso.—En el hotel —respondí con firmeza—. Y si no quieren cooperar, encontraremos una forma de hacer que
65.ZairaSollozaba sin parar, mirando por la pequeña ventanilla del avión. Las luces de la ciudad abajo parecían pequeñas manchas difusas a través de las lágrimas que no dejaban de caer. Sentía que el pecho me ardía, como si alguien lo estuviera aplastando con fuerza, y por más que intentaba tranquilizarme, no podía.Entonces, un pañuelo apareció frente a mí.Parpadeé confundida, levanté la cabeza y me encontré con un rostro vagamente familiar.—Es muy triste ver a una señorita llorar —dijo el hombre con una voz suave, tendiéndome el pañuelo.Lo miré un par de segundos antes de que mi mente hiciera clic.—¿Hudson? —pregunté, atónita, mientras le tomaba el pañuelo casi sin pensarlo.Él sonrió. Era una de esas sonrisas cálidas, que tienen el poder de calmar un poco el caos interno.—Veo que me recuerdas —respondió con una risita ligera, aunque luego me miró con una ceja levantada, fingiendo molestia—. Pero voy a ofenderme un poco porque no recuerdas dónde nos conocimos.Fruncí
66Zaira Llamé a Selena en cuanto llegué al aeropuerto de Panamá, donde tenía una escala de dos horas antes de tomar mi vuelo a Alemania. Sin embargo, el teléfono sonaba una y otra vez sin respuesta.—Qué raro… —murmuré para mí misma, sintiendo un nudo de preocupación formarse en mi pecho.Intenté llamarla varias veces más, pero cada intento terminaba igual, con el tono de ocupado devolviendo la misma frustrante respuesta.—¿Todo está bien? —La voz de Hudson interrumpió mis pensamientos. Al voltear, lo vi acercarse con dos vasos de café en las manos.—Mi amiga no responde… —respondí con una mueca, la preocupación evidente en mi rostro.—Bueno, la zona horaria es diferente. Puede que esté dormida, ¿no? —dijo con tranquilidad, encogiéndose de hombros como si fuera lo más lógico del mundo.—Sí, es cierto… Estoy pensando demasiado —dije en voz alta, tratando de convencerme a mí misma de que no era nada grave.—Ten. Un poco de café nos ayudará a pasar esta espera. —Hudson extendió
67BishopMe dieron una habitación en el club para pasar la noche con ella, pero sabía que no me quedaría allí. No soportaba ese lugar. Después de hacer un par de llamadas, ordené a mi chofer que nos recogiera. Ella no dijo nada mientras bajábamos al auto, su silencio era tan abrumador que hasta mis pensamientos parecían ruidosos.Yo me mantuve ocupado revisando mi celular, navegando sin rumbo por internet, pero mi mente seguía atrapada en lo que acababa de pasar. No podía entender por qué sentía este impulso de protegerla, como si fuera mi responsabilidad arreglar lo que otros habían destrozado.Cuando llegamos a mi casa, ella bajó del auto a regañadientes, caminando como si estuviera aturdida. Su mirada apenas se fijaba en nada, como si el mundo a su alrededor fuera irreal.La guié hasta una de las habitaciones de invitados. Ella estaba temblando tanto que por un momento pensé que iba a desplomarse.—Báñate y descansa —le ordené, esperando que al menos el agua caliente ayudara
68GabrielDesperté en un lugar frío, con un techo blanco que parecía demasiado brillante para mi dolor de cabeza. Mi mente aún daba vueltas, y por un momento no lograba concentrarme.—Despertó —dijo una voz femenina cerca de mí.Giré la cabeza con esfuerzo y vi a Camila Rexton de pie junto a mi cama.—¿Qué haces aquí? —pregunté de mala gana, volviendo a recostarme contra la almohada.—Estaba visitando a tu madre hoy, y cuando me iba te vi llegar en la ambulancia —explicó como si eso tuviera algún sentido.Mi cuerpo se tensó de inmediato.—¿Mamá sabe que estoy aquí? —me incorporé rápidamente en la cama, ignorando el mareo que seguía presente.—No, no. No quiero que la señora Anaiza se sienta mal de nuevo —habló con calma, como si intentara tranquilizarme.Solté un suspiro de alivio y volví a recostarme.—Gracias. Ya puedes irte —respondí sin molestia, pero con firmeza.Camila frunció los labios, visiblemente ofendida.—¿Por qué me tratas de esa manera? —hizo un puchero, co
69Gabriel se desplomó en el sillón de su oficina, sus ojos ardían por las noches en vela, pero no podía detenerse. Llevaba días al borde de la extenuación, coordinando equipos de rescate, revisando reportes interminables y buscando cualquier indicio de los sobrevivientes del accidente.—Señor Seraphiel, debería descansar un poco —le dijo su asistente, dejándole una taza de café en el escritorio.—No tengo tiempo para eso —respondió él sin mirarla, pasando rápidamente las páginas de un informe.El sonido del teléfono interrumpió el silencio. Gabriel contestó de inmediato.—¿Alguna novedad? —preguntó con la voz ronca, la esperanza aferrándose a cada palabra.—Nada aún, señor. Estamos ampliando el área de búsqueda.Gabriel apretó los labios, cerrando los ojos por un segundo antes de colgar. Las respuestas seguían siendo las mismas: silencio, incertidumbre, desesperación.Horas después, Bishop irrumpió en su oficina sin previo aviso.—¡Gabriel! —exclamó, frunciendo el ceño al ver
70HelenMiraba la pantalla de mi teléfono, las manos me temblaban mientras intentaba escribir el mensaje que ya había borrado tres veces. Ninguna palabra parecía correcta. Ninguna era suficiente. Pero necesitaba hacerlo. Con un suspiro, presioné “enviar”.La respuesta llegó tan rápido que casi dejé caer el teléfono.“¿Qué quieres ahora?” cuestiona la mujer frente a mí.Apreté los labios, sintiendo esa mezcla de culpa y resentimiento que nunca parecía abandonarme. “Necesito hablar contigo. Es importante”, escribí.El teléfono vibró de nuevo tras unos minutos.“¿Dónde y cuándo?” Preguntó la persona en su mensaje.Decidí un café discreto, lejos de cualquier lugar donde alguien pudiera reconocerme. Llegué temprano, como siempre lo hacía, y me senté en una mesa cerca de la ventana. Mis manos jugaban con la taza de café, pero mis ojos no dejaban de buscar su figura entre las sombras.Cuando ella entró al lugar, todo en ella gritaba perfección. Su ropa impecable, su postura altiva, esa conf