68GabrielDesperté en un lugar frío, con un techo blanco que parecía demasiado brillante para mi dolor de cabeza. Mi mente aún daba vueltas, y por un momento no lograba concentrarme.—Despertó —dijo una voz femenina cerca de mí.Giré la cabeza con esfuerzo y vi a Camila Rexton de pie junto a mi cama.—¿Qué haces aquí? —pregunté de mala gana, volviendo a recostarme contra la almohada.—Estaba visitando a tu madre hoy, y cuando me iba te vi llegar en la ambulancia —explicó como si eso tuviera algún sentido.Mi cuerpo se tensó de inmediato.—¿Mamá sabe que estoy aquí? —me incorporé rápidamente en la cama, ignorando el mareo que seguía presente.—No, no. No quiero que la señora Anaiza se sienta mal de nuevo —habló con calma, como si intentara tranquilizarme.Solté un suspiro de alivio y volví a recostarme.—Gracias. Ya puedes irte —respondí sin molestia, pero con firmeza.Camila frunció los labios, visiblemente ofendida.—¿Por qué me tratas de esa manera? —hizo un puchero, co
69Gabriel se desplomó en el sillón de su oficina, sus ojos ardían por las noches en vela, pero no podía detenerse. Llevaba días al borde de la extenuación, coordinando equipos de rescate, revisando reportes interminables y buscando cualquier indicio de los sobrevivientes del accidente.—Señor Seraphiel, debería descansar un poco —le dijo su asistente, dejándole una taza de café en el escritorio.—No tengo tiempo para eso —respondió él sin mirarla, pasando rápidamente las páginas de un informe.El sonido del teléfono interrumpió el silencio. Gabriel contestó de inmediato.—¿Alguna novedad? —preguntó con la voz ronca, la esperanza aferrándose a cada palabra.—Nada aún, señor. Estamos ampliando el área de búsqueda.Gabriel apretó los labios, cerrando los ojos por un segundo antes de colgar. Las respuestas seguían siendo las mismas: silencio, incertidumbre, desesperación.Horas después, Bishop irrumpió en su oficina sin previo aviso.—¡Gabriel! —exclamó, frunciendo el ceño al ver
70HelenMiraba la pantalla de mi teléfono, las manos me temblaban mientras intentaba escribir el mensaje que ya había borrado tres veces. Ninguna palabra parecía correcta. Ninguna era suficiente. Pero necesitaba hacerlo. Con un suspiro, presioné “enviar”.La respuesta llegó tan rápido que casi dejé caer el teléfono.“¿Qué quieres ahora?” cuestiona la mujer frente a mí.Apreté los labios, sintiendo esa mezcla de culpa y resentimiento que nunca parecía abandonarme. “Necesito hablar contigo. Es importante”, escribí.El teléfono vibró de nuevo tras unos minutos.“¿Dónde y cuándo?” Preguntó la persona en su mensaje.Decidí un café discreto, lejos de cualquier lugar donde alguien pudiera reconocerme. Llegué temprano, como siempre lo hacía, y me senté en una mesa cerca de la ventana. Mis manos jugaban con la taza de café, pero mis ojos no dejaban de buscar su figura entre las sombras.Cuando ella entró al lugar, todo en ella gritaba perfección. Su ropa impecable, su postura altiva, esa conf
71ZairaLa cena seguía siendo un ejercicio de autocontrol. Masticaba lentamente, respondía con la medida justa de cortesía y mantenía mi mirada fija en mi plato, tratando de no pensar en cómo la pareja parecía observarme como si fuera algún tipo de rareza.Fue entonces cuando una mujer de unos cincuenta años se acercó a nuestra mesa. Su andar era seguro, pero había algo en su expresión que me hizo tensarme, aunque no entendí por qué.—Señora Elena, es bueno verla —dijo Hudson, poniéndose de pie con respeto en cuanto la vio. Su tono era cálido, casi cariñoso.—Hudson Sinclair, tiempo sin verte —saludó la mujer con una mirada maternal y una sonrisa hermosa que hizo que mi estómago se contrajera.—Hermana, pensé que no saldrías de esa cocina. Nos adelantamos y pedimos para cenar, ya que estabas ocupada —respondió Gabriela, con una sonrisa forzada.—No pasa nada, estaba en la cocina coordinando un gran pedido —continuó, haciendo un ademán con las manos—. La cena lleva su tiempo, ¿sabes?
72GabrielSentía un cansancio insoportable después de tantas pruebas y exámenes. La rutina diaria me estaba pasando factura, pero algo, o más bien alguien, me mantenía inquieto y pensativo.“¿Dónde estás Zaira?” mis pensamientos estaban llenos de ella y solo ella.Una chica nueva en el grupo de investigación, y aunque su rostro me resultaba familiar, no lograba recordar de dónde la conocía.Un día, mientras me sacaban sangre, me quedé mirándola fijamente. El instante se alargó, y la observé con más atención lo que solo la puso más nerviosa. Algo en su mirada me hizo sentir que la había visto antes, aunque no podía ponerle nombre a ese recuerdo.—¿Te conozco? —le pregunté, sin rodeos, directo al grano.La chica palideció al instante, y sus manos temblaron. Intentó recomponerse, pero su nerviosismo era evidente.—No, no, no —repitió una y otra vez, como si esas palabras fueran la única defensa que encontraba en ese momento— no lo creo —dijo, pero vi cómo mentía y hundí más al sueño.—¿
73ZairaEstaba trabajando en la cocina, intentando concentrarme en lo que hacía, aunque el enorme peso de mi vientre hacía que cada movimiento fuera un desafío. Estaba muy embarazada, y esos meses lejos de mi ciudad me habían cambiado en más formas de las que podía contar. Había empezado como aprendiz de la señora Elena, y aunque al principio nuestras interacciones eran algo formales, con el tiempo nos habíamos unido más. Su paciencia y su forma de enseñarme me recordaban a algo familiar, aunque aún no podía definir qué era. —Tienes talento innato —me dijo una vez y mi corazón se lleno de orgullo y amor por mi cocina.Días después de haber llegado a la ciudad, me hice una prueba de ADN con la señora Elena. Acepté porque ambas sentíamos que había algo que no encajaba, algo que necesitábamos entender. Cuando el resultado llegó, fue como si el mundo se detuviera por un instante: éramos familia.Algo pasó cuando nací y creemos que Camila y yo fuimos intercambiadas al nacer, pero aú
74ZairaCuando quise perseguirla una de las meseras entró con un problema.—¿Quién hizo la sopa fría de calabazas? —preguntó la chica.—Fui yo —contesté tranquila—. ¿Hay algún problema?—Un cliente quiere quejarse. Dice que pensó que lo de “fría” era solo un nombre y que debería estar caliente —puso los ojos en blanco.La mesera y yo estallamos en risas.—Yo apago el fuego —dije mientras me desataba el delantal, lista para atender al comensal.Al salir, tomé aire y me acerqué a la mesa con una sonrisa.—Buenas noches. Me informan que tiene problemas con la sopa —dije de forma profesional y respetuosa El hombre, un señor elegante, levantó la vista y me observó con curiosidad.—Claro, señorita, pero… ¿quién es usted? —contesta confundido.—La chef Reed —respondí con tranquilidad.—No, no, la chef de este lugar es Elena Rexton. Lo vi en la televisión, por eso vinimos —dijo muy seguro.—Así es, y yo soy su ayudante, y yo misma hice la sopa fría de calabazas —expliqué con pa
75Gabriel4 años después Estaba en el restaurante Nami Swan en Alemania, intentando concentrarme en una negociación que se sentía más como un castigo. Me sentía débil y con un cansancio que pesaba demasiado. En el fondo, sabía que debería estar con Samuel, viendo alguna película y disfrutando de su risa, pero nadie más podía llevar a cabo esta reunión tan importante.—Señor Seraphiel, le aseguramos que nuestras armas son modernas y efectivas —dijo el hombre frente a mí con tono confiado.Lo miré con frialdad.—Las que yo hago también lo son —respondí seco, sintiendo cómo un dolor de cabeza empezaba a formarse. Apoyé los codos en la mesa y entrelacé los dedos—. Tiene que ofrecerme una verdadera innovación aquí, señor Foxterrier.Él comenzó a hablar sobre nuevos modelos a gran escala con cámaras de enfriamiento mejoradas. Según él, mañana podríamos ir al campo de tiro para probarlas en acción. Lo escuchaba mientras mi mente divagaba. Seraphiel Arms era mi empresa principal, mi o