71ZairaLa cena seguía siendo un ejercicio de autocontrol. Masticaba lentamente, respondía con la medida justa de cortesía y mantenía mi mirada fija en mi plato, tratando de no pensar en cómo la pareja parecía observarme como si fuera algún tipo de rareza.Fue entonces cuando una mujer de unos cincuenta años se acercó a nuestra mesa. Su andar era seguro, pero había algo en su expresión que me hizo tensarme, aunque no entendí por qué.—Señora Elena, es bueno verla —dijo Hudson, poniéndose de pie con respeto en cuanto la vio. Su tono era cálido, casi cariñoso.—Hudson Sinclair, tiempo sin verte —saludó la mujer con una mirada maternal y una sonrisa hermosa que hizo que mi estómago se contrajera.—Hermana, pensé que no saldrías de esa cocina. Nos adelantamos y pedimos para cenar, ya que estabas ocupada —respondió Gabriela, con una sonrisa forzada.—No pasa nada, estaba en la cocina coordinando un gran pedido —continuó, haciendo un ademán con las manos—. La cena lleva su tiempo, ¿sabes?
72GabrielSentía un cansancio insoportable después de tantas pruebas y exámenes. La rutina diaria me estaba pasando factura, pero algo, o más bien alguien, me mantenía inquieto y pensativo.“¿Dónde estás Zaira?” mis pensamientos estaban llenos de ella y solo ella.Una chica nueva en el grupo de investigación, y aunque su rostro me resultaba familiar, no lograba recordar de dónde la conocía.Un día, mientras me sacaban sangre, me quedé mirándola fijamente. El instante se alargó, y la observé con más atención lo que solo la puso más nerviosa. Algo en su mirada me hizo sentir que la había visto antes, aunque no podía ponerle nombre a ese recuerdo.—¿Te conozco? —le pregunté, sin rodeos, directo al grano.La chica palideció al instante, y sus manos temblaron. Intentó recomponerse, pero su nerviosismo era evidente.—No, no, no —repitió una y otra vez, como si esas palabras fueran la única defensa que encontraba en ese momento— no lo creo —dijo, pero vi cómo mentía y hundí más al sueño.—¿
73ZairaEstaba trabajando en la cocina, intentando concentrarme en lo que hacía, aunque el enorme peso de mi vientre hacía que cada movimiento fuera un desafío. Estaba muy embarazada, y esos meses lejos de mi ciudad me habían cambiado en más formas de las que podía contar. Había empezado como aprendiz de la señora Elena, y aunque al principio nuestras interacciones eran algo formales, con el tiempo nos habíamos unido más. Su paciencia y su forma de enseñarme me recordaban a algo familiar, aunque aún no podía definir qué era. —Tienes talento innato —me dijo una vez y mi corazón se lleno de orgullo y amor por mi cocina.Días después de haber llegado a la ciudad, me hice una prueba de ADN con la señora Elena. Acepté porque ambas sentíamos que había algo que no encajaba, algo que necesitábamos entender. Cuando el resultado llegó, fue como si el mundo se detuviera por un instante: éramos familia.Algo pasó cuando nací y creemos que Camila y yo fuimos intercambiadas al nacer, pero aú
74ZairaCuando quise perseguirla una de las meseras entró con un problema.—¿Quién hizo la sopa fría de calabazas? —preguntó la chica.—Fui yo —contesté tranquila—. ¿Hay algún problema?—Un cliente quiere quejarse. Dice que pensó que lo de “fría” era solo un nombre y que debería estar caliente —puso los ojos en blanco.La mesera y yo estallamos en risas.—Yo apago el fuego —dije mientras me desataba el delantal, lista para atender al comensal.Al salir, tomé aire y me acerqué a la mesa con una sonrisa.—Buenas noches. Me informan que tiene problemas con la sopa —dije de forma profesional y respetuosa El hombre, un señor elegante, levantó la vista y me observó con curiosidad.—Claro, señorita, pero… ¿quién es usted? —contesta confundido.—La chef Reed —respondí con tranquilidad.—No, no, la chef de este lugar es Elena Rexton. Lo vi en la televisión, por eso vinimos —dijo muy seguro.—Así es, y yo soy su ayudante, y yo misma hice la sopa fría de calabazas —expliqué con pa
75Gabriel4 años después Estaba en el restaurante Nami Swan en Alemania, intentando concentrarme en una negociación que se sentía más como un castigo. Me sentía débil y con un cansancio que pesaba demasiado. En el fondo, sabía que debería estar con Samuel, viendo alguna película y disfrutando de su risa, pero nadie más podía llevar a cabo esta reunión tan importante.—Señor Seraphiel, le aseguramos que nuestras armas son modernas y efectivas —dijo el hombre frente a mí con tono confiado.Lo miré con frialdad.—Las que yo hago también lo son —respondí seco, sintiendo cómo un dolor de cabeza empezaba a formarse. Apoyé los codos en la mesa y entrelacé los dedos—. Tiene que ofrecerme una verdadera innovación aquí, señor Foxterrier.Él comenzó a hablar sobre nuevos modelos a gran escala con cámaras de enfriamiento mejoradas. Según él, mañana podríamos ir al campo de tiro para probarlas en acción. Lo escuchaba mientras mi mente divagaba. Seraphiel Arms era mi empresa principal, mi o
76Gabriel—¿Tus hijas? —pregunté con incredulidad, sintiendo que el aire me abandonaba.—Tus hijas están comiendo bajo mi mesa —respondió Foxterrier, aún furioso.—Soy la dueña de este restaurante —dijo ella, cruzándose de brazos—, así que no me importa dónde coman mis hijas. Lo que no tolero es que alguien venga a hacer escándalos en mi local y les grite a mis niñas. Solo tienen cuatro años.—¿Cuatro años? —Mis labios se movieron solos, repitiendo en voz alta lo que acababa de escuchar.Zaira giró su cabeza hacia mí, como si hasta ese momento me hubiera notado. Su rostro perdió todo el color.—Tú… —murmuró, incapaz de completar la frase.—Señora Reed, ¿quiere que saque a las niñas? —preguntó la mesera, interrumpiendo el momento. ¿Señora Reed? ¿Se casó? ¿Es por eso que no pude encontrarla?—No las toques —dije con voz firme, levantándome de la silla.—Foxterrier, discúlpate con las niñas —le ordené sin miramientos.—¿Qué? ¡Pero ellas…!Lo miré con tanta intensidad que de
77SelenaLos meses comenzaron a pasar como agua entre mis dedos convirtiéndose en años. Me comunicaba dos veces por semana con Zaira, y aunque nuestras llamadas me llenaban de alegría, no podía evitar extrañarla profundamente. Las fotos que me enviaba de ella y las niñas, junto con las ecografías del bebé, me hacían sentir que estaba viviendo parte de su felicidad, aunque estuviera lejos.Estaba mirando una de esas fotos en mi teléfono cuando Bishop entró a la habitación.—¿Qué estás viendo? —preguntó mientras cerraba la puerta tras de sí.Hoy había llegado antes que él y me había dado una ducha, lista y limpia para esperarlo.—Fotos de una amiga —respondí sinceramente, sin despegar los ojos de la pantalla. Luego añadí, casi de inmediato—: ¿Tienes hambre? Puedo preparar… sánduches.Él soltó una risa baja, esa risa que siempre me hacía sonreír, aunque no quisiera—¿La señora Wilson no cocinó hoy? —preguntó divertido, dejando su maletín en un rincón.—No, tiene el día libre. ¿R
78ZairaTenía un nuevo nombre, una madre biológica que me amaba, unas hijas hermosas y traviesas… y ahora aparece él para arruinarlo todo.Me solté de su agarre con un tirón, sin importar si se daba cuenta de mi molestia.—Son mías, Gabriel, y eso es todo lo que importa —dije con firmeza antes de girarme y marcharme. No miré atrás, no podía permitirme que viera la tormenta en mis ojos.Cerré la puerta de mi oficina con fuerza, casi como si quisiera encerrarlo a él, sus recuerdos, y todo lo que representaba fuera de mi mundo. Me apoyé en la madera, con el pecho subiendo y bajando rápidamente, tratando de recuperar el control.“¿Por qué está aquí? ¿Por qué ahora? ¿Se supone que no está comprometido con Camila? ¿Qué hace irrumpiendo en mi vida como si aún tuviera algún derecho?” todas esas preguntas en mi menteCuatro años.Cuatro años es mucho tiempo para tener una nueva vida, pero al mismo tiempo tan poco, tan insuficiente para arrancarlo de mi corazón por completo. Y ahora que está a