108Gabriel—¿S-son… son tuyas? —preguntó mi padre con un tono calculador.—Sí —dije sin dudar— son mis hijas.Saqué el celular para mostrarle una foto de Sara, Samira con Samuel todos sonrientes y vieron el parecido con Samuel. Sin duda alguna eran mis hijas.Mi madre dejó escapar un leve jadeo, llevándose una mano al pecho como si necesitara aire.—¿Cómo es posible? —exigió saber— no, no… no es posible. Debe ser mentira.—Ella estaba embarazada cuando se fue lejos por culpa del escándalo —respondí sin rodeos—. Y ahora las recuperé, madre.El silencio que siguió fue helado.—Dios mío… —susurró mi madre antes de fruncir el ceño y mirarme con severidad—. No, Gabriel. No lo permitiré, esa mujer puede que tenga otras intenciones.Apreté la mandíbula.—¿No permitirás qué? —contesté con voz helada.—Ese matrimonio no va a suceder —declaró con firmeza, irguiéndose en su asiento—. No permitiré que te arruines de esta manera. Esa familia tiene mala reputación, solo son una mancha para los Ser
109ZairaDespués de dejar a las niñas en el colegio, Gabriel me llevó de regreso a casa. Ahora que los niños no estaban, me sentía un poco aburrida, así que decidí cocinarle el almuerzo para sorprenderlo.Mientras picaba la carne, mi teléfono sonó. Miré la pantalla y sonreí al ver el nombre de mi madre, Elena. Contesté sin dejar de mover las manos.—Cariño, me alegra que contestes —dijo con entusiasmo a través del auricular.—Hola, mamá. ¿Cómo estás? —saludé con alegría—. Hoy las niñas fueron al colegio por primera vez aquí.—¡Qué alegría, mi niña! —exclamó emocionada—. Pásame las fotos más tarde.Podía imaginar su sonrisa al otro lado de la línea. Pero su siguiente comentario me hizo fruncir el ceño.—Te llamo porque quiero decirte que este fin de semana celebraré un banquete especial para presentarte en sociedad —anunció, sin ocultar su emoción.Mi mano se detuvo sobre la tabla de cortar. Mi pecho se oprimió con una mezcla de nervios y duda.—Mamá... ¿y qué dirás sobre Camila? —mor
111SelenaNo lo dudé un segundo.Ya había anochecido cuando salté por la ventana, mi cuerpo cayó con fuerza contra el suelo, rodando un par de veces antes de detenerme. Un ardor punzante recorrió mis brazos y hombro por los raspones, pero no me importó. Me puse de pie en un instante, con la adrenalina bombeando en mis venas.Me giré para correr, pero en ese preciso momento un Volkswagen amarillo frenó frente a mí, las luces iluminando la oscuridad de la noche.Eva.Bajó la ventanilla y me miró con el ceño fruncido.—¿Qué haces ahí? ¡Entra! —dijo con urgencia.Mi mente aún estaba en shock, pero mis piernas reaccionaron antes que yo. Me subí al auto y cerré la puerta de un golpe.El motor rugió y Eva aceleró, llevándonos lejos de ese lugar sin decir una palabra. Durante al menos diez minutos solo nos acompañó la música de fondo, un viejo tema de rock que sonaba bajo en la radio.—Gracias —dije en un bajo murmullo.Finalmente, su voz rompió el silencio.—¿A dónde te llevo? —pregunta ell
112ZairaDesde ese día comencé a llevarle el almuerzo, los niños iban bien en el colegio, entramos en una cómoda rutina. Pero luego de unos días, él no fue a trabajar temprano ese día. Miré a Gabriel, que se había quedado en casa, y le pregunté cariñosamente:—¿Por qué no te has ido?Él me sonrió de manera enigmática y respondió:—Hoy vamos por ese vestido que te prometí, me recuerda, además tenemos una subasta a la que quiero que vayas.Mi curiosidad se despertó, pero decidí no insistir en el tema.—Bien, iré a cambiarme para llevar a los niños al colegio —le dije, y me levanté rápidamente. Salí corriendo para ponerme unos jeans y una camisa de algodón con un personaje de anime en medio. Gabriel siempre decía que esas camisas eran una mezcla divertida entre lo que era yo y lo que él esperaba ver.Al entrar en la boutique, me sentí instantáneamente desbordada por el lujo del lugar, pero había algo en el aire que me puso alerta. La diseñadora, una mujer que no sabía disimular su estil
113Zaira.—No me gusta el vestido —hablé suavemente.Lo dije despacio, sin mirarlo, enfocándome en mi reflejo. Me negaba a encontrarme con sus ojos.—Te puede gustar si te ves con mejores ojos —intervino la mujer, su voz impregnada de paciencia.—Cariño… —intentó persuadirme él, su tono más suave, tratando de hacerme cambiar de opinión.No.Me tensé y apreté los labios.—Dije que no me gusta el vestido —reafirmé con voz firme, sintiendo una opresión en el pecho—. Quiero irme.No le di oportunidad de insistir. Me metí en el vestidor y cerré la cortina con más fuerza de la necesaria. Me cambié lo más rápido que pude, como si escapar de esa tela pudiera liberarme también de la sensación sofocante que me embargaba.Gabriel no insistió más.Me observó en silencio por un momento antes de asentir con un leve movimiento de cabeza.—Está bien —dijo, con su tono usualmente calmado—. Vámonos.Salimos de la boutique sin prisas, pero con cada paso sentía su mirada fija en mí. No decía nada, solo
114Selena—¿Qué haces aquí? —pregunté tontamente, sintiendo mi corazón golpear con fuerza contra mi pecho.Bishop me miró con esa sonrisa de superioridad que tanto me irritaba, como si nada de lo que hiciera pudiera sorprenderlo.—Vine por ti, por supuesto —respondió con una risita burlona.El simple tono de su voz me hizo hervir la sangre.—No voy a ir contigo. Tu abuela pagó mucho dinero para que yo desapareciera, solo estaba contigo por el dinero, y ya acepté al de tu abuela. Vete —dije con firmeza, señalando la puerta.Pero él ni siquiera se inmutó.—No me voy sin ti, Selena —dictaminó con total seguridad, pero en sus ojos había dolor.Apreté los puños.—¿Dónde están Elías y Eva? —pregunté, refiriéndome a los que me acompañaron hasta aquí.Bishop arqueó una ceja.—Ven conmigo y te lo diré —dijo resuelto.Resoplé con frustración.—¡Bishop, no voy contigo! Ni siquiera sé cómo sabes que estoy aquí —me quejé.Él se encogió de hombros como si fuera lo más obvio del mund
114.ZairaEl restaurante tenía un ambiente cálido y elegante. Gabriel se mostró atento desde el momento en que nos sentamos. Había pedido varios platos y se aseguraba de que probara de todo, observándome con cariño cada vez que sonreía por el sabor de algún platillo en especial.El vino tinto combinaba a la perfección con la carne que nos habían servido.—Voy al aseo —dijo Gabriel de pronto, levantándose de la mesa.Asentí con una sonrisa.—Bien, pediré el postre mientras tanto.Gabriel me lanzó una mirada divertida antes de alejarse.Solo pasaron unos minutos cuando un hombre rubio apareció de la nada y se sentó en la mesa frente a mí sin siquiera pedir permiso.Fruncí el ceño de inmediato.—¿Y tú eres? —pregunté con cautela.El hombre me dedicó una sonrisa encantadora, de esas que parecen ensayadas.—Me llamo Ethan Miller, de las farmacéuticas Miller —dijo, extendiéndome la mano.Lo miré con incredulidad.—No entiendo —dije despacio, hundiendo el ceño—. ¿Tu nombre debería decirme a
115.Selena—Bishop, déjame ir —repetí en voz baja, con la garganta cerrada por la angustia.Sus palabras de amor no significaban nada para mí. No después de todo lo que había pasado. No después de lo que había visto con mis propios ojos.—Bajarás cuando lleguemos a la ciudad —su voz fue un decreto inamovible, su mirada fría como el acero.Apreté los puños con frustración, sintiendo cómo la impotencia me quemaba por dentro.—Al menos dime dónde dejaste a Elías y a Eva —insistí, tratando de controlar mi desesperación—. Son inocentes. Arriesgaron mucho para salvarme de Lázaro…Me callé de golpe.M****a.Me di cuenta demasiado tarde de lo que había dicho.El silencio en el auto se volvió sofocante.Giré la cabeza lentamente y vi cómo sus manos se crispaban sobre el volante, los nudillos blancos de la presión.—¿Lázaro? —su voz fue apenas un susurro, pero cargado de peligro.Su furia explotó como un incendio devorándolo todo.—¿Quién diablos es Lázaro?El auto se sacudió ligeramente cuando