112. Vestidos

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Zaira

Desde ese día comencé a llevarle el almuerzo, los niños iban bien en el colegio, entramos en una cómoda rutina. Pero luego de unos días, él no fue a trabajar temprano ese día. Miré a Gabriel, que se había quedado en casa, y le pregunté cariñosamente:

—¿Por qué no te has ido?

Él me sonrió de manera enigmática y respondió:

—Hoy vamos por ese vestido que te prometí, me recuerda, además tenemos una subasta a la que quiero que vayas.

Mi curiosidad se despertó, pero decidí no insistir en el tema.

—Bien, iré a cambiarme para llevar a los niños al colegio —le dije, y me levanté rápidamente. Salí corriendo para ponerme unos jeans y una camisa de algodón con un personaje de anime en medio. Gabriel siempre decía que esas camisas eran una mezcla divertida entre lo que era yo y lo que él esperaba ver.

Al entrar en la boutique, me sentí instantáneamente desbordada por el lujo del lugar, pero había algo en el aire que me puso alerta. La diseñadora, una mujer que no sabía disimular su estil
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