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El restaurante privado que Isabella había elegido para la reunión era tan exclusivo que incluso las sombras parecían caras. Todo estaba decorado en tonos dorados y crema, con una iluminación suave que brindaba un aire de intimidad calculada.Débora entró con la seguridad de alguien que sabe que pertenece a un lugar como ese. Su vestido con colores burdeos se aferraba a su cuerpo en los lugares exactos, y sus tacones resonaban con confianza sobre la cerámica negra. Se detuvo frente a la mesa donde Isabella ya la esperaba con una copa de vino en la mano.—Me sorprende que quisieras verme de nuevo, Isabella. —Débora se sentó, cruzando las piernas con elegancia felina.La matriarca sonrió de lado, tomando un sorbo de su vino antes de responder.—Débora, querida, cuando se trata de negocios y familia, siempre hay espacio para la reconsideración.Débora arqueó una ceja.—¿Negocios y familia? No creí que quedara algo de qué hablar en ese sentido. Acordamos un matrimonio con Nikolai.Isabella
El silencio en la habitación era sofocante, interrumpido solo por el crujir de la leña en la chimenea. Lilia estaba de pie en el centro del estudio de Nikolai, su corazón latía desbocado dentro de su pecho. Había creído que lo peor ya había pasado, que nada más podría sorprenderla después de todo lo que había vivido con él. Se equivocaba.Nikolai estaba frente a ella, su imponente figura proyectaba una sombra sobre el escritorio de madera oscura. Sus ojos, fríos y calculadores, la observaban con la intensidad de un depredador que acaba de acorralar a su presa.—Nos casaremos bajo las reglas de la Bratva —dijo, en voz grave y firme, sin dejar espacio para el debate.Lilia frunció el ceño, cruzando los brazos.—Ya estamos casados —respondió con desafío, pero una punzada helada recorrió su espalda. Había algo en la manera en que Nikolai la miraba que le advertía que esto no era una simple formalidad.Nikolai esbozó una sonrisa apenas perceptible, una que no alcanzó a suavizar la dureza de
Las luces cálidas caían con precisión sobre la mesa donde los Volkov se habían reunido, iluminando la opulencia de la vajilla dorada y las botellas de vino añejo que los camareros servían con precisión ensayada. Estaban reunidos allí por razones importantes y que ponían en riesgo el futuro de la familia.Nikolai se mantenía en una postura relajada, con su brazo descansando sobre el respaldo de su silla. Su ausencia de expresión era casi irritante, un contraste feroz con la rigidez que lo rodeaba. Su madre, Isabella, lucía impecable como siempre, con un vestido negro que destacaba su elegancia natural. Valdim, el patriarca, tenía la mandíbula tensa y los ojos fríos, como si su mera presencia bastara para imponer autoridad.Y luego estaban ellos. Anya. Leonard.Sentados uno frente al otro, incapaces de mirarse directamente. Como dos imanes que se atraían y se repelían al mismo tiempo, retenidos por la amenaza invisible que pendía sobre sus cabezas.El camarero sirvió la entrada, pero na
Leonard salió de la habitación de Anya con el pecho oprimido, sintiendo como si cada paso lo alejara más de algo que jamás podría recuperar. Su respiración era errática, su pulso golpeaba con fuerza en sus sienes y sus manos aún temblaban con el recuerdo de su cuerpo contra el de ella, de su sabor impregnado en sus labios. Pero lo peor era la mirada de Anya cuando le pidió que se fuera.Ese brillo de esperanza destrozada. Esa vulnerabilidad que él acababa de traicionar.Los pasillos de la mansión Volkov se sentían interminables, como si con cada paso se hundiera más en un abismo de culpa. Sentía la piel ardiendo, las emociones atrapadas en su garganta. Se detuvo un momento en la gran escalera, apoyando una mano en la barandilla de mármol mientras intentaba respirar, pero fue inútil.Porque sabía que, en esa habitación, tras esa puerta que acababa de cerrar, había dejado atrás algo irremplazable. La única persona que lo había amado no por su apellido, no por su linaje ni por su posición
El eco del teléfono resonó en la habitación, rompiendo la burbuja cálida que Lilia y Nikolai habían construido en los últimos minutos. Él deslizó una mano por su rostro, su mandíbula se apretó con furia al leer el nombre en la pantalla. No era común que lo llamaran a esas horas sin un motivo urgente.—Contesta —susurró Lilia, con preocupación.Nikolai deslizó el dedo por la pantalla y se llevó el teléfono al oído.—¿Qué pasa? —preguntó con un tono seco y directo.El silencio al otro lado de la línea duró apenas un segundo antes de que la voz de Isabella, su madre, rompiera el espacio entre ellos.—Anya ha desaparecido.Nikolai se quedó completamente inmóvil.Lilia observó cómo su expresión cambiaba de inmediato. La calidez que había estado en sus ojos segundos antes se desvaneció.—¿Cómo que ha desaparecido? —gruñó Nikolai, su voz salió más grave de lo normal.—Se fue sin decirle nada a nadie —contestó Isabella con evidente preocupación—. La cámara la vio por última vez saliendo de la
El teléfono en la mano de Anya temblaba apenas perceptiblemente cuando finalmente marcó el número de su hermano. Alessandro la había obligado a llamar a su familia, ella no quería, pero no tuvo otra opción para no tener que escucharlo dándole un sermón.Sus labios estaban secos, su corazón palpitaba con furia en su pecho. No podía permitirse el lujo de parecer débil. No ante Alessandro. No ante su familia.Nikolai contestó al tercer tono.—¿Anya?Su voz fue un puñal de autoridad y preocupación.—Estoy bien —dijo ella rápidamente, manteniendo la compostura—. Solo quería que lo supieras.Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.—¿Dónde estás?Antes de que pudiera responder, Alessandro se acercó con la calma de un depredador acechando a su presa y, con un movimiento certero, le arrebató el teléfono de las manos.—¿Sabes qué es lo divertido de esto, Volkov? —dijo Alessandro, llevándose el aparato al oído con una sonrisa ladina—. Que tu querida hermanita estuvo a punto de saltar del
Nikolai salió de su mansión como un huracán, con el teléfono pegado al oído y la mandíbula apretada hasta el punto de dolerle.—Encuéntrenla. Ahora.No esperó respuesta antes de colgar. Sus hombres ya estaban en las calles, revisando hoteles, rastreando cámaras de seguridad, buscando cualquier rastro de Anya. Y todo porque ese maldito Petrov la tenía en sus manos.La rabia lo consumía. Alessandro Petrov no era alguien que se interesara en una mujer sin motivo. Si la había salvado, si la había mantenido con él en lugar de entregarla de inmediato, era porque tenía un plan. Y Nikolai odiaba no saber cuál era.Al entrar de nuevo en la mansión Volkov, la encontró en su estado habitual de quietud y elegancia, como si no hubiera un problema de qué preocuparse. Sus padres, Vladim e Isabella, lo esperaban en la gran sala, sentados con una copa de vino en la mano. Y justo al lado de ellos, con el rostro sombrío y la mirada baja, estaba Leonard.El ambiente se sintió opresivo al instante.—¿Qué
Débora observaba la mansión de los Volkov desde la distancia, con los labios apretados y los ojos ardiendo de furia. El brillo de las luces doradas iluminaba la imponente fachada, y a través de las grandes ventanas, pudo ver una silueta femenina moviéndose con gracia. Lilia.La perra afortunada que había conseguido lo que a ella le pertenecía.Débora se mordió el labio con fuerza. Sabía que Nikolai no la amaba, que en su mundo, el amor era un lujo que no se podían permitir. Pero le había herido el orgullo Y, sin embargo, aquella maldi ta que apareció de la nada, le robó su lugar.—La única manera de recuperar lo mío… es deshacerme de ella —susurró para sí misma, apretando los puños.Con un movimiento calculado, sacó su teléfono y marcó un número.—¿Se puede saber por qué me llamas a esta hora? —gruñó una voz masculina al otro lado de la línea.Débora sonrió con frialdad.—Porque tengo un trabajo para ti, y si lo haces bien, serás generosamente recompensado.—Habla.Ella se inclinó sobr