El teléfono en la mano de Anya temblaba apenas perceptiblemente cuando finalmente marcó el número de su hermano. Alessandro la había obligado a llamar a su familia, ella no quería, pero no tuvo otra opción para no tener que escucharlo dándole un sermón.Sus labios estaban secos, su corazón palpitaba con furia en su pecho. No podía permitirse el lujo de parecer débil. No ante Alessandro. No ante su familia.Nikolai contestó al tercer tono.—¿Anya?Su voz fue un puñal de autoridad y preocupación.—Estoy bien —dijo ella rápidamente, manteniendo la compostura—. Solo quería que lo supieras.Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.—¿Dónde estás?Antes de que pudiera responder, Alessandro se acercó con la calma de un depredador acechando a su presa y, con un movimiento certero, le arrebató el teléfono de las manos.—¿Sabes qué es lo divertido de esto, Volkov? —dijo Alessandro, llevándose el aparato al oído con una sonrisa ladina—. Que tu querida hermanita estuvo a punto de saltar del
Nikolai salió de su mansión como un huracán, con el teléfono pegado al oído y la mandíbula apretada hasta el punto de dolerle.—Encuéntrenla. Ahora.No esperó respuesta antes de colgar. Sus hombres ya estaban en las calles, revisando hoteles, rastreando cámaras de seguridad, buscando cualquier rastro de Anya. Y todo porque ese maldito Petrov la tenía en sus manos.La rabia lo consumía. Alessandro Petrov no era alguien que se interesara en una mujer sin motivo. Si la había salvado, si la había mantenido con él en lugar de entregarla de inmediato, era porque tenía un plan. Y Nikolai odiaba no saber cuál era.Al entrar de nuevo en la mansión Volkov, la encontró en su estado habitual de quietud y elegancia, como si no hubiera un problema de qué preocuparse. Sus padres, Vladim e Isabella, lo esperaban en la gran sala, sentados con una copa de vino en la mano. Y justo al lado de ellos, con el rostro sombrío y la mirada baja, estaba Leonard.El ambiente se sintió opresivo al instante.—¿Qué
Débora observaba la mansión de los Volkov desde la distancia, con los labios apretados y los ojos ardiendo de furia. El brillo de las luces doradas iluminaba la imponente fachada, y a través de las grandes ventanas, pudo ver una silueta femenina moviéndose con gracia. Lilia.La perra afortunada que había conseguido lo que a ella le pertenecía.Débora se mordió el labio con fuerza. Sabía que Nikolai no la amaba, que en su mundo, el amor era un lujo que no se podían permitir. Pero le había herido el orgullo Y, sin embargo, aquella maldi ta que apareció de la nada, le robó su lugar.—La única manera de recuperar lo mío… es deshacerme de ella —susurró para sí misma, apretando los puños.Con un movimiento calculado, sacó su teléfono y marcó un número.—¿Se puede saber por qué me llamas a esta hora? —gruñó una voz masculina al otro lado de la línea.Débora sonrió con frialdad.—Porque tengo un trabajo para ti, y si lo haces bien, serás generosamente recompensado.—Habla.Ella se inclinó sobr
Lilia respiraba con dificultad, sintiendo el ardor punzante de las ataduras en su piel. Su blusa rasgada dejaba su hombro al descubierto, y la sensación del concreto helado contra su piel apenas la mantenía consciente. El miedo era un nudo apretado en su garganta.Entonces, la puerta del almacén se abrió con un chirrido.Los hombres se enderezaron de inmediato, como soldados cuando llega su comandante.Y ahí estaba ella.Débora Petrova entró con la seguridad de una reina. Sus tacones resonaron contra el suelo, mientras se acercaba a Lilia con una sonrisa burlona.—Vaya, qué patética te ves —ronroneó, inclinándose frente a ella con un brillo de satisfacción en los ojos—. La orgullosa esposa de Nikolai Volkov, atada como un animal, temblando de miedo… como debería ser.Lilia no respondió. No quería darle la satisfacción de verla rota. Pero Débora no necesitaba palabras. Disfrutaba cada segundo.—¿De verdad creíste que Nikolai te ama? —preguntó con falsa dulzura, acariciándole la mejilla
El rugido del auto de Alessandro se apagó frente a la mansión de los Volkov. Anya exhaló, aún con el pulso acelerado por la carrera, por la adrenalina... y por el hombre que la observaba de reojo con su eterna expresión de arrogancia.—¿Lista para tu bienvenida? —preguntó Alessandro con diversión mientras apagaba el motor.Anya le lanzó una mirada fulminante antes de abrir la puerta y bajar sin esperarlo.Pero apenas puso un pie en el suelo, la puerta de la mansión se abrió de golpe. Isabella Volkov salió corriendo.—¡Anya! —su madre la envolvió en un abrazo apretado—. Nos tenías preocupados.Detrás de ella, su padre, Vladim Volkov, se mantenía firme, con los brazos cruzados, observando la escena con una mezcla de severidad y alivio.Y, unos pasos más atrás, estaba Leonard. Su hermano no dijo nada al principio. Solo la escaneó con la mirada, como si necesitara asegurarse de que estaba entera. Pero luego sus ojos se posaron en Alessandro, que se había tomado su tiempo para salir del aut
El motor del auto rugía mientras Alessandro Petrov conducía de regreso a su apartamento. Su mente aún estaba en Anya, en el beso que le robó frente a todos, en la forma en que Leonard casi le saltó encima como un perro rabioso. Había disfrutado eso.Pero entonces, su celular vibró en el asiento del copiloto.Su ceño se frunció al ver el nombre en la pantalla: Madre.—Mamá, es tarde. ¿Qué pasa?El sonido que vino del otro lado de la línea le heló la sangre. Un sollozo.—Alessandro…Su agarre en el volante se tensó.—¿Qué pasó? Dímelo.—Es Débora… La mataron.El aire se escapó de sus pulmones.—¿Qué?—La encontraron… en un almacén a las afueras de Moscú… desangrada.El mundo pareció cerrarse sobre él.Débora. Su hermana Su familia. La niña con la que había crecido, la mujer que siempre había sido tan jodidamente ambiciosa y cruel como él. Pero era suya. Era una Petrov. Y ahora estaba muerta.—No… —susurró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.—No sabemos quién lo hizo… pero fue
El día del matrimonio se acercaba y Alessandro mantenía su postura impenetrable. Ocultaba sus verdaderas intenciones con una maestría que solo alguien como él podía lograr. Sabía que la mejor manera de vengarse de Nikolai era a través de Anya, su preciosa hermana, una de sus debilidades. Alessandro la haría suya, la mantendría bajo su control y, cuando fuera el momento justo, la destruiría poco a poco.Pero en la mansión de los Volkov, se libraba una batalla silenciosa. Leonard no estaba dispuesto a dejar a Anya en manos de Alessandro. No era solo un sentimiento fraternal, era algo más oscuro y posesivo. Siempre había sentido algo por su hermana, algo que había ocultado con celoso cuidado. Y ahora, verla a punto de ser entregada a un Petrov, un enemigo de su familia, lo llenaba de furia.Anya, atrapada entre estos dos hombres, jugaba su propio juego. Aunque su corazón latía con fuerza por Leonard, no podía negar la atracción visceral que sentía por Alessandro. Era un hombre peligroso,
—Llévame a la universidad —pidió Anya.—No, deberías caminar—dijo, pero cuando Anya fue a abrir la puerta del copiloto, él se adelantó, cerrándola de golpeAnya lo miró, incrédula.—¿Qué?—Tienes piernas. Úsalas —su sonrisa era una burla teñida de rencor—. ¿No querías quedarte con él? Pues quédate. A ver si te recoge ahora, princesa.—¡Leonard!Pero su hermano ya estaba subiendo al auto. Encendió el motor, le dedicó una última mirada cargada de desprecio y aceleró sin miramientos, dejando tras de sí un chirrido de neumáticos y una densa nube de polvo.Miró su teléfono. No tenía cobertura, genial. No podía llamar a nadie. Y quedarse allí parada, en medio de la nada, esperando que su hermano tuviera un ataque de cordura y regresara por ella, era un lujo que no podía permitirse. Se subió a la piedra donde antes habían estado sentados y echó una mirada alrededor. Si tenía suerte, tal vez encontraría un coche…Anya cerró los ojos con furia, sus puños temblaban por la impotencia. Maldito Le