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El motor del auto rugía mientras Alessandro Petrov conducía de regreso a su apartamento. Su mente aún estaba en Anya, en el beso que le robó frente a todos, en la forma en que Leonard casi le saltó encima como un perro rabioso. Había disfrutado eso.Pero entonces, su celular vibró en el asiento del copiloto.Su ceño se frunció al ver el nombre en la pantalla: Madre.—Mamá, es tarde. ¿Qué pasa?El sonido que vino del otro lado de la línea le heló la sangre. Un sollozo.—Alessandro…Su agarre en el volante se tensó.—¿Qué pasó? Dímelo.—Es Débora… La mataron.El aire se escapó de sus pulmones.—¿Qué?—La encontraron… en un almacén a las afueras de Moscú… desangrada.El mundo pareció cerrarse sobre él.Débora. Su hermana Su familia. La niña con la que había crecido, la mujer que siempre había sido tan jodidamente ambiciosa y cruel como él. Pero era suya. Era una Petrov. Y ahora estaba muerta.—No… —susurró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.—No sabemos quién lo hizo… pero fue
El día del matrimonio se acercaba y Alessandro mantenía su postura impenetrable. Ocultaba sus verdaderas intenciones con una maestría que solo alguien como él podía lograr. Sabía que la mejor manera de vengarse de Nikolai era a través de Anya, su preciosa hermana, una de sus debilidades. Alessandro la haría suya, la mantendría bajo su control y, cuando fuera el momento justo, la destruiría poco a poco.Pero en la mansión de los Volkov, se libraba una batalla silenciosa. Leonard no estaba dispuesto a dejar a Anya en manos de Alessandro. No era solo un sentimiento fraternal, era algo más oscuro y posesivo. Siempre había sentido algo por su hermana, algo que había ocultado con celoso cuidado. Y ahora, verla a punto de ser entregada a un Petrov, un enemigo de su familia, lo llenaba de furia.Anya, atrapada entre estos dos hombres, jugaba su propio juego. Aunque su corazón latía con fuerza por Leonard, no podía negar la atracción visceral que sentía por Alessandro. Era un hombre peligroso,
—Llévame a la universidad —pidió Anya.—No, deberías caminar—dijo, pero cuando Anya fue a abrir la puerta del copiloto, él se adelantó, cerrándola de golpeAnya lo miró, incrédula.—¿Qué?—Tienes piernas. Úsalas —su sonrisa era una burla teñida de rencor—. ¿No querías quedarte con él? Pues quédate. A ver si te recoge ahora, princesa.—¡Leonard!Pero su hermano ya estaba subiendo al auto. Encendió el motor, le dedicó una última mirada cargada de desprecio y aceleró sin miramientos, dejando tras de sí un chirrido de neumáticos y una densa nube de polvo.Miró su teléfono. No tenía cobertura, genial. No podía llamar a nadie. Y quedarse allí parada, en medio de la nada, esperando que su hermano tuviera un ataque de cordura y regresara por ella, era un lujo que no podía permitirse. Se subió a la piedra donde antes habían estado sentados y echó una mirada alrededor. Si tenía suerte, tal vez encontraría un coche…Anya cerró los ojos con furia, sus puños temblaban por la impotencia. Maldito Le
Los primeros días de compromiso fueron como un sueño envuelto en terciopelo. Alessandro Petrov era el prometido perfecto. Anya se vio rodeada de lujos, detalles pensados con precisión quirúrgica, cenas en los restaurantes más exclusivos, regalos costosos y un trato que bordeaba lo idílico. Alessandro la protegía, la mimaba, se aseguraba de que no le faltara nada. Pero en medio de toda esa devoción, había algo que inquietaba a Anya.Había miradas que duraban un segundo demasiado. Ocasiones en las que la intensidad de sus ojos oscuros la hacía contener el aliento, como si la analizara no con amor, sino con control. Sonrisas que no llegaban a sus ojos. Comentarios que sonaban a advertencias disfrazadas de cariño.—No me gusta cuando pasas tanto tiempo con Leonard— comentó la noche de su compromiso, con una voz tan suave que apenas se percibía la rigidez en su tono.Anya, que estaba frente a su tocador, cepillando su cabello, se congeló por un instante. Lo miró por el espejo y sonrió con
La fiesta de compromiso era un espectáculo de lujo y poder. La alta sociedad de Moscú se paseaba entre mesas repletas de champán y exquisitos aperitivos, mientras una orquesta tocaba en vivo. Todo parecía perfecto… pero para Nikolai Volkov, la perfección era una ilusión peligrosa.Desde su lugar en la mesa principal, Nikolai observaba a Alessandro Petrov. El hombre del momento. El prometido de su hermana. Su enemigo.Anya se veía hermosa, envuelta en un vestido color marfil que resaltaba su piel pálida y sus ojos llenos de fuego. Sonreía, reía con la gente adecuada, se comportaba como la princesa de hielo que siempre había sido. Pero Nikolai la conocía demasiado bien. Sabía que su sonrisa era un disfraz.Y Alessandro… Alessandro no dejaba de tocarla. Un roce en la cintura, una caricia en la mano, su mirada siguiéndola con una intensidad que no era solo de deseo, sino de posesión.Cuando comenzó el baile, Alessandro la tomó de la mano y la llevó a la pista. Los invitados aplaudieron, en
Anya regresó sola del balcón. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Lilia la tomara del brazo y la arrastrara al baño más cercano, cerrando la puerta tras ellas.—¡Dios mío, Anya! —exclamó, con el ceño fruncido mientras la examinaba con la mirada de una hermana preocupada—. ¿Qué demonios pasó?Anya parpadeó, aun recuperándose de la intensidad del momento con Alessandro. Su labio estaba corrido, su respiración aún era errática, y su vestido, aunque no estaba completamente desarreglado, tenía signos de que había estado en una situación comprometedora.Lilia no esperó una respuesta.—Dime que no te puso un dedo encima —dijo con furia, sus ojos verdes brillaron con rabia—. Porque si lo hizo, te juro que yo misma lo despellejaré con mis uñas.Anya parpadeó ante la ferocidad de Lilia. No pudo evitar soltar una pequeña risa nerviosa, Alessandro era tan improbable como un ratón enfrentando a un lobo. Pero el gesto de protección le calentó el pecho.—No hizo nada que yo no pudiera manej
El murmullo del salón se filtraba entre los muros de la mansión de Alessandro, donde se celebraba el compromiso. Afuera, los invitados reían, bebían y bailaban, sin sospechar la tormenta que se cocinaba entre dos hombres que no podían permitirse mostrar debilidad. Nikolai Volkov dejó su copa de whisky en la mesa y se acercó a Alessandro con una calma aterradora. A simple vista, parecía un gesto amigable, una cortesía entre futuros cuñados. Pero cualquiera que los viera de cerca notaría que entre ellos no había más que veneno. —Petrov —dijo Nikolai con una sonrisa afilada—. Necesitamos hablar. Alessandro levantó una ceja con fingida curiosidad y terminó de un trago su champagne. Su traje negro, impecable, reflejaba la luz tenue del salón. No parecía intimidado, ni siquiera molesto. —¿De qué quieres hablar, Volkov? ¿De la boda? No te preocupes, le daré a tu hermanita una vida de ensueño. —Su tono era casual, pero sus ojos oscuros estaban afilados como cuchillas. Nikolai sonrió con f
La fiesta seguía su curso, con la música vibrando entre las paredes doradas del gran salón. Pero para Leonard, todo era ruido de fondo. Su mandíbula seguía tensa, y sus puños aún recordaban la presión del vaso que casi destroza en su mano cuando Alessandro besó a Anya frente a todos. Después del brindis, Leonard había salido a tomar aire, pero eso no calmó la tormenta que tenía dentro. El problema era que Alessandro lo sabía. Lo disfrutaba. No fue una sorpresa cuando, casi al final de la velada, Leonard sintió la presencia de Alessandro detrás de él, en uno de los pasillos más apartados de la mansión. —Pareces tenso, Volkov —la voz de Alessandro sonó con una burla apenas disfrazada. Leonard se giró lentamente, enfrentándolo. Su expresión era la de un hombre que estaba al borde de perder el control. —Y tú pareces disfrutar demasiado esto —respondió con frialdad. Alessandro se metió las manos en los bolsillos de su traje y lo miró con esa maldita expresión de superioridad. —¿Disfr