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Más tarde, la empleada de Nikolái regresó a la habitación de Lilia y dijo:

—El señor Nikolai desea que esté lista a las ocho en punto. Vendrá a recogerla —informó con precisión, depositando la caja en la cama—. Me ha indicado que le entregue esto. Su vestido para esta noche.

Lilia frunció el ceño y, con el ceño fruncido, abrió la caja con cautela. Lo primero que vio fue la tela negra de un vestido de satén, suave al tacto, elegante y tremendamente ajustado. Bajo el vestido, un par de tacones de charol rojo brillante y, en una pequeña cajita dentro de la caja más grande, unos aretes de diamantes que reflejaban la luz con un brillo deslumbrante.

La sorpresa se mezcló con irritación. ¿Así que ahora la vestía a su gusto? ¿La trataba como una muñeca a la que podía adornar como quisiera?

Apoyó una mano en su cintura, mirando el vestido con desafío. Si Nikolai quería jugar con ella, entonces también jugaría. Un atisbo de venganza cruzó su mente y, con una sonrisa ladina, decidió que lo provo
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