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Nikolai la empujó dentro de la habitación. Lilia apenas tuvo tiempo de recuperar el aliento antes de escuchar el sonido seco de la puerta cerrándose tras ella.

Sus pasos resonaron en la penumbra, un aviso de que su ira aún ardía.

—¿Qué estabas pensando, muñeca? —su voz era un susurro peligroso.

Lilia se giró para enfrentarlo, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.

—No tenías derecho a prohibírmelo —espetó, intentando mantener su voz firme.

—¿No? —Él rió, pero no era diversión, era amenaza. Se acercó hasta que la acorraló contra la pared—. ¿De verdad creíste que podías desobedecerme sin consecuencias?

Su aliento cálido acarició su cuello, y Lilia sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Tú no eres mi dueño —susurró, aunque la forma en que su cuerpo temblaba le decía lo contrario.

Nikolai deslizó un dedo por su brazo desnudo, recorriendo su piel como una caricia que la hizo contener el aliento.

—Muñeca, yo te poseo en todos los sentidos.

Lilia apretó los dientes, negándose a
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