Unos veinte metros más allá había una puerta sin número que daba paso a una minisuite, prácticamente una réplica exacta de la suite de Markus pero con una sala más pequeña y una cama grande en lugar de extragrande. Un enorme escritorio de caoba equipado con un teléfono de oficina, ordenador, impresora láser, escáner y fax ocupaba el lugar del piano de cola, pero por lo demás ambas estancias guardaban un parecido extraordinario.—Señorita, esta puerta conduce al pasillo privado que conecta su habitación con la de la señor Preston —explicó el botones al tiempo que hacía ademán de abrirla.—¡No! No necesito verlo; con saber que está ahí me basta. —Miré la placa que llevaba prendida del bolsillo de su impecable camisa—. Gracias, Stephanie. —Busqué el bolso para darle una propina, hasta que caí en la cuenta de que no había cambiado los dólares a francos y todavía no había pasado por un cajero automático— Lo siento, solo tengo dólares. ¿Le importa?Ella enrojeció y empezó a disculparse pr
Una sirvienta diferente (pero igualmente aterrada) abrió la puerta de la suite y me invitó a pasar al salón. Naturalmente, hubiera debido quedarme de pie, pero los pantalones de cuero, que llevaba puestos desde el día anterior, parecían haberse pegado a mis piernas, y las sandalias de tiras, que no me habían molestado durante el vuelo, se estaban convirtiendo en cuchillas de afeitar sobre mis dedos y talones.Decidí sentarme en el sofá, pero nada más doblar las rodillas y entrar en contacto con el cojín la puerta del dormitorio se abrió y me incorporé de un salto.—¿Dónde está mi discurso? —preguntó él mientras otra sirvienta lo seguía sosteniendo una corbata negra, de seda que él había olvidado ponerse—. Supongo que habrás escrito algo.Vestía uno de sus clásicos trajes Chanel, completamente blancos de cuello redondo ribeteado de pieles, que contrastaría enormemente con su corbata.—Por supuesto, Markus —dije con seriedad—. Creo que esto servirá. Caminé hasta él puesto que no par
Sin pronunciar otra palabra bajé del estrado de la forma más digna que pude y no fue hasta que alcancé la puerta del fondo cuando advertí que me había olvidado del premio. Una empleada me siguió hasta el vestíbulo, donde me había desplomado atacada de agotamiento y humillación, y me lo entregó.Era una figurita de lo más increíble, parecía una mujer, caminando por una pasarela y si no me equivocaba estaba hecha de plata o platino.Esperé a que la empleada se marchara y pedí a un portero que la subiera a la habitación de mi jefe. Se encogió de hombros y se día a obedecir mi pedido.¡El muy hijo de puta!, pensé, demasiado enfadada y cansada para concebir un nombre más original o un método para terminar con su vida. El móvil sonó y, sabiendo que era él, ahogué el sonido y pedí un gin-tonic a una recepcionista.—Por favor, por favor, haga que alguien me lo traiga.La mujer me miró y asintió con la cabeza. Apuré la copa en dos tragos y subí para ver qué quería él. Apenas eran las dos de l
—¿Diga? —Mi voz sonó enérgica, como si no estuviera tumbada en cueros sobre una mesa, cubierta de aceite y amodorrada.— Yessica, comunica a la gente del Hungaro que esta noche no podré ir. Asistiré a una fiesta y espero que me acompañes. Te quiero lista dentro de una hora.—Claro… claro —tartamudeé, y colgué mientras intentaba asimilar el hecho de que iba a salir con Markus. Recordé el día anterior (cuando me dijo en el último momento que debía acompañarlo) y temí que me diera un soponcio. Di las gracias a la masajista, cargué el masaje a la cuenta de la habitación aunque solo había durado diez minutos y subí a toda prisa para decidir la manera de sortear ese nuevo obstáculo.Empezaba a estar harta.Apenas tardé unos minutos en dar con el peluquero y el maquillador (dicho sea de paso, no eran los míos. A mí me había tocado una mujer gruñona cuya mirada de desesperación la primera vez que me vio todavía me perseguía.Markus, en cambio, tenía un par de gays que parecían recién salidos
Aguardó a que el conductor le abriera la portezuela y se apeó grácilmente con sus perfectos zapatos de charol. Antes de que yo abriera la mía, él ya había subido los tres escalones y tendía su abrigo al mayordomo, quien era evidente que había estado al tanto de su llegada.Me derrumbé sobre el suave cuero del asiento para intentar digerir el nuevo dato que con tanta frialdad me había transmitido.El pelo, el maquillaje, el cambio de programa, la consulta estresante de los dibujos, las botas de ciclista, todo para pasar la velada en una fiesta con el padre de mi jefe y su familia.Arrugué el entrecejo. ¿Markus tenía un hermanastro?Y para colmo, francés.Me pasé tres minutos enteros recordándo que mi salida de Glitz y mi nuevo trabajo en el New Yorker se hallaba a solo un par de meses, que mi año de esclavitud estaba a punto de terminar, que seguro que podía soportar otra noche tediosa para conseguir el trabajo de mis sueños.No funcionó.De repente sentí un deseo desesperado por hace
Era más de la una cuando recordé que había ido allí con mi jefe. Hacía horas que no lo veía y tuve el convencimiento de que se había olvidado de mí y había regresado al hotel. Sin embargo, cuando finalmente me salí del salon de bailes, lo ví conversando animadamente con Karl Lagerfeld y Kendall Jenner, los tres aparentemente ajenos al hecho de que en pocas horas tendrían que asistir al desfile de Christian Dior. Dudaba entre acercarme o no cuando él me vio.—¡ Yessica, ven aquí! —indicó con una voz casi alegre por encima del bullicio de la fiesta, que se había animado considerablemente en las últimas horas.Alguien había atenuado la iluminación y era obvio que los sonrientes camareros habían cuidado bien de los invitados. En mi estado de aturdimiento producido por el champán, la irritante pronunciación de mi nombre ni siquiera me molestó. Aunque pensaba que la noche no podía ser mejor, era evidente que me había llamado para presentarme a sus célebres amigos.—¿Sí, Markus? —triné con m
Y estaba agradecida también de que, desde hacía varios meses, me dolieran dos muelas pero no tuviera tiempo para ir al dentista. Mis profundos conocimientos sobre el arte de que calzar sandalias Jimmy Choo merecían tanto dolor.¿Podía sonar eso creíble? La miré de reojo y vi que asentía gravemente con la cabeza.—El caso, Yessica, es que mantengo como política que si después de un año mis chicas han hecho bien su trabajo las considero listas para un ascenso.El corazón me dio un vuelco. ¿Estaba ocurriendo al fin? ¿Iba a decirme ahora que se había adelantado y me había asegurado un puesto en el New Yorker? Qué importaba que él no supiera que yo mataría por trabajar allí, lo importante era su carta de recomendación.Solo eso.—Tengo mis dudas sobre ti, como es lógico. No creas que no he notado tu falta de entusiasmo o esos suspiros y muecas que haces cuando te ordeno algo que no quieres hacer. Solo espero que sea un síntoma de tu inmadurez, puesto que has demostrado ser bastante compe
Aunque sea una expresión bastante cliché, juro que el corazón se me detuvo.—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Qué clase de accidente?Mamá procuraba emplear un tono tranquilo y un discurso lógico, siguiendo sin duda el consejo de mi padre de que me transmitiera una sensación de calma y control.—Un accidente de coche, cariño, me temo que bastante grave. Ella iba al volante y la acompañaba un compañero de universidad. Por lo visto giró por una calle de dirección contraría y chocó contra un taxi a casi ochenta kilómetros por hora. El agente de policía con el que hablé dijo que era un milagro que estuviera viva.—¿Cuándo ocurrió? ¿Se pondrá bien? —Había empezado a llorar, pues, por mucha serenidad que intentara transmitirme mi madre, percibía la gravedad de la situación en la cuidada selección de sus palabras—. Mamá, ¿dónde está ella ahora mismo? ¿Se pondrá bien?Fue en ese momento cuando me percaté de que ella también estaba llorando.— Yessy, te paso con tu padre. Habló hace poco con lo