#65:

El recuerdo de mi primer desfile parisino es borroso. Nos hallábamos a oscuras, de eso sí me acuerdo, y la música estaba demasiado alta para tanta elegancia, pero lo único que puedo subrayar de aquellas dos extrañas horas era mi profundo malestar.

Las botas Chanel que habían seleccionado para hacer juego con el elástico y, por lo tanto, ceñidísimo jersey de cachemir y la falda de gasa trataban a mis pies como si fueran tomatesaduros a punto de volverse puré.

La cabeza me dolía debido a la resaca y la angustia, y mi estómago protestaba con amenazadoras oleadas de náuseas. Me hallaba de pie, al fondo de la sala, en compañía de periodistas de tercera y otras personas sin categoría suficiente como para merecer un asiento, con un ojo puesto en Markus y el otro buscando los lugares menos humillantes donde vomitar si sentía la necesidad.

«Sigue así, poniendo tu trabajo como tu mayor prioridad y llegarás muy lejos.»

Sus palabras resonaban en mi cabeza al ritmo de un martilleo insistente.

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